El Observatorio

¡Todos a la cárcel!

Polí­ticos que rinden pleitesí­a a los financieros y roban a su paí­s para darle el dinero a los bancos. Empresarios que se forran sin lí­mite al amparo de sus relaciones con el poder de turno. Alcaldes corruptos que se llevan comisiones hasta por respirar. Polí­ticos que espí­an a sus rivales. Ministros que van de cacerí­a a arreglar asuntos de Estado. Jueces que, entre muflón y muflón abatido, intentan «amañar» elecciones, organizando operaciones de descrédito contra un partido que, por otra parte, se lo pone a huevo. ¿Qué es esto, la realidad española o el guión de una pelí­cula de Berlanga?

Tengo que reconocer mi santa ingenuidad. Una ingenuidad que me había llevado a creer que los cambios exerimentados -a todos los niveles- por España en los dos o tres últimos decenios hacían necesario un cambio de paradigma cinematográfico a la hora de abordar la naturaleza y la forma del ejercicio del poder en España De alguna forma yo ya estaba esperando la aparición de un Chabrol "ibérico" ante el creciente afrancesamiento de nuestra vida política y de nuestras instituciones. Sin embargo, los sucesos de los últimos días me fuerzan a una radical autocrítica y me devuelven al completo convencimiento de que la única óptica verdaderamente válida para comprender y expresar qué es y cómo funciona realmente el poder en nuestro país es la del cine de Berlanga, la óptica de "La escopeta nacional" y de "¡Todos a la cárcel!", a la que si acaso habría que añadir una dosis nueva de cinismo, crueldad y avaricia en los nuevos personajes que ocupan la escena y, desde luego, varios ceros en las variables económicas que se manejan: ¡los miles de duros de "La escopeta nacional" son hoy millones de euros! El esperpento que ha emergido los últimos días (mientras el país, las clases populares y los trabajadortes pagan con "sangre, sudor y lágrimas" las devastadoras consecuencias de la mayor crisis económica en decenios) rememora hasta en los detalles lá ácida visión plasmada por Berlanga de lo que era el poder en España en los tiempos del franquismo, o mejor, en los años finales del desarrollismo franquista, cuando las cacerías de "señoritos" servían de escenario para que empresarios avispados apañaran sus chanchullos económicos, los esbirros del régimen vendieran sus servicios por jugosas comisiones, jueces y magistrados prevaricaran a conciencia y, unos con otros, formaran un entramado de corrupción sin límites. Han pasado más de treinta años, ha cambiado el régimen, pero por lo visto estos días, la realidad no se ha movido mucho o casi nada en este punto. Es verdad que donde antes había "jerarcas del Rérgimen" ahora encontramos a socialistas de "extrema izquierda" (como se definió a sí mismo el ministro Bermejo). Que los magistrados casposos de antaño son hoy aclamados jueces mediáticos capaces de meter en el trullo al mismísimo Pinochet. Que los "chorizos" de turno son ahora empresarios de éxito crecidos y engordados al amparo de los nuevos partidos y las nuevas instituciones democráticas. Y que los banqueros, bueno, los banqueros de hoy son verdaderos linces, la admiración y la envidia del mundo entero. Pero, tras esta nueva fachada, aparentemente renovada, la realidad sigue siendo la misma. En la España del "posmoderno", "radical", "izquierdista", "ecológico", "pacifista" y "sostenible" Zapatero, los grandes negocios, los grandes chanchullos, los grandes enjuagues de Estado se hacen con los mismos métodos, los mismos protagonistas y los mismos escenarios de siempre. Por eso, la óptica de Berlanga sigue siendo la única capaz de retratarla en su verdadera esencia y en su verdadera salsa. Y también la "solución" de Berlanga es la única verdaderamente satisfactoria: "¡Todos a la cárcel!".

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