50 años de ‘The Doors’

This is not the end

Este año se cumplen 50 desde la aparición del primer disco de la mítica banda, un disco que cambió la música (y el rock en particular) para siempre.

Escribo con una mezcla de nostalgia y orgullo, pues este disco, pese a descubrirlo con mi pandilla de adolescentes noventeros del extrarradio unos 30 años más tarde, indudablemente llegó para hacernos explotar la cabeza. Queríamos ser como el Rey Lagarto, queríamos abrir las puertas de la percepción (por supuesto seguíamos también sus inquietudes en materia de sustancias para ello), queríamos explorar el infinito aunque lo encontráramos de pronto en una minúscula piedrecilla, deseábamos, más que nada en el mundo, pulverizar cualquier límite mental, y aquellas canciones eran nuestro rito chamánico. Pero esa es mi historia…

¿Qué tenía The Doors? ¿Porqué este disco acumula 20 millones de copias en la actualidad y está considerado uno de los mejores debuts de la historia, siendo probablemente el mejor disco de la banda? Recuerdo perfectamente mi primera audición. Me quedé anonadado, no había manera de clasificarlo. Un cantante de blues, estilo Sinatra, sensual pero muy viril y rockero, una batería al estilo de los discos de jazz brasileño que escuchaba mi padre, una guitarra eléctrica pero casi siempre limpia, espaciada y que se atrevía con hipnóticas melodías orientales, y unos teclados cortantes, casi estridentes en el timbre pero con ejecuciones que a veces parecían movimientos de Mozart… en las antípodas del espiritual Hammond, tan presente en la música de influencia negra. Aunque por encima de todo sobrevolaba el blues más sensual y erótico jamás expresado por un blanco, sobretodo en la actitud de Mr Mojo Risin (acrónimo de Morrison que utilizaba). Todo esto definía, o más bien indefinía esta música, que surgía como un chorro multicolor de muy diversas fuentes, actitudes y visiones, de una forma peculiar nunca antes oída. Era extremadamente heterogéneo, parecía hecho por y para intelectuales, aunque conquistaría el planeta rock psicodélico por entero.

Se han escrito ríos de tinta sobre el grupo, y océanos sobre el Rey Lagarto, otro de los sobrenombres de Jim Morrison, fugaz icono de la contracultura norteamericana de la era Vietnam que murió probablemente (el misterio continúa hasta hoy) de sobredosis cuando intentaba rehacer su vida como escritor y poeta en París. La película de Oliver Stone, con un parecidísimo Val Kilmer, intenta bucear también en el misterio de Jim y de la extraña mezcla inédita que cocinó con sus tres colegas. Uno de esos enigmas que van más allá de la fama, de la política del momento, de sus formas extravagantes, y cuyo mensaje va calando hondo con el tiempo, hasta que te das cuenta que forma parte de la cultura universal. Porque tiene algo de la verdad de siempre…«The Doors tienen algo de la verdad de siempre»

Buceamos en las fuentes de la banda y en el contexto del lanzamiento de esta enorme ópera prima para encontrar un punto de partida con el que explicarnos:

The Doors ya llebaban dos años fogueándose en los garitos de moda de la playa de Los Ángeles. De hecho, para grabar el disco sólo utilizaron 6 días en el estudio de Elektra Records, grabando a primera toma muchas partes del mismo.

El incipiente movimiento hippie y contracultural de los sesenta norteamericanos les pilló en medio de todo, y los jóvenes que empezaban a disfrutar con sus primeros conciertos cada vez eran más y más, lo que les ayudó a explorar nuevas formas más libres de tocar en directo proveniente del jazz, con largos solos acompañados de armonías ambientales, similares a los colchones de las bandas sonoras cinematográficas.

A Morrison, le dio una tribu a la que guiar hacia los ritos chamánicos que los harían libres, mediante la ingesta de LSD y sus poemas sobre la muerte y el amor materno.

Jim y Ray se conocieron en UCLA, una universidad de Los Ángeles donde habían estudiado artes, literatura, cine, y habían dado rienda suelta a sus inquietudes. Jim, imitando y llevando a cabo el programa máximo de sus admirados poetas malditos, o haciendo sus prácticas como cineasta y Ray con sus teclados tan distintos, que chirriaban un arpegio de Bach o hacía bogaloo imitando un bajo. Imprimieron desde el comienzo un halo intelectual al grupo que lo hacía heterogéneo y repleto de influencias muy diversas. La canción Alabama´s song de este primer disco es una versión muy peculiar, con alguna adaptación por parte de Morrison, de una canción de Bertol Bretcht con música de Kurt Weill para una de sus óperas. Estas cosas les hacían conectar con la cultura europea. Los otros miembros se conocieron en sesiones de meditación trascendental, que vino a aportar otra fuente de inspiración que no pocos frutos daría en este disco, sobretodo en la última canción. «Catarsis y compenetración musical con la dramaturgia del narrador-chamán «

El primer corte del álbum, Break on through (to the other side) lo escribió Jim 7 años antes de que Lou Reed volviera a invitar a los jóvenes neoyorquinos a cruzar hacia el otro lado en Walk on the wild side. Aunque el lado salvaje al que nos remite Reed es más terrenal: date un paseo por el lado salvaje. En cambio Morrison nos llama a atravesar, como si nos tiráramos de cabeza para destrozar un muro, a cruzar el espejo, para salir de nuestra percepción limitada y conocer la realidad infinita (independiente de la voluntad o conciencia del sujeto) haciendo suya de nuevo, como los surrealistas, la teoría del psicoanálisis. No en vano el grupo se llama así por la doble influencia de Aldous Huxley y su libro “las puertas de la percepción”, que a su vez es referencia a la cita del poeta William Blake en su obra ‘El matrimonio del cielo y el infierno’: “Si las puertas de la percepción se purificaran todo se le aparecería al hombre como es, infinito”.

Y el último tema, el archiconocido ‘The End’ que inmortalizaría años después Coppola en su genial película Apocalypse Now para retratar la locura del Coronel Kurtz, es clave para profundizar en la comprensión del enigma planteado párrafos arriba.

Su estructura nos remite a los mantras de la música india, como la música del virtuoso del sitar Ravi Shankar, de hecho es la primera canción de música popular rock, destinada a las listas de éxitos, que se graba en un disco y supera los dos dígitos, y dura ¡casi 14 minutos! Un relato onírico, un viaje psicótico al interior de los demonios de Morrison que sus compañeros supieron captar como si fueran una sola mente y un solo cuerpo, buscando ese ansiado infinito. La intensidad que alcanza esta canción, los cambios de ritmo furiosos y sus partes lentas y oscurísimas, buscando como a ciegas la catarsis y ofreciendo unas cotas de compenetración musical con la dramaturgia del narrador-chamán dejaron atónitos a medio mundo.

Hay quien dice (y aporta jugosos argumentos) que Morrison falseó su propia muerte y que sigue vivo en algún lugar de África, escribiendo poemas y quién sabe qué más. En una entrevista reciente, Krieger que quizá fue el que más le comprendía y con el que más tiempo pasaba en la época del auge, dice que si hay alguien en el mundo del cuál no le extrañaría nada esta aventura, sería del Rey Lagarto.

Quizá vayamos a buscarlo para una buena entrevista.

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