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Tras la visita de Obama a Cuba

Hoy finaliza la visita oficial de Barack Obama a Cuba, que ha durado tres dí­as. Obama es el primer presidente norteamericano en activo que viaja a la isla desde que, 88 años atrás, lo hizo Calvin Coolidge. Pero la singularidad de este viaje no reside sólo en los muchos años pasados desde entonces, sino en el hecho, también, de que viene a ilustrar el fin de la guerra frí­a entre ambos paí­ses, iniciada con el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista por los guerrilleros de Fidel Castro, al que sucedió el embargo dictado por Estados Unidos, en vigor hace ya 54 años. Al menos, así­ se presenta la reunión en medios oficiales de Washington y La Habana.

Hoy finaliza la visita oficial de Barack Obama a Cuba, que ha durado tres días. Obama es el primer presidente norteamericano en activo que viaja a la isla desde que, 88 años atrás, lo hizo Calvin Coolidge. Pero la singularidad de este viaje no reside sólo en los muchos años pasados desde entonces, sino en el hecho, también, de que viene a ilustrar el fin de la guerra fría entre ambos países, iniciada con el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista por los guerrilleros de Fidel Castro, al que sucedió el embargo dictado por Estados Unidos, en vigor hace ya 54 años. Al menos, así se presenta la reunión en medios oficiales de Washington y La Habana.

El encuentro entre Obama y el presidente cubano Raúl Castro, ayer en el palacio de la Revolución, culmina más de dos años de negociaciones en pos del deshielo diplomático. Desde Washington se percibe la coyuntura como una oportunidad para impulsar el cambio político en Cuba. Desde La Habana, como una ocasión para mejorar la calidad de vida en el país sin renunciar al credo revolucionario. Ambos países han entendido que este será un proceso lento. Y que ha pasado ya la hora de las imposiciones, según llegaba la de la creación de un marco respetuoso de relaciones bilaterales.

Al término de la reunión de ayer, el presidente cubano y el norteamericano comparecieron juntos en una rueda de prensa, ante periodistas de los dos países. En dicha comparecencia quedaron claras varias cosas. La primera es que Cuba considera el levantamiento del embargo y el retorno de la base de Guantánamo como condiciones necesarias para el progreso del deshielo. Y que, por su parte, EE.UU. desea que la democracia y los derechos humanos vayan adquiriendo carta de naturaleza en Cuba. No parece fácil que algo de eso ocurra de inmediato: el levantamiento del embargo depende del Congreso norteamericano, donde los mayoritarios republicanos no desean aprobarlo. Tampoco será fácil que el régimen cubano abra la mano de inmediato, renuncie a su estructura política y reconozca a los cubanos todos los derechos que ahora les niega.

Por todo ello, la segunda cosa que quedó clara en la rueda de prensa conjunta fue la convicción, por parte de ambos mandatarios, de que el camino que queda por delante hasta la completa normalización de las relaciones se anuncia largo y complejo. Dicho esto, hay algunos motivos para el optimismo. Ambos países saben que las diferencias que han presidido sus relaciones son anacrónicas y lesivas para sus ciudadanos. Además, la situación en Cuba apremia a una apertura que genere nuevos ingresos y dinamice una economía renqueante, aun a costa de ceder en materia turística, de liberalizar las relaciones económicas y de dar facilidades a las comunicaciones on line. Todo ello actuará, probablemente, como una lluvia fina que flexibilice poco a poco las rigideces del castrismo. A su vez, Obama, que ha cosechado éxitos y fracasos en su política exterior, guiada a menudo por el deseo de reconstruir las relaciones con países enemistados, tiene en la isla una gran oportunidad para sustanciar su legado. En enero del 2017 Obama dejará la Casa Blanca, y sin duda querría hacerlo con el tema de Cuba, el histórico enemigo situado a sólo 90 millas de la costa de Florida, resuelto o en vías de resolución. Ambos países tienen, pues, motivos para avanzar en su reconciliación. Pero el éxito del proceso dependerá de la habilidad con que ambas diplomacias manejen el tempo de la negociación.

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