Tras varios meses de empeoramiento de las relaciones y de un cada vez más tenso cruce de declaraciones, Argelia ha anunciado su decisión de romper las relaciones diplomáticas con Marruecos. El telón de fondo de esta escalada de fricciones, la más grave desde 1994, son las maniobras norteamericanas, en concreto la decisión de Trump de reconocer la soberanía marroquí del Sáhara Occidental. Desde entonces la política exterior marroquí se ha tornado aún más maniobrera y agresiva.
A pesar de sus muchos vínculos históricos y culturales, y de un pasado colonial común, las relaciones entre Marruecos y Argelia nunca han sido fáciles. A pocos meses de proclamarse la independencia argelina -y con la Guerra Fría de fondo- ambos países llegaron al conflicto abierto durante varias semanas en la llamada «Guerra de las Arenas» de 1963. No parece que ahora la cosa vaya a acabar en tanto, pero la ruptura de relaciones diplomáticas entre Argel y Rabat eleva aún más la tensión de un Norte de África ya bastante convulsionado tras las Primaveras Árabes y la guerra de Libia de 2011 y el Golpe de Estado en Egipto de 2013.
Ha sido Argelia la que ha dado portazo, declarando rotas sus relaciones diplomáticas con el reino alauita, pero responsabilizando a «los actos hostiles de Marruecos» por tener que llegar hasta ahí. Rabat ha lamentado la decisión «completamente injustificada, pero esperada» de Argelia», y rechaza categóricamente las acusaciones que le achacan.
Esta crisis diplomática obedece a distintos factores, pero tiene -como casi todo lo que ocurre en el Norte de África- un hilo conductor. Los planes, maniobras e intereses de EEUU, y la distinta colocación de los países ante ellos. Porque mientras que Marruecos y sus élites políticas tratan de elevarse al rango de gendarme estadounidense del Magreb occidental, Argelia ha sido, desde su nacimiento, un país notablemente independiente -cuando no díscolo- ante los dictados de Washington.
Las relaciones entre Argel y Rabat comenzaron a empeorar más de lo normal cuando, a finales de 2020, y en los estertores de su mandato, Donald Trump reconoció la «soberanía marroquí» sobre el Sáhara Occidental. Desde 1975 el Sáhara Occidental ha sido una fuente de fricciones entre Marruecos y Argelia, debido al tradicional apoyo argelino a la causa saharaui.
La ofensiva marroquí sobre el Sáhara enfureció a Argel no solo por su apoyo a los saharauis, sino por la contrapartida que conllevaba: el reconocimiento del Estado de Israel. EEUU ha conseguido que se rompa el frente común antisionista que existía en el mundo árabe, y que las petromonarquias del Golfo -y ahora también el Majzen rabatí- normalicen sus relaciones con Tel Aviv. Pero entre la opinión pública de los países musulmanes, y desde luego en Argelia, el rechazo a esta traición a los palestinos es casi unánime.
Este reconocimiento norteamericano de la «marroquinidad» del Sáhara -que Biden, como quien deshoja una margarita, ni ha ratificado ni ha derogado- ha imprimido a la siempre maniobrera política exterior marroquí grandes dosis de aventurerismo. En sus prisas porque los europeos imitaran a Washington y le otorgaran la propiedad de los territorios saharahuis, Rabat ha llegado a enfrentarse a la nación más poderosa de la UE, Alemania, sólo porque Merkel sigue aferrándose a la legalidad de la ONU, que exige un referéndum de autodeterminación. Por no hablar de la crisis migratoria de Ceuta, cuando el pasado mes de mayo, Marruecos instigó a miles de sus ciudadanos –menores incluidos – a cruzar la frontera de la ciudad autónoma, en represalia contra nuestro país por haber acogido en un hospital al líder del Polisario, Brahim Gali.
Esta crisis diplomática obedece a distintos factores, pero tiene -como casi todo lo que ocurre en el Norte de África- un hilo conductor: los planes, maniobras e intereses de EEUU.
La osadía diplomática de Rabat también despechó a Argel cuando en julio, el embajador marroquí en la ONU defendió el derecho a la autodeterminación de los cabiles (población amazigh, bereberes de Argelia). Una maniobra que parece «pegarse un tiro en el pie», porque el propio Rif marroquí también tiene un movimiento independentista amazigh, que sorprende intermitentemente con grandes brotes de malestar y movilizaciones como las de 2016. Sólo se explica como una represalia solapada por el apoyo argelino a los saharauis.
Además de al separatista Movimiento por la Autodeterminación de la Cabilia (MAK), Argel también acusa a Rabat de financiar a Rachad, un partido islamista. Los dos grupos han sido clasificados como «grupos terroristas» por las autoridades argelinas, y de hecho Argel ha llegado a señalar que estos dos grupos, e indirectamente Marruecos, están detrás de la ola de más de un centenar de incendios que ha arrasado miles de hectáreas, dejando 90 muertos.
Otro casus belli han sido las revelaciones de varios medios internacionales de que la inteligencia marroquí usó el programa israelí de spyware, Pegasus, para piratear el teléfono de hasta 6.000 argelinos, entre ellos sus líderes políticos y militares. Y ya, para más inri, tenemos la reciente visita a Marruecos del ministro de Exteriores israelí, Yair Lapid, acusando al gobierno argelino de conspirar con Irán contra Rabat y Tel Aviv.
Por contra, las autoridades y la prensa marroquí -que en ese país responden como un solo hombre- han acusado a Argelia de crear esta crisis diplomática como cortina de humo frente al movimiento de protesta (Hirak) de su población contra la corrupción de las autoridades y la grave crisis económica que vive el país.
Esta aguda crisis argelino-marroquí preocupa, y mucho, al gobierno español. Por un lado, se trata de nuestra frontera sur, y un aumento de la desestabilización del Magreb puede complicar la ya explosiva situación geopolítica del Sahel, el área subsahariana, con consecuencias migratorias y de seguridad en ambas regiones.
Pero además este conflicto puede complicar y encarecer el suministro de gas argelino a nuestro país. Algo que tendría un impacto directo en nuestra ya híper-tensionada factura de la luz. Viendo cómo se agravaban las relaciones diplomáticas con Marruecos, nuestro país ya acordó que todo el gas argelino pasara por del gasoducto Medgaz, que une directamente España y Argelia a través del mar de Alborán, en detrimento de otra conducción, el GME, que pasa por territorio marroquí.