La obra de Brossa, un tsunami inabarcable de creación, nos lleva a la Barcelona donde existía una vanguardia antioficial, radical y viva
Coincidiendo con el centenario del nacimiento del poeta catalán Joan Brossa, se inicia el próximo 19 de enero lo que ya se ha llamado el “Any Brossa”.
Joan Brossa no puede reducirse a un puñado de actos oficiales. Su obra se expande como un tsunami que no admite límites. Cuando la fundación que lleva su nombre depositó su legado en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, se contaron más de 64.000 obras. Que se expanden por todos los géneros posibles, entrecruzados, en palabras del propio Brossa, “como las caras de una misma pirámide que se encuentran en el punto más alto”.
De la mano de Joan Brossa se pueden visitar todas las vanguardias. Desde el surrealismo que cultivó de la mano de Josep Vicenç Foix o junto a Joan Miro, para adentrarse empleando el psicoanálisis en el automatismo psíquico o la creación de las “imágenes hitpnagógicas”. Hasta el espíritu dadaista de Dau al Set, junto a Tapies, Joan Ponç o Modest Cuixart.
Dos fogonazos de vanguardia en la gris Barcelona de los años cuarenta, preñada de franquismo.
Pero el universo Brossa no puede limitarse a una única vía. En él existe la vanguardia más radical, en el fondo y en la forma. La poesía visual, con la escandalosa cifra de 1.500 libros compuestos, la mayoría inéditos, pero de los cuales se han desgajado poemas que han acabado serigrafiados. A los “poemas objeto”, que descubrían la magia en el objeto más vulgar, que pasaba a elevarse a categoría poética.
Brossa es la antipoesía llevada a sus máximas consecuencias, con miles de poemas libres, directos y sin retórica alguna, capaz de utilizar los motivos más prosaicos de la realidad, como el precio de los zapatos o los billetes de tranvía. Pero también es el poeta que cultiva la perfección formal, a través del soneto, la estrofa sáfica o la sextina, dificilísima composición poliestrófica de origen medieval.
Todas estas, la vanguardia del siglo XX y la poesía medieval, son aristas de la obra de Brossa.
Descubrir a Brossa es mirar a su obra teatral (350 obras, todo en Brossa es pantagruélico) centradas en un teatro del absurdo todavía más delirante en sus manos. Pero también con una revisitación libérrima del music-hall, desde sus “monólogos de transformación”, inspirados en su admirado Frègoli, pedazos de carnaval irreverente, a sus hoy políticamente incorrectos “strip-teases”. Pasando por sus “acciones-espectáculo”, performances cuando nadie hacía performances.
La indomable creatividad de Brossa visitará las artes plásticas, con carteles o “poemas urbanos”, mezcla de escultura y poesía, la música -su “Suite bufa” con Carles Santos-, el cine de la mano de Pere Portabella…
Apenas estamos empezando a conocer todos los Brossas que existen. Durante el “Any Brossa” se editará material inédito… pero quedará mucho más por descubrir.
Esta abundancia inabarcable es consustancial a lo que la obra de Brossa significa, a una libertad entendida de forma radical, la única posible.
También en el terreno político. Desde que el poeta brasileño Joao Cabral de Melo Neto le incita a conocer el marxismo al encierro de intelectuales en el monasterio de Montserrat en 1970 o sus colaboraciones con el PSUC. Un compromiso social, alérgico a realismos sociales acartonados, que inundará toda su obra.
Bebiendo de un catalanismo político que a veces evolucionará hacia el independentismo, pero de una forma que escandalizaría desde las élites del procés a los CDR. Como en «Striptease català», una performance de 1979 en la que Christa Leem, una de las musas de la transición, se desnudaba y al final, de detrás de una cortina, Brossa surgía exhibiendo un naipe -el as de bastos- y gritando «Vixca els Païssos Catalans!».
Porque Brossa disparaba contra lo que nadie se atreve a cuestionar hoy en Cataluña. Como su denuncia del expansionismo de la superpotencia norteamericana en «Personajes Brossianos». O en sus algunas de sus obras de teatro más afiladas, desde la despiadada crítica de la burguesía catalano-franquista en «El sarau», protagonizada por un burgués del Ensanche adorador de Franco, a Diumenge -montada por primera vez por Lluis Pasqual y Rosa Maria Sardà-, presentada por el propio Brossa como «comeia de tresillo (Marido, Mujer, Amigo), una radiografía de tres burgueses que vivían el mundo para su uso personal, en el que las costumbres sustituían a las pasiones. Para terminar en varios poemas dirigidas a la hoy intocable cúspide de la gran banca catalana, como el poema «La Caixa» cuyo contenido es breve pero demoledor: «Una dona ha resultat enverinada / en menjar-se un feix de bitllets de banc / obligada pel seu marit”; o el poema objeto “Els estalvis de la Caixa”, un mueble de una caja con un títere en la ventanilla.
La radicalidad de Brossa, un poeta siempre “amb un feix de llamps a la mà”, como escribió una vez, nada tiene que ver con la Cataluña oficial que seguro intentará este año utilizar su figura.
Quedémonos con la palabra de Joan Brosa: “Vivim damunt un drac / que quan badalla i mou la cua / fa tremolar la terra”. El terremoto Brossa seguro volverá a dar muchas saludables réplicas este año.