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Terrible constatación: España ya está en deflación

«Malas noticias, España abocada sí o sí a la deflación» es el nombre del post que ocupó este mismo espacio el pasado 19 de febrero. En él concluíamos, con base a los datos de inflación correspondientes al mes anterior, que el fenómeno deflacionario era inevitable en una España con capacidad ociosa de factores de producción y sin demanda boyante a la vista. El fuerte diferencial entre PIB potencial y real, output gap, aventuraba lo peor para una nación, decíamos entonces, que «no puede actuar sobre sus propios tipos de referencia, no tiene posibilidades financieras para desarrollar estímulos fiscales y carece de oferta de crédito a un coste razonable porque el sector privado permanece sobre endeudado». No way out era nuestra sucinta conclusión.

Pues bien, en este último elemento, el crédito como paradigma de la circulación del dinero, nos vamos a detener hoy. Y es que, si aceptamos que la inflación es siempre un fenómeno monetario, su evolución nos debería dar pistas para certificar si la predicción realizada al calor de lo que está sucediendo en la actividad real puede verse corregida por una tendencia en sentido contrario de la economía financiera. Para ello vamos a contraponer el terrible dato de caída interanual de los precios que ha sufrido nuestro país en marzo, menos 0,2% según el dato avanzado publicado por el INE el viernes, con las cifras más recientes de financiación a particulares y empresas de la Eurozona. Un contraste que nos permitirá comprobar si la afirmación de que nos dirigimos a una etapa larga de anemia económica a la japonesa tiene fundamento o no. Que va a ser que…

Sí.

No cabe esperar gran cosa desde el lado de la banca. De hecho la financiación a particulares, pese a repuntar algo gracias a un pequeño tirón del crédito al consumo, se mantiene en niveles muy cercanos al estancamiento, mientras que la concedida a las empresas sigue acumulando contracción tras contracción cada mes que pasa y ya se sitúa por encima del menos 3% año sobre año. El desplome que no cesa. Los gráficos son gentileza del gran Sober Look sobre estadísticas del BCE (SL, «Eurozone´s credit contraction continues», 28-03-2014).

Una trayectoria que no debería extrañar a nadie: tras varios años en los que se ha exigido al sector soplar y sorber a la vez (disminuir su activo para cumplir con los nuevos requisitos de capital pero sin renunciar a dar crédito), la industria se enfrenta en Europa a una nueva prueba de esfuerzo que la retratará, individual y colectivamente, allá por el otoño. A fin de evitar disgustos que afecten a accionistas, acreedores y clientes actuales, todos sus esfuerzos van a ir encaminados a salir bien en la foto, radicalizando entretanto su movimiento de ajuste por el lado izquierdo del balance. Por más que en algunas naciones, como España, el proceso de saneamiento esté muy avanzado, a nivel agregado nos quedan seis meses en los que el acopio de recursos por parte de las entidades financieras va a seguir siendo elevado. Los préstamos, al banco de enfrente.

La renuncia de estas instituciones al papel que como agentes económicos tienen asignado –canalizar el ahorro a la inversión– podría abrir la puerta, de hecho ya lo está haciendo, a formas alternativas de obtención de recursos. Estamos hablando esencialmente del mercado de bonos, colocaciones privadas de deuda entre varios inversores o acuerdos bilaterales peer to peer con uno de ellos. Sin embargo, aun tratándose la desintermediación bancaria de un proceso más que deseable, en la medida en que el 90% de la actividad de financiación en España se canaliza a través de la ‘ventanilla’ de un banco o caja, si estos no se deciden de verdad a abrir el grifo, poco o nada hay que hacer. Y, vuelta la burra al trigo: si el dinero no circula, no esperen fenómenos inflacionarios, al menos a corto plazo.

En la medida en que su llegada se retrase, puede instalarse en el subconsciente colectivo el axioma de que en nuestro país los precios sólo caen y, por tanto, que merece la pena retrasar las decisiones de consumo e inversión al mejorar el poder adquisitivo de la escasa renta disponible de que disfruta con el paso del tiempo. No sólo eso, puesto que para el deudor la deflación supone un coste adicional de lo debido –importe nominal igual, importe real mayor– puede suceder que la demanda de crédito se contraiga aún más y que el fenómeno de desapalancamiento por su parte se acelere, completándose de esta manera el círculo vicioso.

Como comentábamos hace poco más de un mes, en la entrada con la que arrancábamos este artículo, en 1994 en Japón pocos pensaban «que la deflación iba a llegar… y llegó; para esos mismos se trataba de un fenómeno temporal y van ya dos décadas de precios decrecientes. Y eso con un nivel de paro irrisorio y una tasa de ahorro de los particulares elevada. Ojito. Nuestra situación es sustancialmente distinta, a peor».

Pues eso, avisados quedan.

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