En las últimas semanas hemos vivido algo así como una doble esquizofrenia cinematográfica. Por una parte los Oscar. Y por otra los Goya. Mientras Hollywood cumple su papel como plataforma de propaganda del proyecto Obama, nuestro cine hace titánicos esfuerzos por demostrar de lo que es capaz pese a todas las dificultades y palos en la rueda
El cine norteamericano lleva años demostrando que su producción artística va paralela con su decadencia como superpotencia. Salvado por la genialidad de algunas producciones, de la mano de Eastwood, Tarantino, Coppola o Scorsese, las películas made in Hollywood se han dedicado a repetir fórmulas ya manidas, clichés de “éxito seguro”, y refritos de producciones ajenas. Este año, la contradicción se ha sublimado. Hollywood ha pasado a la ofensiva, intentando, sin miramientos, mostrar la cara más amable del dominio estadounidense, en fractura abierta con las candidatas de Tarantino o Ang Lee.
La tradición democrática norteamericana parece encontrar mejor portavoz en las locuras de Tarantino, que en los amables trucos de la progresía norteamericana.
Sin embargo, nuestros Goyas, han mostrado una realidad absolutamente contraria. Un excepcional despliegue de creatividad y buen cine, exhibido desde las mismas candidaturas previas a las nominaciones. Una cantidad de buenas y variadas películas que ponen de manifiesto la capacidad de nuestros profesionales para competir a escala internacional con el mejor cine, pero todavía no con las más potentes industrias. Porque mientras el Estado siga actuando como losa sobre la industria y sus profesionales, nada cambiará.
Si como dice Alberto Rodríguez, director de Grupo 7, en estas páginas, el cine es nuestra cara ante el mundo, la manera de mostrar nuestra forma de ver la vida y el mundo, el cine que se ha parido en el 2012, al que habrá que sumar alguna producción más que colea (como la última película de Almodovar), es un fantástico ejemplo. Gusta cómo vemos el mundo, y cómo nos adaptamos contando historias en todos los géneros.
Mientras, el gobierno de turno, cualquiera de los dos, sigue haciendo serios esfuerzos por someter la industria del cine. Bien porque hay que sacrificarla bajo las directrices de Bruselas, bien porque una industria independiente en un sector tan estratégico como el cine, tiene mayor peligro que un desierto artístico.
Necesitamos una industria fuerte e independiente. Necesitamos soberanía para, también en el cine, desarrollar una política propia al servicio del país y sus ciudadanos.
Lo cierto es que los Goya han demostrado que ¡Sí, se puede!