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Tambores de Sebastopol

Los labradores solían mirar al cielo y decir: «Agua, sol y guerra en Sebastopol». Si se cerraba el puerto de Odesa, subía el valor de las fanegas. Ahora pueden estallar los confines de Europa y el puerto de Sebastopol, no para apoderarse del trigo, sino del gas y el petróleo, lo que podría dejar el mundo a oscuras.

Sería una guerra relámpago. «Europa y Estados Unidos han consentido que Rusia se creyera una gran potencia, y al final se lo ha creído gracias a su éxito en Irán y en Siria y a la gestión de un ministro de Exteriores tan inteligente como Molotov, llamado Sergéi Lavrov», me dice un gran experto en la renacida guerra fría.

Mientras el comandante en jefe de EEUU practica el pensamiento débil y el footing por los pasillos de la Casa Blanca, Lavrov desmonta la teoría de la primavera democrática y habla con una Europa que no existe como potencia militar, advirtiéndole de que la Plaza Maidán de Kiev puede ser el gueto de Varsovia: está repleta de extremistas, vándalos y nazis.

«¿Ha resucitado el Ejército Rojo?», pregunto. «Ha resucitado el imperialismo ruso», contesta. El experto piensa que Ucrania quedará dividida entre prorrusos y aquellos que los odian hasta después de la muerte. «Los odian por muchas razones, también por el trigo. Ucrania era el granero y durante el estalinismo les arrebataban las cosechas y los mataban de hambre». Los rusos nunca se fían de ellos porque una gran minoría se unió a Hitler en la guerra.

Que se queden con la copla los catalanes. No sólo revive y rebrota la peste del nacionalismo, sino también la carga de la brigada ligera, con sus asedios y matanzas. En un nuevo acelerón histórico, Rusia puede retorcer el cuello a Ucrania, infectada por la leyenda de los cosacos y el mito de Kiev, madre de ciudades. Los coros y danzas han terminado en flota del Mar Negro con los misiles a punto y con el permiso de la Duma a Putin para defender a los que tienen pasaporte ruso y «sangre rusa».

Soldados sin identificar, es decir, milicianos, y chequistas invaden los aeropuertos. Sólo nos queda decir: pobre Ucrania, tan cerca de Europa y tan lejos de los Estados Unidos, a merced de un zar-espía, chulo de la Lubianka, patriota granítico que practica el judo en la sauna. «También es responsable Moscú de la ascensión del nacionalismo ucraniano», explica el experto. Solzhenitsyn criticaba la política salvaje y desleal de los nuevos jerarcas rusos con Ucrania. «Están destruyendo la cultura rusa. Se han apoderado del Mar Negro y pronto se apoderarán del Azov».

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