Como un rayo en medio de un cielo sereno, la explosiva huelga protagonizada por los trabajadores del Metro de Madrid parece haber despertado del letargo a media nación. Los grandes medios de comunicación monopolistas, enredados y enredándonos con la sentencia del Constitucional como si no hubiera nada más importante para el futuro de España, han tenido que hacer un alto en el camino para dedicarse a atacar y denigrar una huelga que se sale de lo que hasta ahora creían controlado. Por el contrario, para grandes sectores populares, la lucha de los trabajadores del metro madrileño ha sido como un aldabonazo en la conciencia, mostrando a ojos de todo el mundo que sí se puede, con unidad y con lucha, hacer frente a sus planes y organizar una respuesta popular a sus ataques.
Cuando el gobierno Zaatero sacó el decreto de rebaja de un 5% del sueldo de los funcionarios, tuvo buen cuidado de dejar fuera a los trabajadores de las empresas públicas (Renfe, Hunosa, Astilleros, EADS, Enagás, Izar, Hispasat, Iberia, Red Eléctrica, RTVE,…), cuyos salarios se rigen por convenios colectivos propios y no, como el resto de funcionarios, por acuerdos con el gobierno. El objetivo evidente era impedir que en las movilizaciones y protestas de los funcionarios participaran activamente los trabajadores de las empresas públicas, con un grado de organización y capacidad de lucha infinitamente superior a la de los funcionarios. Aguirre, la cólera del FMI Esperanza Aguirre, sin embargo, decidía la pasada semana incluir a los trabajadores de las empresas públicas que dependen de su gobierno autonómico (Metro Madrid, Telemadrid,..) en el recorte salarial del 5%. ¿Por qué? Además de ese aristocrático y resabiado “odio de clase” que rezuma la presidenta madrileña, el sector que ella encabeza en el seno del PP siempre se ha destacado por actuar como una especie de “kamikaze” del hegemonismo, llevando adelante sin contemplaciones sus orientaciones y dictados en todos los terrenos. Una línea que se ha caracterizado por estar más dispuesta que nadie a llevar más lejos y más radicalmente sus directrices (desde la participación en la guerra de Irak hasta la posición ante Cuba, Chávez,…) Su decisión de recortar el salario a los trabajadores de las empresas públicas tendría, en ese sentido, el valor de trasladar un mensaje claro ante las turbulencias políticas que previsiblemente se avecinan: el PP, o al menos su sector, sí está dispuesto a llevar la rebaja salarial del 25% sin dudas ni vacilaciones, extendiéndola a todos los sectores y enfrentándose con mano dura y sin que le tiemble el pulso a las más que probables oleadas de rechazo popular. El Comité de Huelga Ante la ruptura del convenio y la rebaja salarial, el comité de empresa de Metro Madrid convocó una serie de asambleas a las que asisten entre 1.000 y 2.000 trabajadores (de los 7.000 que tiene la empresa), donde a mano alzada se decide la celebración de la huelga, el no cumplimiento de los servicios mínimos y la creación de un Comité de Huelga. La radicalidad y la consecuencia de la decisión de los trabajadores del metro madrileño está determinada en gran parte por la peculiar correlación de fuerzas que existe en su comité de empresa. En él, a diferencia de lo que ocurre en la inmensa mayoría de las grandes empresas del país, CCOO y UGT (7 y 6 delegados respectivamente) no sólo no son las fuerzas hegemónicas, sino que están en minoría frente a la alianza del Sindicato de Conductores (8 delegados), Solidaridad Obrera (5), Sindicato Libre (4) y Sindicato de Estaciones (1). El Sindicato de Conductores es una organización sindical propia de los trabajadores del metro de Madrid. Fue creada en 1991 por un amplio grupo de afiliados de CC OO y UGT, que se rebelaron contra el comité de empresa por su compadreo con el gobierno autonómico (entonces dirigido por el PSOE, por Leguina), crearon una comisión de conductores y se incorporaron a la CNT. Pero un año después, en 1992, deciden dejar la CNT y se convierten en el Sindicato de Conductores del Metro de Madrid. Solidaridad Obrera es, por su parte, un sindicato minoritario de carácter anarcosindicalista, muy en la línea de lo que fue la tendencia mayoritaria de la CNT durante la IIª República y la guerra civil, en la que lo anarco-sindicalista pesa más que lo libertario-faísta. La medida de incumplir los servicios mínimos y precipitar dos jornadas de caos en la capital es una decisión consciente tomada por la mayoría de los trabajadores, pese al riesgo que conlleva de enfrentarse a sanciones muy duras, ante unos servicios mínimos (del 50% en el conjunto de la jornada, pero del 70% durante las horas punta) que hacen “invisible” la huelga, pues prácticamente los usuarios ni se enteran que el Metro está en huelga. Y también ante el hecho de que otro tipo de lucha como han hecho trabajadores del transporte público en ciudades más pequeñas (seguir trabajando y dejar que la gente suba a los vehículos sin pagar los billetes), está descartada en grandes ciudades como Madrid, dado que el 92% de los pasajeros utilizan algún tipo de bono, con lo que sólo tendrían que picarlos en las máquinas y el efecto de la huelga sería nulo. Sacar a la luz lo oculto La huelga de los trabajadores del Metro de Madrid ha empezado a sacar a la luz la realidad que hasta ahora permanecía oculta, aunque ya había empezado a vislumbrarse en la radicalidad y masividad de las últimas manifestaciones, y que nosotros venimos anunciado desde comienzos de junio. Y es que la respuesta popular, una vez puesta en marcha puede alcanzar un grado de radicalización y antagonismo proporcional a la hondura de los ataques contra el 90% de la población. Esto es lo que ha ocurrido con la huelga de los trabajadores de Metro Madrid. Cuando parecía que no pasaba nada y que todo el mundo, de grado o por fuerza, se resignaba a sufrir los ataques, la huelga de los trabajadores del Metro de Madrid viene a ser como una piedra lanzada contra el espejo que rompe la relativa “calma social” en la que la oligarquía y el imperialismo confiaban poder aplicar sus planes de recorte y ajuste. Incluso aunque hubiese episodios esporádicos (como la huelga de funcionarios o la próxima del 29-S) con un carácter más de “derecho al pataleo” (y por lo tanto fácilmente asimilables y reconducibles) que de luchas dirigidas a hacer retroceder sus planes y que con ello creen mejores condiciones para levantar una alternativa a su proyecto. Lo que la huelga de Metro Madrid ha sacado a la luz del día es lo que hasta ahora permanecía invisible, oculto. Las mismas cifras oficiales del Ministerio de Trabajo reflejan una creciente conflictividad laboral, que de ser irrelevante al comienzo de la crisis ha ido en aumento en los últimos meses. Hasta el punto de que el año pasado se convocaron 1.001 huelgas, la cifra más alta desde el año 2000, un 30% más que en la media del decenio y en las que participaron 653.493 trabajadores. Y el primer semestre de este año sigue la misma tónica. Sólo que todas estas luchas han permanecido, hasta ahora, convenientemente ocultas a los ojos de la opinión pública, se busca hacerlas invisibles para crear la sensación de que “aquí no se puede hacer nada, porque nada ni nadie se mueve”. Por favor, no se me confundan Inevitablemente, una lucha como la de los trabajadores del Metro por su especificidad y radicalidad, tiende, si no se sabe tratar correctamente, a provocar contradicciones y conflictos con otros sectores populares. Algo que han aprovechado inmediatamente los medios de comunicación monopolistas lanzándose como hienas y buscando dividir y enfrentar entre sí al 90% de la población. Algo que era perfectamente previsible. Pero no debemos dejarnos cegar por la avasalladora campaña puesta en marcha por los medios monopolistas. Independientemente de que se pueda estar más o menos en desacuerdo con la orientación o las formas que han adoptado los trabajadores en su lucha, es una huelga justa y debe ser defendida y apoyada. Donde se maneja el hacha, saltan astillas. Y si no se afina con una orientación correcta y unos métodos de lucha adecuados, lo más probable es que algunas de esas astillas se claven entre los amigos. Pero eso es una cosa, y otra muy distinta no tener claro en qué lado está cada uno y separar a los nuestros de los enemigos. Como publica hoy mismo un filósofo catalán, Manuel Cruz, en El País: “por favor, no se me confundan de enemigo”. Los trabajadores del Metro de Madrid han sufrido un ataque y se han revuelto contra él. Primero los apoyamos contra el ataque de los enemigos. Segundo celebramos y destacamos el grado de consecuencia y combatividad que han demostrado, llamando al resto del pueblo a seguir, en este punto, su ejemplo. Y sólo después podemos y debemos sacar conclusiones de los aspectos erróneos insuficientes y/o mejorables de su lucha, aprendiendo de ellos para transformarlos. El problema capital El problema capital de la batalla en la que estamos es el de unir al 90% de la población, puesto que son los intereses del 90% los que están siendo atacados. Ese es el principal punto débil del proyecto de nuestros enemigos, y en él debemos concentrar nuestros golpes. La oligarquía y el imperialismo van a hacer lo imposible para impedirlo. Van a tratar de dividir y enfrentar a unos sectores populares con otros. Van a buscar que la clase obrera –habitualmente las más disciplinada y combativa ante una convocatoria de Huelga General– se quede sola en la lucha. Nosotros, por nuestra parte, debemos comprender que ha haber una correspondencia entre este objetivo de unir al 90%, la línea y el programa que se propone para ello y los métodos de lucha que se utilizan. En este sentido, la movilización de los trabajadores del metro madrileño pone sobre el tapete distintas experiencias de las que es imprescindible extraer enseñanzas. En primer lugar, los trabajadores de Metro Madrid debían haber puesto mucho más empeño y trabajo en hacer entender al resto de trabajadores y al pueblo de Madrid las razones justas que les han llevado a la huelga y a incumplir los servicios mínimos. Haciendo agitación y propaganda entre el pueblo madrileño acerca de que ellos son hoy los directamente afectados, pero mañana lo serán el resto de trabajadores y clases populares. En segundo lugar, y en consecuencia con esto, había que haber movilizado y organizado a los 7.000 trabajadores durante los días de huelga para distribuirse en las entradas del Metro y en los principales centros de comunicación del transporte público de la ciudad (autobuses, cercanías,…) desde la 6 de la mañana llevando octavillas y haciendo pequeños mítines para explicarlo, apoyándose en la gente y buscando su apoyo. Debían haber previsto que los medios de comunicación iban a intentar desprestigiarlos, dividirlos y enfrentarlos con el resto de la población y haberse anticipado a ello. Denunciando la gestión de Metro Madrid, cuánto gana la empresa y cuánto se distribuye entre los trabajadores. Cuánto ganan los altos cargos del gobierno autonómico y cuántos los trabajadores de sus empresas públicas. Cuánto se despilfarra en la Comunidad en gastos superfluos, ostentación y corrupción. Un tipo de movilización, en definitiva, donde a sus demandas propias contra la reducción salarial se unieran las demandas del 90% de la población restante objeto de sus ataques y recortes. De haberlo planteado desde esta perspectiva –la única que nos permitirá avanzar, acumular fuerzas y dar la batalla con éxito– la huelga de los trabajadores madrileños, además del éxito en despertar las conciencias y hacer visible lo invisible que ha conseguido, habría supuesto una contribución impagable para que la Huelga General del 29-S se convierta en una respuesta popular capaz de unir al 90% de la población y, con ello, dotar al pueblo de la fuerza necesaria para hacerles retroceder en sus recortes y planes de ajuste.