Un debate en ciernes

Sobre el intelectual melancólico

La publicación de dos libros de contenido opuesto por parte de dos profesores universitarios de Barcelona está suscitando un interesantí­simo debate acerca de la valoración del presente educativo y cultural y el papel de los intelectuales. ¿Estamos asistiendo al fin de la cultura humaní­stica? ¿O eso es sólo una vana profecí­a de intelectuales perplejos, frustrados, próximos a la jubilación y enfermos de melancolí­a?

Jordi Gracia (Barcelona,1965) es profesor de literatura en la Universidad de Barcelona y autor de diversos libros y ensayos sobre cultura española contemporánea, entre ellos «La España de Franco. Cultura y vida cotidiana», «La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España» (premio Anagrama de Ensayo 2004) o «Derrota y restitución de la modernidad, 1939-2010», que es el último tomo de una «Historia de la literatura española» dirigida por José-Carlos Mainer. Pero, desde octubre de 2011, Jordi Gracia es, ante todo, desde el punto de vista mediático, el autor de un «panfleto», cuyo sólo título ya ha despertado curiosidad e interés, incluso en medios habitualmente poco proclives a estos temas, y cuyo contenido ha logrado la hazaña de provocar un cierto debate, una cierta polémica intelectual en un país muy poco dado a tal tipo de controversias.

Un debate que se suscita, además, en un momento crucial, en el que ciertamente existe un clima (sobre todo, en una determinada generación, precisamente la que ha detentado el poder cultural) de «fin de todo». Como el protagonista de la última novela de Vila-Matas, «Dublinesca» (2010), ciertos sectores (académicos, intelectuales, escritores, artistas…) , viven hoy efectivamente bajo un síndrome, bajo una psicosis de «fin de todo», en la creencia de que la «barbarie del presente» (encarnada en las turbas de jóvenes ágrafos, iletrados y embrutecidos, que jamás leerán a Shakespeare o a Cervantes, porque prefieren la «sopa» caótica de internet, los móviles y la playstation) acabará irremediablemente con una «edad dorada» en que la «alta cultura» y los ideales humanísticos eran no sólo reconocidos y valorados, sino incuestionables.

En «El intelectual melancólico. Un panfleto» (Anagrama, 2011), Jordi Gracia aspira a desentrañar y describir las razones, los motivos que, a su juicio, dan cuenta de este clima catastrofista, y sobre todo, lanza una diatriba sin contemplaciones contra quienes, a su juicio, son los promotores esenciales de esa «neblina tóxica», depresiva y paralizante: lo que llama «los intelectuales melancólicos», y que son, ante todo, profesores universitarios aquejados de un malestar crónico, cuya sintomatología se resume en tres manifestaciones muy simples: «la frustración en el límite de la edad productiva, el desengaño frente a las mutaciones sociales imprevistas y la herida abierta de una vanidad nunca estabilizada».

En un estilo que mezcla, sin aparente contradicción, el rigor académico con la libertad expresiva (incluso la ligereza) del panfleto, empleando a fondo la ironía e incluso el sarcasmo, Jordi Gracia arremete (eso sí, sin mencionar nombre alguno, lo que mella ciertamente el filo de su crítica) contra quienes, en los últimos tiempos, no abren la boca más que para denostar el «envilecimiento moral y cultural de nuestra sociedad», «la indigencia intelectual» de las nuevas generaciones y «el apocalipsis que representa el fin de la alta cultura», cuando, en realidad, dice Gracia, estos «nuevos profetas» tienen «muy pocas razones para quejarse» y «muy pocos argumentos, más allá de la irritabilidad que el desorden suscita en sus órdenes fosilizados». «Gracia dispara contra los que no abren la boca más que para denostar el «envilecimiento moral y cultural de nuestra sociedad» «

Gracia reprocha a estos «agoreros» del desastre, que ven detrás de cada nuevo cambio social, cultural o tecnológico, una amenaza y una equivocación, que han olvidado incluso las lecciones de los mismos «clásicos» por cuya muerte hacen doblar sus campanas con tanto estruendo, clásicos (como Montaigne) que ya advertían: «¿Quién vio nunca una vejez que no alabase el tiempo pasado y no anatematizase el presente, achacando al mundo y las costumbres de los hombres su miseria y su desdicha?». En los clásicos, recuerda Gracia, «nadie leyó jamás argumentos para remachar una decadencia fatal del presente, sino para comprender la mecánica del mundo y los enjuagues engañosos que el hombre público tiende a hacer entre ganancias y pérdidas».

Al trazar el perfil del «intelectual melancólico», Gracia afirma: «Casi siempre el melancólico de hoy fue el progresista ilustrado y burgués de la Europa del 68. Fue un joven iconoclasta y hoy es un adulto resentido por el fracaso de su utopía menor pero sobre todo porque el cambio social ha tomado una dirección para la que no tiene mapa ni brújula. La inmersión neorromántica en la juventud -1968- ha sido en muchos de ellos y a la larga necesariamente depresiva o desmotivadora. El tiempo transcurría, sus libros se sucedían, y ellos seguían sin alcanzar las cotas (de ventas) esperadas… Toda la vida combatiendo como héroes incomprendidos contra la tosquedad del mundo para seguir después de los cincuenta años como funcionario de universidad atornillado al suelo de la cátedra».

Toda la fortaleza, ironía y gracia de esta crítica demoledora pierde, no obstante, gran parte de su fuelle y de su mrdiente cuando Gracia pasa del ataque a la defensa, es decir, cuando intenta argüir en pro y en favor de los nuevos tiempos, de la nueva cultura y, sobre todo, cuando traza un balance acríticamente positivo de los avances culturales, ideológicos y civilizatorios llevados a cabo en Europa desde la posguerra. Es entonces cuando el panfleto deriva prácticamente en una justificación ideológica de la socialdemocracia, que tiene mucho de «apología del presente», y muy poco de los perfiles críticos de los que el texto hacía gala cuando de lo que se trataba era de zaherir (muchas veces con toda justicia y notable certeza) a nuestros «incurables melancólicos».

Soterradamente, el panfleto de Gracia (que no menciona ningún «blanco» explícito) parece ser una respuesta a otro libro que, en sentido contrario, aboga por una visión nada optimista del devenir de la cultura en los tiempos actuales: se trata de «Adiós a la Universidad: El eclipse de las humanidades», de Jordi LLovet, que también fue catedrático de Literatura en la Universidad de Barcelona. Así lo piensa, al menos, el crítico Ignacio Echevarría, que en su columna de El Cultural, señala el interés de este debate, al tiempo que critica el terreno, un poco desfasado, al que, según él, intenta llevarlo Gracia: «el terreno ya muy quemado -dice-de la vieja querella entre antiguos y modernos o, más cercanamente, entre apocalípticos e integrados».

También subraya Echevarría la «sospechosa deriva» del texto de Gracia hacia convertirse en una apología de la socialdemocracia, «que cruje especialmente en estos tiempos que corren, y que cabría tachar de ingenua o entusiasta si sus énfasis retóricos no transparentaran la recalcitrante autosatisfacción, el optimismo programático, la corrección política, la susceptibilidad hacia toda queja o disidencia y el condescendiente populismo que han caracterizado a la llamada cultura de la Transición, de la que no parece que vayamos a terminar nunca de librarnos».

En todo caso, y como aboga el propio Echevarría, «sería muy deseable que en el ámbito español se promoviera el debate por el que clama Llovet en Adiós a la Universidad sobre el desmantelamiento de la institución universitaria y el relegamiento que en ella padecen las humanidades», debate al que, sin duda, el panfleto de Gracia ya ha añadido un ingrediente nuevo y polémico. Lo que sería inaceptable es, una vez más, esperar que el olvido lo entierre todo en un sudario de silencio.

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