Descubrimiento arqueológico

¿Siempre ha habido clases?

En las sociedades matriarcales «donde se sabí­a quién era la madre pero no el padre- la linealidad se establecí­a por lí­nea materna. Para garantizar a sus descendientes el derecho de herencia sobre los excedentes arrebatados a la comunidad, el hombre debe imponer a la mujer una monogamia estricta.

¿Una maldición bíblica?

“Siempre ha habido ricos y pobres”. “Siempre ha habido clases, y siempre las habrá”. Estas son algunas de las ideas más extendidas para convencernos de que el abismo de clase que hoy padecemos sería una situación dolorosa pero irreversible e intransformable.

Es mentira. Y cada nueva investigación lo demuestra.

Un estudio de las universidades de Bristol, Cardiff y Oxford evidencia que fue solo a partir de hace 7.000 años, ligado a la aparición de la agricultura, cuando las diferencias sociales empezaron a aparecer, quebrando la igualdad anterior.

El trabajo se centra el estudio de las piezas dentales de 300 individuos diferentes, encontrados en siete yacimientos diferentes de Europa central.

Gracias al análisis de los isótopos de estroncio se ha podido determinar que los varones con azadas de piedra tenían menos variables que los demás, diferenciación explicada por que los primeros tenían acceso a tierras más cercanas y mejores que los segundos.

Este sería el primer germen de un proceso que, a través de una prolongada evolución histórica, daría lugar a la aparición de las diferencias de clase que hoy sufrimos.

Es decir, la desigualdad social y de género no forma parte consustancial de la humanidad, como algunos pretenden hacernos creer. Durante la mayor parte de su existencia, la humanidad se ha organizado bajo relaciones no de explotación sino de colaboración y ayuda mutua.

¿Pero por qué surgieron las desigualdades? ¿Fuimos, como Adan y Eva, expulsados del Paraíso –el pretérito reino de la igualdad- para ser condenados a “ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente” –es decir, a estar sometidos a las nuevas relaciones de explotación-? ¿Fue una “maldición bíblica” ante la que nada podemos hacer?

¿Desigualdad o explotación?

Los estudios antropológicos tienden a valorar cualquier indicio de diferenciación social entre los individuos como el punto de partida de un proceso lineal que dará lugar a la aparición de las clases.

Pero no. No es lo mismo diferencias sociales que división en clases.

Con la aparición de la ganadería y la agricultura se produce un salto cualitativo. La capacidad de producir –hasta entonces sometida a los vaivenes de la recolección y la caza- se multiplica. La organización social se complejiza.

La etapa anterior, regida por una mera batalla por la subsistencia, no permitía apenas diferenciaciones en el seno de las comunidades humanas. Ahora, es posible su aparición, pero siempre en el seno de los productores, que son todos.

Pero estas nuevas diferencias sociales no suponen todavía dominio sobre los demás ni explotación de la fuerza de trabajo ajena. No cuestionan las viejas formas de propiedad comunal y de apropiación y distribución colectiva de la riqueza.«Las desigualdades y la explotación no son inseparables de la humanidad, como pretenden hacernos creer»

Para que eso ocurra debe producirse un robo violento, una agudísima batalla que tardará milenios en resolverse, y que decidirá el futuro de la humanidad. <!– @page { margin: 2cm } P { margin-bottom: 0.21cm; direction: ltr; color: #000000; line-height: 100%; text-align: left; widows: 0; orphans: 0 } P.western { font-family: «Times New Roman», serif; font-size: 12pt; so-language: es-ES } P.cjk { font-family: «Lucida Sans Unicode», sans-serif; font-size: 12pt; so-language: zh-CN } P.ctl { font-family: «Mangal», serif; font-size: 12pt; so-language: hi-IN } A:link { so-language: zxx } –>

Durante mucho tiempo la humanidad solo era capaz de producir los bienes de primera necesidad que consumía inmediatamente. A partir de la aparición de la ganadería y la agricultura se puede producir más allá de las necesidades de supervivencia, se generan unos excedentes de producción.

Lo que pone sobre la mesa nuevos problemas, hasta entonces desconocidos: ¿quién se apropia de ellos?, ¿bajo qué intereses se gestionan?

Las viejas formas de propiedad colectivas, base del igualitarismo social, son sustituidas por nuevas formas de propiedad privadas. La riqueza producida por todos, que antes era disfrutada y gestionada colectivamente, es cada vez más usurpada por una minoría.

Una gigantesca usurpación que relegará cada vez más a los productores al sometimiento, y encumbrará cada vez más a unas clases poseedoras desligadas de la producción directa.

La culminación del robo dará lugar a la esclavitud. Los nuevos dueños de la humanidad no solo se apropiarán de las tierras o el ganado, también de la fuerza de trabajo de los demás –la mercancía más productiva-, transformando a sus antiguos hermanos e iguales en esclavos de su propiedad.

El robo de la riqueza social, imponiendo la explotación del hombre por el hombre sólo pudo saldarse cuando las nuevas clases dirigentes se dotaron de un instrumento político para reprimir al resto de la sociedad: el Estado.

Y que imperiosamente necesita destruir la vieja organización gentilicia que otorgaba al conjunto de la sociedad, en pie de igualdad, la capacidad de decisión de los asuntos políticos, e impedía el dominio de unos miembros sobre otros.

Desde que se saldó esa guerra –una de las más cruentas de la historia- a favor de las clases explotadoras, la humanidad hemos entrado en una nueva batalla: la de liberarnos de la explotación que se nos impuso.

¿Monógamos por naturaleza?

En la misma revista donde las universidades inglesas publicaron sus hallazgos, Sergey Gravilets, de la Universidad de Tennessee, asegura que la aparición de la monogamia tiene que ver con la tendencia a la fidelidad de las hembras y su capacidad de elección.

Según este modelo, las mujeres elegirían como compañeros a los varones que fueran mejores abastecedores de alimentos, con los que establecerían relaciones duraderas y monógamas. Así, “una vez comenzó el proceso, la especie se fue adaptando a grupos de varones abastecedores y hembras fieles”.

Cientos de miles de años después, ellas acabaron dejando a sus familias, en busca de mejores candidatos. Para entonces ya las habían excluido de la posesión de la tierra, sentando las bases de su sometimiento y de la aparición del patriarcado.«La explotación, la usurpación de la riqueza social por una minoría solo pudo imponerse violentamente»

Esta explicación, la más extendida y aceptada en la actualidad, separa completamente el tránsito a la monogamia de la implantación de las relaciones de explotación.

Y no puede ser más errónea… y más reaccionaria.

La irrupción de la explotación quiebra también la igualdad entre los sexos. La vieja distribución del trabajo había otorgado al hombre el dominio de la agricultura y la ganadería, las nuevas potencias sociales, que ahora le otorgarán un poder total. Mientras que el dominio del hogar comunitario, que antes garantizaba la preeminencia social de la mujer, ahora la relegará a un lugar marginal.

En las sociedades matriarcales –donde se sabía quién era la madre pero no el padre- la linealidad se establecía por línea materna. Para garantizar a sus descendientes el derecho de herencia sobre los excedentes arrebatados a la comunidad, el hombre debe imponer a la mujer una monogamia estricta.

Así, absolutamente vinculado a la explotación y dominación, surge la monogamia.

Tal y como establece Engels en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”: “En su origen, la palabra familia no significa el ideal, mezcla de sentimentalismos y de disensiones domésticas, del filisteo de nuestra época; al principio, entre los romanos, ni siquiera se aplica a la pareja conyugal y a sus hijos, sino tan sólo a los esclavos. Famulus quiere decir esclavo doméstico, y familia es el conjunto de los esclavos pertenecientes a un mismo hombre. (…) «La palabra no es, pues, más antigua que el férreo sistema de familia de las tribus latinas, que nació al introducirse la agricultura y la esclavitud legal y después de la escisión entre los itálicos arios y los griegos». Y añade Marx: «La familia moderna contiene en germen, no sólo la esclavitud (servitus), sino también la servidumbre, y desde el comienzo mismo guarda relación con las cargas en la agricultura. Encierra, in miniature, todos los antagonismos que se desarrollan más adelante en la sociedad y en su Estado».

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