Rodrigo Garcí­a / De Verdad nº 17 año 2000

¿Tiene derecho el demonio a la presunción de inocencia? ¿Y F. González?

Mientras más de 100.000 personas se manifestaban en San Sebastián contra el fascismo, Felipe González, ex-presidente del Gobierno español, hací­a un dramático llamamiento en Barcelona a «no demonizar al PNV», repitiendo una vez más el mantra de su innegable carácter democrático y su imprescindible colaboración para la pacificación del paí­s vasco. Los hechos se empeñan tercamente en decir lo contrario y ni siquiera el Sr. González puede ignorar la histórica responsabilidad del PNV en el relanzamiento del proyecto secesionista-fascista vasco del autodenominado MLNV de ETA/HB, gravemente tocado por los acontecimientos que siguieron al asesinato de Miguel Angel Blanco.

Por no remontarnos a acontecimientos que ueden resultar más controvertidos y lejanos en el tiempo. El Sr. González advierte ominosamente a decenas de miles de votantes de su partido y, sobre todo, a sus militantes encabezados por la nueva dirección en pleno, que no deben impulsar ni participar en una amplia movilización unitaria contra el fascismo sin el PNV y, mucho menos, contra él.Sin embargo en San Sebastián estuvieron muchos nacionalistas demócratas, incluso destacados dirigentes, hoy despreciados como «grasa sobrante» por el dúo Arzalluz-Egíbar, pero que son en realidad el honor y la única esperanza de ese partido. Lo que quieren decir el Sr. González y otros dirigentes del PSOE «antidemonizadores» es que se ayude a salir indemnes del agujero en que se han metido a la cúpula dirigente del PNV, irresponsables e impunes… para proseguir en su camino estratégico conjunto con ETA/HB. Pero sobre todo, la admonición lanzada, por el momento, el tono y el lugar, es una seria advertencia al nuevo equipo dirigente del Sr. Rodríguez Zapatero, en el sentido de que el acuerdo de unidad de acción y, eventualmente, de gobierno del País Vasco con el PP para aislar a la actual dirección peneuvista, no es aceptable para el PSOE, por su hipotético coste electoral y por las deudas pendientes de la campaña de «acoso y derribo» contra los últimos gobiernos socialistas.La advertencia funciona, por encima de la letra pequeña del conflicto partidista, sobre todo como una invitación a dejar el problema vasco como está; a renunciar a cualquier desplazamiento de los nacionalistas de su posición hegemónica y, lo que es muchísimo más grave, a renunciar definitivamente a la movilización popular unitaria contra el fascismo y sus cómplices. No debe aprovecharse el fracaso de Arzalluz-Egíbar en Lizarra para hacer retroceder a los enemigos de la libertad, pues eso favorece… ¡a la derecha española!Nada de esto puede sorprender a cualquier ciudadano medianamente informado. En sus 14 años al frente del gobierno, González no hizo otra cosa que enconar y dejar pudrir la situación en el País Vasco. La combinación infernal de guerra sucia y negociaciones en las cloacas con ETA, más el completo desistimiento en la lucha política, ideológica y cultural contra el nacionalismo, en su versión más etnicista, falsificadora y antidemocrática ­al revés, el más completo colaboracionismo con ellos, en Madrid y en Vitoria­ han contribuido decisivamente a conducir al País Vasco a una situación de catástrofe civil.No resulta verosímil que este significado agente local del imperialismo pueda creerse que ésta es la política mejor que cabe seguir aplicando en el Norte. En realidad, a González nunca parece que le haya interesado realmente, ni en la oposición a la UCD de Suárez, ni desde sus sucesivos gobiernos, ni ahora, aparentemente despojado de todo poder político, resolver el problema vasco. Su solemne invitación a dejar que todo siga igual podría interpretarse benévolamente como desesperanza en que cualquier acción amplia y decidida pueda contribuir a su resolución o, quizás como que es un conflicto que hace tiempo escapó a las posibilidades de acción de las fuerzas políticas en presencia en la escena nacional. Por tanto cabría aplicar la política del «no corráis que es peor».De todas formas, las consecuencias prácticas son las mismas: tratar de sabotear el creciente movimiento de oposición abierta al fascismo por parte de cada vez más amplios sectores populares, no sólo en el País Vasco; tratar de dividir a las fuerzas políticas en su movimiento por contrarrestar el debilitamiento del Estado en su flanco más vulnerable a la intervención exterior, intervención que cuenta con la complicidad ya descarada de las fuerzas nacionalistas-fascistas y sus cómplices. En resumen, que el problema no pueda encontrar solución, que la herida siga indefinidamente abierta. ¿Inocente o culpable?

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