Es posible que la implosión de UPyD provoque satisfacción en Ciudadanos. Si fuera así, se trataría de una satisfacción estúpida. Porque el síndrome que está destruyendo el partido de Rosa Díez constituye la peor amenaza para cualquier grupo político novedoso y de crecimiento acelerado, como Ciudadanos y Podemos.
El síndrome no se descubre ahora. Entre 1976 y 1982 empezó a incubarse en un partido que no era nuevo, pero como si lo fuera, cuando dicho partido descubrió ante sí un futuro inmediato abundante en cargos, regalías y posibilidades de negocio. Aquel partido, el PSOE, que durante el franquismo no había significado nada, se llenó en muy poco tiempo de roldanes y otros oportunistas. Como si no bastara con lo que llevaban ya incorporado.
Del PSOE hemos llegado a saber mucho. Igual que del PP, a cuyos portavoces creo cuando afirman sentirse muy dolidos por tanta corrupción como llevan a cuestas. Ha de doler bastante, sin duda, ser consciente de que millones de conciudadanos han descubierto tus choriceos. En fin, nadie ha podido conseguir que devuelvan los sobresueldos en negro ni que restituyan lo defraudado a Hacienda, lo cual ha de ser un alivio para tanto dolor como llevan en las entrañas. Es el descrédito de los dos grandes partidos, PP y PSOE, tan ineficientes en lo ético como en lo político, lo que ha provocado la aparición y el crecimiento exuberante de nuevos grupos regeneracionistas.
El primero de ellos fue precisamente UPyD. Hicieron un programa sensato, entraron en el Congreso, realizaron un trabajo parlamentario bastante digno y en ningún momento pareció que se hubieran metido en política para forrarse. Ya ven cómo están ahora. El linchamiento de su hombre en Europa, Sosa Wagner, demostró que, bajo el hiperliderazgo de Rosa Díez, no cabía el debate interno. El desastre electoral en Andalucía demostró, poco después, la catadura de unos cuadros dirigentes elegidos con más prisa que criterio. Si eso ha ocurrido en UPyD, que nunca dejó de ser un partidito aseado, ¿qué pasará en Ciudadanos y Podemos? Ambos partidos cuentan con un líder-fundador indiscutible, o al menos indiscutido, y ambos partidos han tenido que rellenar listas con nombres ignotos surgidos de castings improvisados o asambleas manipulables. Van a tener que pactar, van a tocar un poder con el que UPyD sólo pudo soñar, adquirirán apego al cargo. Se les debe conceder, por supuesto, el beneficio de la duda, faltaría más. Pero reúnen todas las condiciones para que en ellos se repita, en cuanto se tuerzan las cosas, el síndrome de UPyD.