Por primera vez en Francia desde la II Guerra Mundial, la extrema derecha de Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen ha ganado claramente (con el 33% de los votos) las elecciones legislativas, adelantadas justamente en respuesta a su triunfo en las elecciones europeas. Está por ver qué ocurre en la segunda vuelta, pero estos resultados son ya en si mismos un auténtico seísmo.
Con una mucho mayor participación que en las anteriores legislativas (66,7%, casi veinte puntos más que en 2022), la ultraderecha de Le Pen ha ganado la primera vuelta con el 33,1% de los votos, aumentando en porcentaje y en votos lo obtenido hace un mes en las elecciones europeas. La extrema derecha lepenista duplica los resultados obtenidos en las legislativas de hace sólo dos años.
Estos resultados son una victoria rotunda e incontestable para un partido, Reagrupamiento Nacional -anterior Frente Nacional- que se acerca a la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, que hace veinte años estaba en los márgenes de la política francesa, y que por sus posicionamientos -ultrareaccionarios y filofascistas, xenófobos y racistas, y anti-Unión Europea y proRusia- ha sido objeto hasta ahora de un férreo «cordón sanitario» que ya está puesto en cuestión.
Pero ¿se ha vuelto Francia de ultraderecha?. No, rotundamente no. Los 10,6 millones de votos obtenidos en esta primera vuelta por Jordán Bardella, el candidato lepenista, son muchos, demasiados. Pero representan el 22% del censo en Francia, una cuarta parte de los 33 millones de franceses con derecho a voto. Menos de uno de cada cuatro habitantes del país galo ha sido seducido por la extrema derecha.
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Más dimensiones del seísmo
Pero además del triunfo de la extrema derecha, hay más aspectos de estos resultados que le dan magnitud sísmica.
La segunda fuerza es el Nuevo Frente Popular, que reúne a la Francia Insumisa, el Partido Comunista Francés, el Partido Socialista, Génération.s, los Ecologistas, la Izquierda Republicana y Socialista, el Nuevo Partido Anticapitalista y más partidos de izquierda franceses. Han obtenido 9 millones de votos (28,14%) y se disputarán con Le Pen la segunda vuelta.
El tercer elemento de este movimiento de tierra es el fracaso del partido y el candidato de Macron, Juntos por la República de Gabriel Attal, que apenas logra 6,8 millones de votos, un pobre 21,27%, y tan sólo obtiene 2 diputados.
Las elecciones legislativas fueron adelantadas por Macron tras los resultados de las europeas del 9J, en una clara maniobra del presidente francés por agrupar en torno a su figura el voto de freno a la ultraderecha. La resultante es que Macron, que seguirá como presidente hasta 2027, estará obligado a cohabitar con una de las dos fuerzas frontalmente enfrentadas a él: o con la extrema derecha lepenista y antiBruselas, o con una izquierda que busca desmantelar todas sus políticas económicas y sociales.
¿Qué ocurrirá ahora en la segunda vuelta del próximo domingo 7 de julio? Macron ha llamado a la unidad contra la extrema derecha, pero muchos dudan de su sinceridad. Además de que una parte de la antigua derecha gaullista -el sector Ciotti de Los Republicanos- han dado ya su apoyo a Le Pen, el principal grupo mediático galo ya lleva semanas «normalizando» y blanqueando a Reagrupamiento Nacional, a sus propuestas y discursos.
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Las raíces del polvorín
Para entender lo que ha pasado ahora en Francia es necesario retroceder al menos una década.
Desde hace años, Francia es un polvorín de antagonismos sociales, siempre a punto de estallar. Una santabárbara de lucha de clases que, año tras año, no ha dejado de generar intensas explosiones de protesta: huelgas generales, estudiantiles, la Nuit Debóut, los chalecos amarillos, y las recientes movilizaciones del campo.
Esta explosiva situación hunde sus raíces en los permanentes ataques de la resabiada burguesía monopolista francesa contra muchos y muy diversos sectores sociales, desde obreros e inmigrantes, a funcionarios y estudiantes, pasando por la Francia rural y postergada.
La extrema derecha francesa, con sus discursos demagógicos y su ponzoña ideológica, ha sabido pescar en el rio revuelto, encauzando y encuadrando parte de este descontento hacia ellos.
Este mismo descontento social, fruto de los ataques de la oligarquía gala a las clases populares, hace tiempo que ha dinamitado el sistema político francés. Las fuerzas tradicionales del bipartidismo galo -el Partido Socialista y la derecha gaullista- después de décadas alternándose en los gobiernos, han quedado relegados a la casi irrelevancia de la cuarta y quinta posición. En su lugar ascendió un Macron con planteamientos neoliberales, pero sin raigambre organizativa.
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El contexto internacional
Estos resultados tampoco se pueden entender sin partir del contexto europeo y global.
Se produce en un momento en los que a las puertas de Europa se libran dos cruentas guerras -la invasión rusa de Ucrania, y la guerra genocida de Israel, apoyado por EEUU, contra Gaza- que amenazan la estabilidad del continente y la Paz Mundial.
Se produce en un momento de máxima incertidumbre en la cabeza del imperio, con unas elecciones norteamericanas en noviembre cuyo resultado a día de hoy es más que impredecible. Con un Trump golpeado por sentencias penales pero que está en ascenso, tanto entre el electorado como entre poderosos sectores de la clase dominante norteamericana. Y con un Biden cuyas capacidades están cada vez más en cuestión, con una popularidad por los suelos, entre otras cosas por el apoyo de su administración al genocidio en Gaza.
Ante esta incertidumbre en la cabeza de la superpotencia, no pocos sectores de las clases dominantes europeas se plantean que camino tomar para «sintonizarse» con el próximo inquilino de la Casa Blanca.
Se produce en un momento de auge de la extrema derecha en todo el continente europeo. Un avance ultra que tiene su base en la crisis, el estancamiento o la recesión económica y en el malestar social de amplias capas de la población, pero que está impulsado siempre -política y económicamente- por tenebrosos centros de poder en Washington o en Moscú, que buscan en los gobiernos y fuerzas más reaccionarias una herramienta para intervenir en la agenda europea.
Se produce en un momento donde ya gobierna en Italia un gobierno de ultraderecha de Giorgia Meloni, que ha aceptado las líneas rojas de las clases dominantes, alineándose con Washington y la OTAN, eliminando los aspectos más anti-Unión Europea de su discurso, y acatando las reglas presupuestarias que vienen de Bruselas. Y en un momento donde una parte de la derecha tradicional europea ha decidido derribar el cordón sanitario a los ultras… que sean como Meloni y renuncien a sus veleidades con Putin,
Todo parece indicar que la clase dominante francesa está indicando a Le Pen que ése es el camino que debe tomar si quiere ser aceptada. Una ultraderecha francesa que, si bien es cierto que fue financiada en el pasado por bancos rusos con el aval del Kremlin, también han mostrado sus simpatía y sintonía con el trumpismo y la alt-right norteamericana.
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Un terremoto pase lo que pase
Independientemente del veredicto final de las urnas el 7 de julio, en la segunda vuelta de las legislativas, estos resultados ya son un terremoto que resquebraja no sólo el explosivo panorama político francés, sino que agudiza la honda crisis que vive la Unión Europea.
Cualquiera de las opciones que tiene ante sí Macron y la clase dominante francesa es muy complicada y altamente inestable.
Cohabitar con la ultraderecha permitiría a la oligarquía gala aplicar mucho más ferozmente sus intereses y proyectos de saqueo contra la población, impulsando privatizaciones y recortes en los servicios públicos, pero a costa de agitar un avispero social, de prender fuego al polvorín de contradicciones que es Francia, que tiene 8,5 millones de inmigrantes, además de que buena parte de la población descende de migrantes magrebíes o africanos. El racismo y la xenofobia en el gobierno es un billete seguro a la explosión social.
Además supone dar poder a una fuerza proTrump, pero también proPutin, y que ha apostado por socavar las estructuras de poder de la UE, que permiten a la burguesía monopolista gala proyectar su poder en Europa y en el mundo. Supone que Francia se ponga de parte de la invasión de Rusia, abandonando a Ucrania a su suerte.
Pero apostar por cohabitar con el Nuevo Frente Nacional es también indigerible para Macron y la clase dominante gala. Por más que su programa sea esencialmente socialdemócrata, es antagónico y enfrentado a todas las políticas de Macron, y supone muchas concesiones al viento popular francés. Además de que supondría la oposición o bloqueo de buena parte de la actual política exterior francesa: denuncia de Israel o de las imposiciones de Bruselas.
Sea cual sea el resultado de la segunda vuelta, Francia se encamina hacia una honda crisis política de resolución incierta, y que va a afectar profundamente a las estructuras de poder en la Unión Europea.
Un seísmo en Francia cuyas réplicas ya se sienten por todo el continente.
martimi dice:
El artículo es interesante pero incompleto. Pasa por lo alto los problemas de seguridad que se han agravado con la llegada de los migrantes ilegales, y de las mafias que vienen del este muchas agresiones, mucha droga, desaparición de los servicios públicos, endeudamiento del país a toda velocidad, competencia injusta de los países extra europeos en el sector agrícola e industrial, ausencia de la justicia que parece proteger más a los delincuentes que a las víctimas, ataques a la propiedad privada, clase política con privilegios, falta de control posible sobre las decisiones del gobierno que actúa con decreto ley. En cuanto a la financiación de los partidos de extrema derecha, hay que hablar también de la financiación de los otros partidos, de Macron también. Hay que hablar de Von der Leyen y de Estados Unidos que dictan sus leyes al presidente francés.