Tras varias semanas de intensas movilizaciones en Francia y otros países europeos, las protestas del campo han llegado, con gran potencia, a nuestro país. Miles y miles de ganaderos y agricultores han cortado carreteras o han protagonizado tractoradas en las avenidas de las grandes ciudades, mostrando su malestar por varias cuestiones la política agraria europea, el impacto de las normativas medioambientales y la burocratización, y los acuerdos de importación de la UE.
El hilo conductor de sus reivindicaciones es la ruina del campo, un sinfín de mecanismos e imposiciones que reducen al límite el margen de ganancia de sus explotaciones agrícolas, al tiempo que beneficia a los grandes monopolios de las cadenas de distribución, de la maquinaria y los fitosanitarios… y a la banca
Mucho se ha hablado de los intentos de la extrema derecha de controlar -con intereses espurios al campo- estas movilizaciones, cosa que no han logrado ni pueden lograr. Ese ruido tóxico nos distrae de la justeza de sus protestas.
Los pequeños y medianos productores del campo sufren la tiranía monopolista, que les empuja al precipicio de la quiebra.
En los últimos 15 años, el 15% de las explotaciones agropecuarias españolas han desaparecido. Se han arruinado, y han sido absorbidas por otras cada vez más grandes, en un proceso de monopolización con protagonismo del capital extranjero.
Son obligados por las grandes cadenas de alimentación a producir al borde -o por debajo- del coste de producción, con un margen de ganancias ridículo o inexistente. La diferencia entre el precio en origen y el del supermercado es del 880%.
Sufren la extorsión financiera de unos bancos que se benefician de los tipos de interés altos. Y el chantaje de unos monopolios de la maquinaria, las simientes o los fertilizantes, que les cobran a precio de oro.
Y están maltratados por unas políticas europeas al servicio de las grandes burguesías continentales y en contra de agricultores y ganaderos, que en nombre de la necesaria Transición Ecológica, les castigan con todo tipo de tasas y trabas, cargándoles de costes cuando deberían darles ayudas para lograr un campo sostenible y ecológico.
El malestar del campo es más que legítimo. Es el malestar frente al dominio monopolista, que todos sufrimos.