A las puertas del retorno de Trump a la Casa Blanca

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Si el trumpismo fuera un programa informático, y estuviéramos instalando en el ordenador su segunda versión, veríamos una barra indicando su avanzado progreso de descarga. El segundo mandato del magnate va a comenzar, y el mundo se prepara para su retorno.

A falta de pocos días para el 20 de enero de 2025, momento en el que el republicano volverá a tomar posesión del Despacho Oval y comenzará a desplegar todas sus políticas, ya acumulamos numerosos indicios -desde declaraciones a nombramientos- de por dónde va a ir la línea Trump 2.0.

Nadie puede decir que no sabe que esperar -en términos generales- de la presidencia de Trump. El mundo tuvo cuatro años para saborear ese plato. Pero no nos podemos bañar dos veces en el mismo río.

Por una parte el mundo ha cambiado, el declive de la superpotencia norteamericana ha seguido agravándose, el orden multipolar ha seguido desplegándose y los oponentes a la hegemonía estadounidense -en especial China, pero también otros muchos países y pueblos- han seguido avanzando.

Y por otra parte, en la aguda pugna que libra con la otra línea en la cabeza del Imperio -la de Biden-, la segunda presidencia de Trump tampoco comienza en la misma correlación de fuerzas. En esta ocasión lo hará con los republicanos controlando el poder legislativo -Congreso y Senado- y con una supermayoría conservadora (seis de nueve jueces) en el Tribunal Supremo.

Trump tampoco tendrá demasiadas ataduras dentro de su propio partido. Al contrario que en 2016, cuando el «trumpismo» estaba limitado y «moderado» por el viejo establishment del Partido Republicano, en estos últimos cuatro años Trump ha conseguido conquistar una casi total hegemonía política e ideológica en el Grand Old Party, arrinconando a la vieja guardia de los conservadores a puestos de poca relevancia.

En estas condiciones, el trumpismo 2.0. podrá desplegar casi sin cortapisas sus políticas. Sin más límites… que la propia lucha de clases, en EEUU y en el mundo.

¿Cuáles son las políticas que la nueva presidencia de Trump ya comienza a bosquejar?

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La diana puesta en China

El blanco principal de la política internacional de Trump seguirá siendo China. La declarada hostilidad de Trump y su equipo contra Pekín garantizan mayores tensiones con el gigante asiático.

Para empezar, todos esperan que una de las primeras medidas del nuevo presidente sea endurecer drásticamente los barreras comerciales. La medida estrella de la política económica de Trump -que llama pomposamente «MAGAnomics’- es un arancel universal del 10-20% a todas las importaciones y otro de al menos el 60% a las de China, incluidas todas las mercancías de terceros países que contengan componentes procedentes de la nación asiática.

Con este tipo de política, EEUU no sólo dañaría a China, sino al conjunto del mercado mundial, gripando a una globalización económica de la que Trump es un declarado enemigo, puesto que percibe que beneficia a Pekín y al resto de los BRICS más que a EEUU. Pero no está claro que efecto tendría tal cosa en una economía norteamericana tan dependiente de las importaciones. El think-tank liberal Peterson Institute for International Economics vaticina que provocaría que la inflación norteamericana escalara al 6% o al 9% (ahora está en el 1,9%), obligando a la Reserva Federal a volver a subir los tipos de interés, desacelerando la economía estadounidense. Y de rebote, la mundial.

Joswig

Por supuesto, este sólo es un aspecto de la política antichina que todo indica que Trump desplegará. Marco Rubio es un firme partidario de que Washington refuerce el cerco militar contra Pekín, fortaleciendo alianzas como el AUKUS y el QUAD, incluyendo una mayor implicación en la «protección» de Taiwán y en impulsar sus tendencias separatistas, a pesar de que Trump haya sugerido que Taipéi debía pagar por su «defensa».

La contención de la emergencia de China será -igual que lo fue durante su primer mandato, y que ha sido durante la presidencia de Biden- el centro de la política exterior de Trump. La mayor parte de los movimientos de EEUU se relacionan, directa o indirectamente, con Pekín.

El blanco principal de la política internacional de Trump seguirá siendo China.

Por ejemplo, en los últimos días se han vuelto a escuchar de boca de Trump dos anuncios, tan agresivos y chirriantes como a los que nos acostumbró durante su primer mandato: ha amenazado con apoderarse del Canal de Panamá y de Groenlandia.

Con respecto al Canal de Panamá, Trump se ha quejado que este país «está cobrando a los barcos estadounidenses tarifas ridículas y altamente injustas» por usar la vía interoceánica. Si esta «estafa» no se detiene, dijo, exigirá que el canal sea «devuelto a EEUU».

Pero las tarifas a los barcos de EEUU no son la principal causa de estas amenazantes declaraciones. Trump agregó que no quería que el Canal de Panamá «cayera en las manos equivocadas». Pekín es el segundo mayor usuario de esta vía transoceánica después de EEUU y también tiene importantes inversiones económicas en este país.

Con respecto a Groenlandia, no es la primera vez que Trump propone agresivamente a Dinamarca «comprarle» un territorio (que «no ha estado ni estará a la venta», insisten las autoridades danesas). Esta gigantesca isla es rica en recursos naturales, incluidos minerales de tierras raras y petróleo, y ocupa una ubicación estratégica para el comercio, ya que las potencias mundiales -principalmente Rusia, pero también China- buscan expandir su alcance en el Círculo Polar Ártico, abriendo nuevas rutas de comunicación transoceánicas.

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Otros elementos de política exterior.

Ucrania puede ser uno de las primeras afectadas por el cambio de inquilino de la Casa Blanca. En múltiples declaraciones, Trump ha manifestado su intención de «resolver el conflicto», cortando el suministro de armas a Kiev y obligando a Ucrania a aceptar que debe entregar a Rusia las regiones invadidas. Pero hay dudas de qué a qué compromisos llegará con Putin, y cuál será el estatus de seguridad de Ucrania y su relación con la Alianza Atlántica. Según el Wall Street Journal, Trump planea congelar la adhesión de Ucrania a la OTAN durante veinte años para contentar a Moscú.

Con respecto a Oriente Medio, hay menos dudas acerca de que el retorno de Trump -que junto a Marco Rubio, como secretario de Estado, y Mike Waltz como consejero de Seguridad Nacional, son furibundamente pro-israelíes y acérrimos partidarios del hostigamiento a Irán- significará un aumento de los factores de guerra en esta esta estratégica región.

Asimismo, la elección de Marco Rubio como responsable de la política exterior de la superpotencia significan nubarrones de tormenta e intervención sobre América Latina. El actual senador, una de los halcones del partido republicano, es partidario de la mano dura con Cuba, Nicaragua, Venezuela, Bolivia, y cualquier gobierno latinoamericano que se atreva a desafiar los mandatos norteamericanos. Las políticas antiinmigratorias y arancelarias de Trump también pueden implicar un choque con el gobierno mexicano de Claudia Sheinbaum.

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Las políticas hacia Europa

En el doble juego del palo y la zanahoria que la superpotencia siempre establece con sus aliados europeos, la línea Trump pone siempre por delante la sota de bastos. Además de ordenar a voz marcial que todos los europeos de la OTAN eleven sus presupuestos militares al 4% o al 5% de sus PIB, principalmente comprando al complejo militar industrial norteamericano armas y equipos ‘made in USA‘, las cancillerías europeas ya se preparan para una nueva andanada de tensiones comerciales y escaramuzas arancelarias por parte de Washington.

La reedición de las guerras comerciales del primer mandato de Trump tienen como principal objetivo a China, pero cogerían a Europa -que tiene a EEUU como principal destino de sus exportaciones- como rehén. Unos aranceles del 10% reducirán la economía de los países de la zona euro un 1%, según el banco de inversión Goldman Sachs, y podrían condenar a la UE a una recesión.

Pero una política así podría tener un efecto indeseado para Trump, empujando a Europa a reforzar sus vínculos con su segundo socio comercial, que no es otro que China. Para evitar esto, muchos sugieren que la guerra arancelaria de Trump hacia la UE será «selectiva», y que será usada como un «castigo» para los vasallos europeos que no quieran someterse a los dictados norteamericanos, y que se resistan a cortar sus lazos económicos y comerciales con China.

En el doble juego del palo y la zanahoria que la superpotencia siempre establece con Europa, la línea Trump pone siempre por delante la sota de bastos.

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Ultraderecha sin fronteras

Otro de los rasgos más patentes de este nuevo trumpismo es la destilación de su carácter ultrareaccionario. Si durante su primer mandato las violentas diatribas contra los inmigrantes ilegales y el patrocinio a distintos gobiernos y partidos de extrema derecha por todo el mundo fueron uno de sus principales filos ideológicos, ahora esa arista está aún más afilada.

Orbitando en torno a think tanks del Partido Republicano como la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), la mayor parte de las extremas derechas europeas -partidos como Vox o líderes como Meloni, Orbán o Le Pen- y latinoamericanas -Milei, Bolsonaro, etc…- aguardan ansiosos que Trump vuelva a la Casa Blanca y les dé nuevos impulsos políticos, ideológicos… y financieros.

La xenofobia de Trump y de sus satélites ultraderechistas busca crear una “sub-clase obrera” inmigrante a la que poder hiper-explotar.

La linea Trump también lanza una ofensiva «ultraneoliberal» en cuanto al modelo político y social, amordazando la democracia allí donde le estorba. No sólo en EEUU, sino en todos los países del mundo que domina. Con ello busca poner una alfombra roja a la penetración del gran capital norteamericano en su campo de dominio imperialista, derribando los obstáculos, frenos y barreras que pueda encontrar su creciente voracidad.

El trumpismo promueve derivas autoritarias, que refuercen el poder de los gobernantes, minimizando contrapesos judiciales o parlamentarios, reforzando el control de los aparatos ideológicos y del “discurso” (la guerra cultural).

Pero sobre todo esgrime un blanco preferente: la inmigración. Con su acentuado racismo y xenofobia buscan promover la máxima hostilidad hacia un sector de la población, fácilmente «marcable» por su color de piel o por su procedencia extranjera, para poder crear una «sub-clase obrera» a la que poder hiper-explotar, despojándola de derechos políticos para poder imponerles miserables condiciones de vida y de trabajo, arrancándoles enormes plusvalías.

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