Cuando un presidente de los Estados Unidos se sube al atril de oradores de la Asamblea General de las Naciones Unidas, lo que sale de su boca es la posición de la clase dominante norteamericana, o al menos de la fracción de ella que lleva las riendas en la gestión de la superpotencia. En el caso de Trump, quien se expresa es el sector más agresivo de la burguesía monopolista yanqui, nucleado en torno al complejo militar-industrial, que ya sostuvo a la administración Bush. Mucho se ha escrito estos días sobre la reacción que tuvieron los dignatarios de la ONU ante un momento hiperbólico del discurso de Trump, pero debemos prestar atención a lo que dice y no a las formas.
En su alocución ante la Asamblea General, Trump fue desgranando varios de los ejes que caracterizan su línea en la arena internacional, tales como un mayor ahínco en el cerco a China (el mayor rival estratégico de EEUU), lanzar una ofensiva que busca una recategorización de los países e instituciones en función de los intereses de Washington, y el reforzamiento del poderío norteamericano fundamentalmente a través del músculo militar.
Lo primero, es preciso aclarar que Trump no cargó en la ONU contra todo y contra todos. Buscó el apoyo de unos, quiso poner a otros en el lugar que -desde sus intereses- deberían ocupar, y a otros lanzó advertencias y amenazas. En la recategorización general que busca la Casa Blanca, todos -enemigos y rivales, aliados o vasallos- son ascendidos o descendidos de categoría según su grado de acatamiento de las directrices norteamericanas o según su utilidad para los planes del Imperio.
Desde luego en su discurso no faltó una buena diatriba contra China, a quien acusó de abusar de sus prácticas comerciales y perjudicar los intereses estadounidenses. La guerra comercial entre Washington y Pekín está en plena ebullición y Trump ya ha puesto en marcha un segundo paquete de aranceles a mercancías chinas, medidas que no descarta ampliar a todas las importaciones de ese país.
Pocas horas después de su comparecencia en la ONU, Trump abrió otro foco en su embestida, acusando a China de tratar de interferir en las elecciones legislativas del próximo mes de noviembre con el fin de debilitarle políticamente y ganar el pulso comercial.
Junto a Pekín, los dardos también volaron contra socios comerciales de EEUU como Canadá o la Unión Europea, aliados a los que Trump busca recategorizar a la baja en el terreno político y sobre todo, económico. “Ya no toleraremos sus ventajas injustas”, dijo. La realidad es que las acometidas arancelarias de Trump han acabado abriéndose paso. Casi al mismo tiempo que Trump decía estas palabras, los negociadores canadienses aceptaban participar en el nuevo acuerdo comercial con EEUU y México hecho de acuerdo a las directrices norteamericanas.
Trump embistió a unos y aplaudió a otros. Por ejemplo elogió a India (a quien quiere fichar para una alianza Indo-Pacífica contrapuesta a China), a Polonia (que está cumpliendo diligentemente sus tareas de elevar sus gastos militares y de vigilar las fronteras rusas) o a Israel y Arabia Saudí (junto a Egipto, los grandes gendarmes militares de EEUU en Oriente Medio)
La línea Trump escoge a quien degrada, a quién pone galones, o a quien pone en el centro de la diana. Si el año pasado el gran villano era el norcoreano Kim Jong-un («hombre cohete», le llamó, en un momento de gran tensión entre Washington y Pyongyang), en esta ocasión Trump tuvo palabras de elogio para un régimen que, según dijo, “ha abrazado la senda del diálogo y la desnuclearización”.
En cambio este año ha cargado las tintas contra los ayatolás de Teherán. “Los líderes de Irán siembran el caos, la muerte y la destrucción”, declaró, en referencia a las intervenciones persas en Siria o en Yemen. “No respetan a sus vecinos, ni las fronteras, ni los derechos soberanos de las naciones”.
Curiosa acusación de intervencionismo por parte del presidente de la superpotencia que tiene 250.000 efectivos militares por todo el planeta. Según un informe de 2015 del propio Pentágono, un día cualquiera, 11.000 soldados de operaciones especiales de los EEUU se hallan desplegados o en acción en 90 países.
Otro blanco del discurso de Trump ante la Asamblea General fue Venezuela, contra la que anunció nuevas sanciones y medidas, destinadas a “restablecer la democracia». El mandatario norteamericano acusó a Maduro de «llevar a su pueblo a padecer hambre».
A finales de agosto, los mismos dignatarios que escuchaban a Trump pudieron conocer el informe que encargó la ONU al estadounidense Alfred-Maurice de Zayas, sobre la situación de penuria económica que vive el país caribeño y que está obligando a miles de venezolanos a emigrar a los países vecinos. El informe Zayas afirma que países como Venezuela o Nicaragua han sido objeto de «guerras no convencionales» por parte de EEUU, y que “las sanciones impuestas por Obama y Trump» son las causantes de la escasez de artículos de primera necesidad en dicho país.
La degradación a la que Trump somete a sus socios y aliados, también afecta drásticamente a instituciones como la ONU, un órgano que si bien ha servido durante décadas para dotar de cierta legitimidad el poder de la superpotencia yanqui, ahora es reflejo de un mundo multipolar en gestación que pide a gritos que los intereses de los distintos países y potencias sean reconocidos en pie de igualdad.
Para los halcones de Washington la sede de la ONU en Nueva York es un lugar incómodo, un posible inmueble a desahuciar si se sigue interponiendo en los designios del Imperio. Así lo expresó hace años John Bolton, que fuera embajador en la ONU de G.W. Bush y ahora consejero de Seguridad Nacional con Trump. Bolton sugirió una vez a Bush la posibilidad de demoler el edificio: «Si la ONU perdiera diez pisos, daría igual», dijo en 2005.
El presidente norteamericano no ocultó su más profundo desprecio contra el multilateralismo y por la ONU al afirmar que bajo su mandato, EEUU jamás someterá su toma de decisiones a consenso internacional alguno, ni “jamás entregará su soberanía a una burocracia global que no ha sido elegida ni se hace responsable”. «Rechazamos la ideología del globalismo, abrazamos la doctrina del patriotismo».
Trump está dispuesto a llevar su línea con firmeza, anteponiendo los intereses del hegemonismo sin someter a consenso internacional alguno sus políticas. La escena de la ONU muestra que EEUU está cada vez más enfrentado al resto de países y pueblos del mundo. Pero es la superpotencia la que tiene el poder, la iniciativa y las más potentes bazas en una contienda global que está aún por decidirse.