Un fantasma recorre Europa. El fantasma del desinterés ante las instituciones de Bruselas -Parlamento Europeo incluido-. Todas las fuerzas del viejo continente se han unido en santa cruzada para acosarlo: los socialdemócratas y los liberales, los democristianos y los verdes, los nacionalistas étnicos y los partidos regionales. De este hecho se desprenden dos consecuencias. Una, que la abstención es considerada como uno de los principales peligros para la legitimidad de tales instituciones. Otra, que la abstención es hoy por hoy el «principal partido» del Parlamento europeo. ¿Por qué?
Treinta años desués de las primeras elecciones a la Eurocámara, la abstención se postula hoy como la principal ganadora, elección tras elección, de estos comicios. En 2004 se batieron todos los records: se abstuvieron casi el 55% de los ciudadanos con derecho a participar en las elecciones europeas. La palma se la llevaron, cómo no, los más euroescépticos de todos los habitantes de la UE, los ciudadanos de los países del este. Como mejor ejemplo, Eslovaquia, en la que no llegaron a votar ni el 17% de los censados. Pero en plena polémica de la flamante Constitución Europea, patrocinada entonces a bombo y platillo por el todavía eje Schröeder –Chirac, Alemania y Francia también notaron el desgaste. En España la participación bajó casi 20 puntos respecto a las de 1999. ¿Y que han ideado los ingeniosos responsables de la Eurocámara para movilizar a la gente a votar?. "Si no vota, no se queje". "Si no se molesta en elegir a sus representantes, alguien lo hará por usted", este es el eslogan de la campaña. ¿Les parece algo agresiva, incluso reaccionaria?. No se preocupen, que hay otra un poco más dulce: "Tú eliges", aunque en muchos idiomas quiere decir algo así como "tú verás". Porque claro, molestarse en montar unas elecciones, con lo que cuesta la propaganda, para que luego no voten ni la mitad, irrita bastante. Dan ganas de… Pero las claves del euroescepticismo de la gente nos las dan los mismos euroentusiastas. Jaime Duch, discípulo de Jose María Gil Robles y portavoz de la institución, lo dice así: "Queremos que la gente vea que, con nuestras peculiaridades, somos un Parlamento normal. Ya ahora, el 70% de la actividad de los parlamentos nacionales consiste en transponer normas aprobadas en la UE, aunque el trámite ocurra años después y los ciudadanos no siempre lo sepan”. Tiene razón, y si entra en vigor el Tratado de Lisboa, refrito abreviado de la Constitución Europea, tendrá más razón aún. ¿Cómo no extrañarse de la indiferencia, cuando no la desconfianza, ante una institución que manda y ordena sobre los países, donde se aprueban imposiciones, donde se promulgan normas y edictos que condicionan el funcionamiento de la vida económica, o de los derechos de los ciudadanos de cada país?. ¿Qué razón habrá para que el parlamento encargado de dictar las imposiciones de Bruselas sea mal mirado por sectores como la agricultura, la pesca o la ganadería, donde sus cuotas de producción significan la vida o la muerte de comarcas enteras?. Efectivamente, la desconfianza –expresada en la abstención- de los ciudadanos europeos ante unas instituciones donde las burguesías monopolistas más poderosas del continente –especialmente la alemana- imponen sus intereses a toda la Unión Europea, es un riesgo para su legitimidad. Pero es hora de que los pueblos expresen su oposición de otra manera, pues los asientos no quedan vacíos en la Eurocámara. Es hora de crear cauces para los intereses de los trabajadores.