Existe desde hace décadas una solución viable al conflicto palestino-israelí, aceptada por la inmensa mayoría de la comunidad internacional. Es la llamada “vía de los Dos Estados”, que implica la creación de un Estado Palestino independiente.
Las maniobras de la derecha sionista, de la mano con los sectores más belicistas del hegemonismo norteamericano, se empeñan en boicotear esta vía hacia la paz. Pero sin embargo es la que objetivamente se corresponde con las ansias de paz, independencia y prosperidad de los pueblos palestino… e israelí
Podría haber sido diferente. Podría haber existido un único país, donde árabes y judíos compartieran en igualdad de derechos políticos una Palestina unida y libre «desde el río hasta el mar». El sionismo, un nacionalismo supremacista, de la mano de la intervención de EEUU, se empeñó en imponer un «Estado judío» sobre la base de expulsar violentamente de su tierra a sus legítimos pobladores.
Pero la historia es la que es. Por eso, la única solución viable ahora mismo es la de los Dos Estados, la coexistencia pacífica de dos naciones independientes: que los palestinos reconozcan al Estado de Israel, y que Tel Aviv consienta en la creación de una Palestina independiente, con las fronteras delimitadas por las anteriores a 1967.
Esta fue la propuesta del Plan de partición de Palestina de la ONU de 1947, que fue rechazada por los árabes entonces. Sin embargo, esta vía hoy es el corazón de las aspiraciones de la Autoridad Palestina. Esta solución ha sido respaldada por múltiples resoluciones de la ONU, y es la apoyada por la inmensa mayoría de la comunidad internacional, entre ellas por la UE o España, pero también por la mayoría de los países de los BRICS o de la Unión Africana.
De Clinton a Trump
En 1993, bajo los auspicios de la administración Clinton, se abrió una ventana de oportunidad: los Acuerdos de Oslo. Tras años de negociaciones, la OLP de Yasser Arafat y el gobierno israelí de Issac Rabin y Shimon Peres se estrechaban la mano, recibiendo luego el Premio Nobel de la Paz.
Los acuerdos de Oslo no eran perfectos. Quedaban fuera de las negociaciones los asuntos más espinosos, como el estatus de Jerusalén, el retorno de los refugiados palestinos, o los asentamientos israelíes en los territorios ocupados. Pero ponían cimientos firmes para el establecimiento de un futuro Estado Palestino.
Fueron el producto de un contexto. Acabada la guerra fría y con Washington como única superpotencia, la línea Clinton -una “hegemonía consensuada” que colocaba a EEUU como árbitro supremo- necesitaba un apaciguamiento del conflicto palestino-israelí.
Pero el cambio de línea en la cabeza del imperio cerró esa puerta. Sucesos como el asesinato de Rabin en 1995 a manos de un fanático sionista, y sobre todo el ascenso al gobierno de Tel Aviv de figuras como Netanyahu y Ariel Sharon dinamitaron el proceso de paz. La incendiaria visita de este último a la Explanada de las Mezquitas en 2000 provocó la Segunda Intifada, y una espiral de violencia en Oriente Medio. Preparando el camino para que un año después, tras el 11S, la administración Bush lanzara su «dictadura terrorista mundial» invadiendo Afganistán e Irak.
Desde entonces, los sectores más reaccionarios de Washington y Tel Aviv se han encargado de boicotear la «via de los Dos Estados». Con periódicos ataques militares sobre Gaza, y promocionando sin cesar nuevos asentamientos ilegales en Cisjordania, troceando, aislando e incomunicando los enclaves palestinos, arrebatándoles las tierras más fértiles y privándoles de agua.
La presidencia de Obama trató de retomar los pasos de Clinton, pero el sabotaje de los centros de poder más belicistas de EEUU e Israel continuó, y luego se desató sin freno durante los años de Trump.
Y sin embargo, la solución de los Dos Estados es la que se corresponde con las ansias de paz, independencia y prosperidad de los pueblos palestino e israelí. Debemos desenmascarar a quienes la sabotean para poder limpiar ese cauce de los cascotes que lo obstruyen