El Observatorio

Tarde de gloria de José Tomás en Valencia

Primer gran ciclo torero de la temporada -las corridas de Fallas en Valencia-, primera reaparición en el albero de José Tomás y primera salida a hombros de la temporada, entre los ví­tores y el entusiasmo de una plaza llena a reventar. José Tomás -si nada se tuerce- parece llamado a recuperar para el toreo toda la magia y el duende de esta fiesta ancestral, que en los últimos años parecí­a haberse convertido en recinto degradado para ventilar «asuntos del corazón» o para «pegapases» apodados de toreros, por falta de cosa mejor.

Regreso triunfal de José Tomás a la laza ante dos toros muy opuestos, uno noble, el otro feo y buscón, ante los que el torero de Galapagar demostró que si hay torero, hasta del peor morlaco se puede sacar una faena meritoria, si se pone arte, valor, torería y no se escurre el bulto. La plaza estaba llena a reventar, y José Tomás no podía defraudar a una afición que le sigue ya con fervor, y con la intuición certera de que si José Tomás está en la plaza algo grande puede pasar en cualquier momento. Algo como que reaparezca el verdadero toreo, en toda su pureza y profundidad, con todas sus suertes bien ejecutadas y con la dosis de valor que hay que ponerle necesariamente. Una dosis que esta vez no fue ni mucha ni poca, sino la justa, desbaratando esa imagen de “suicida” que una cierta prensa antitaurina y los detractores de la fiesta han puesto en circulación en los últimos tiempos como antídoto para desactivar una figura que –ellos también– intuyen como un revulsivo que puede volver a colocar la fiesta de los toros en el corazón de la identidad cultural española.Porque esa es, en definitiva, la tarea titánica que José Tomás carga sobre sus espaldas. No se trata sólo de ingresar y mantenerse en el Olimpo del toreo, ni de granjearse una posición indiscutida en el podio. Se trata de algo más hondo y más importante. Hay que devolver la fiesta a las plazas, a los toros y a los toreros, a las faenas hondas y al duende, al compromiso inequívoco del matador con su arte y con su público, y arrebatárselo sin concesiones a las revistas del corazón y al “Tomate”, donde estaba a punto de entrar en un estado de coma, previo a la defunción.La fiesta tiene que evocar a Picasso y a Lorca, no a la Pantoja y Jesulín. El toreo es una fiesta, pero una fiesta grave, honda, repleta de misterios y emociones, un duelo a vida o muerte que se sustancia en una poderosa mezcla de arte y valor única e irrepetible. Fuera de esto, la fiesta es un pastiche, un vulgar souvenir “typical spanish”, una farsa representada en el escenario de una tragedia. Eso, y no las críticas de los antitaurinos, es lo que puede efectivamente “matar” la fiesta.Y contra eso se rebela el toreo de José Tomás. Contra la farsa, contra el pastiche, contra el sentimentalismo huero, contra la falta de compromiso y valor. Y a favor de devolver a la fiesta todo lo que la hace grande, todo lo que engarza con su tradición, todo lo que debería permitir un renacimiento completo y popular de la fiesta. Su plena recuperación como “fiesta nacional”.En esta tarea, José Tomás no está solo. Pero de alguna manera, obvia e impalpable, a él le ha correspondido coger entre sus manos el estandarte y ponerse a la cabeza. Ayer en Valencia demostró que llevar ese estandarte no sólo no le pesa, sino que le estimula. Y el público se lo agradeció, sacándolo a hombros por la puerta grande.

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