teatro

Tejas Verdes

«Deja de ser un sermón de izquierdas para ser una obra de teatro»

¿Por qué pusiste en marcha esta obra en el 2003?

En el 2003 fue un encargo de Eugenio Amaya, un director chileno que estaba exiliado en España desde hacía muchos años. Quería volver a Chile y hacerlo con una obra, y yo le propuse que fuera sobre el golpe de Estado. Le conté que cuando el juez Garzón lanzó la orden de extradición sobre Pinochet me sorprendió mucho, porque era un juez español que pedía la extradición de un dictador chileno que estaba en Londres. Eso me llevó a investigar y descubrí que el obispado de Santiago de Chile había puesto unas páginas en Internet que me impresionaron. La Iglesia Católica colaboró con la dictadura y eso pesaba, así que habían hecho una web donde la gente que estaba buscando a sus familiares podía preguntar, y sorprendentemente mucha gente que había participado confesaba a quienes habían matado, cuándo y dónde podían estar enterrados. Yo leí aquello con tanta culpa y con tanta amargura y me emocionó. Entonces encontré un poema que publicaba una chica a su hermana que se llamaba Colorina, muy emocionante, que después he utilizado en la obra. Empecé a investigar sobre Colorina y descubrí que era una chica que tenía un novio de izquierdas, del Movimiento de Izquierdas Revolucionario, un partido de la democracia cristiana que había evolucionado a posturas del Frente Popular a favor de Allende. Era un personaje de clase media alta, cristiana, muy inocente, y me conmovió. Así empezó Tejas verdes, una historia que lleva ya doce años representándose.

¿Y por qué la has cambiado en esta ocasión?

Como te decía, era un encargo que escribí como una serie de monólogos que se iban completando unos con otros, surgiendo un mosaico en el que al final aparecía la historia. Ahora la he reescrito con una intención más dramática, más de desarrollo dramático del personaje. Creo que ahora hay más teatro, que es más optimista. El discurso sigue siendo el mismo, el de la injusticia, la crueldad y el despropósito que supuso, pero me parece ahora más atractiva, porque deja de ser una obra de sermón de izquierdas para ser una obra de teatro, donde hay personajes que les pasan cosas. La he reescrito muy profundamente como una historia tradicional en ese sentido, y está funcionando realmente bien. Llevamos casi siete meses en la Teatro Nueve Norte.

Hay que tener en cuenta que es la quinta vez que la representamos en Madrid. Y creo que no solo aguantaremos hasta el final de temporada, sino que volveremos casi seguro en septiembre.

Es raro encontrar obras de teatro que aborden episodios así en el teatro español

El teatro español no es un teatro sensible a lo inmediato o al hecho concreto, como el teatro anglosajón o el alemán. Cuando estrenamos esta obra en el 2004 hicimos cuatro o cinco funciones en la sala Triángulo y la obra desapareció de la cartelera. En el 2005 se montó en Londres con u éxito que fue impresionante. Llenamos el teatro desde el primer día y durante cinco meses. La escenografía era bellísima, pero en España también se ha hecho muy bien y hasta ahora, aunque había ido bien, no había funcionando tanto. Ahora llenamos todos los días. No sé por qué pasan estas cosas. Quizás porque el montaje guste. Cuando la escribí la obra apelaba mucho a la indignación del espectador, que hablaba de cosas terribles. En este montaje eso lo he dado por supuesto, como a los toreros, el valor se le supone, y no me he preocupado por contarlo. He procurado hacer una obra que funcione autónomamente como teatro, con canciones y con música, y con un tratamiento literariamente menos próximo a los hechos que se denuncian, con más juego teatral, con más elemento lúdico que creo que tiene que tener el teatro, sin que eso signifique la degradación del valor dramático de lo que se cuenta, porque es muy duro. Creo que el público ahora sale contento porque ve que en medio del horro y la barbaridad, la vida continua, el hombre puede superar la adversidad, la injusticia se demuestra, los criminales y los fascistas son execrados, en definitiva, tiene un final feliz, en el sentido más ridículo de la palabra, que pone en cuestión la propia dramaticidad de la obra. Y creo que este mecanismo extraño funciona. La obra termina siendo una parodia de sí misma. La gente sale contenta porque después de haber visto una obra muy dura y dramática piensan que el mundo se puede mejorar y vale la pena hacer el esfuerzo por hacerlo. Este elemento optimismo es un acierto. Estoy muy contento.

Antes de reescribirla hiciste una prueba con 40 personas para conocer su opinión

Sí, porque tenia dudas. Esta obra ha dado la vuelta al mundo. Se ha representado en Sudán, en Tailandia, en Japón, en EEUU, en Irlanda, en Colombia… y siempre con el formato anterior de sermón político basado en “esto está muy mal y los malos son muy malos”. Y yo sentía la necesidad de reescribirla, no por el argumento sino por el tratamiento del argumento, y tenía muchas dudas, porque igual me estaba equivocando. Así que hice un preestreno con 40 o 50 personas, todo amigos con los que yo tenía confianza y les pregunté como veían los diferentes aspectos de la obra. Y entonces me convencí de que merecía la pena intentar ese nuevo enfoque que te he estado comentando. El teatro no puede ser de fórmula religiosa. Cuando haces una obra como una misa, a la que acuden los fieles, se leen los evangelios, y a todo el mundo le parece muy bien… no puede ser. Eso tiene un sentido religioso, pero desde luego no teatral. Yo he escrito la obra al revés, para que el público se cuestionara si eso podía ser así, si tenía sentido, si no hubiese sido mejor de otra manera. He intentado introducir la interrogación y el elemento de la duda. No podemos estar siempre en posesión de la verdad, ni sentir que tenemos razón. Hay que estar continuamente cuestionando y preguntándole al espectador “¿tú estás seguro de que esto es así?”. Y eso es lo que he intentado hacer.

Y no todo el mundo lo ha entendido. Tengo compañeros que me han dicho que la versión anterior era una denuncia más clara, y yo prefiero que sea una denuncia menos clara. Quiero que la gente piense. Esto no es un ejercicio religioso, sino de reflexión. En la anterior versión la atención estaba sobre la víctima, a la que la policía la hacía desaparecer y la torturaba. Y en la nueva versión miro a su compañera que es la que la denuncia, porque la someten a tortura y la entrega. Una mujer torturada por su propia experiencia que ha denunciado a sus seres más queridos, los ha entregado a la policía y los han matado, ese sufrimiento terrible y esa desolación. Hay un momento que me impresiona en el que mira el álbum de fotografías y dice “todos están muertos porque les he denunciado”. Impresiona lo que dice. Me pongo en su lugar y es una experiencia terrible. Dramáticamente me interesa más esa experiencia, porque es una experiencia dramática, de sufrimiento, de pathos, en el sentido griego de la palabra.

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