Opinión

Según cómo ande el frente…

El año 1969 el Hombre llega a la Luna. La mano se la llevó EEUU frente a la URSS, la mano y la partida, veinte años después. En las últimas semanas los programas y reportajes en torno a uno de los hechos cientí­ficos más importantes de la historia reciente de la Humanidad se repiten. Pero en ninguno de ellos se abordan todos los aspectos de la «pica en Flandes» que supuso el primer alunizaje para la carrera espacial. Y desde luego, no el principal.

A mitad del siglo XX, con el inicio de la Guerra Fría y la elevación ermanente del gasto militar se impone la preeminencia de la industria militar sobre la civil. Esto fue posible gracias a la extraordinaria hiperconcentración de poder político mundial surgido de la IIª Guerra Mundial que dio lugar a un mundo draconianamente bipolar: EEUU pasó de un gasto bélico del 0,3% del PIB en 1938 a el 6% en 1950, al 10% en los años 60 y al 8% en los 80. De 1954 a 1967, el gasto militar fue superior a todo el valor sumado del resto de negocios norteamericanos. En los años 60 la producción de armas absorbía la mitad de la inversión de capital de todo el mundo, de ella, más del 80% se la repartían las dos superpotencias. Los beneficios revertían después en la industria civil a través de una transferencia flexible y dinámica de tecnología punta al campo de la producción de bienes de equipo y de consumo. De igual manera, Reagan y su Guerra de las Galaxias remontarán el desgaste sufrido por la crisis de los 70 y la guerra de Vietnam. Pero nada de esto se explica documentadamente y con voz profunda de locutor en los reportajes al uso. Y es que tanto entonces como ahora es imposible entender el desarrollo científico al margen de los intereses de las principales potencias y monopolios en liza en el tablero mundial. Y mucho menos de la principal: EEUU. Por eso ha de ser una preocupación de primer orden separar el terreno del conocimiento científico del objeto y destino al que se dirige. Y esto es así tanto en el terreno teórico – “Déjese aquí todo cuanto sea recelo. Mátese aquí todo cuanto sea vileza” – como en el tecnológico. Y por eso también ante avances científicos como los que promete el acelerador de partículas del CERN, surgen las mismas preguntas que ante los últimos rescates bancarios otorgados “generosamente” por el Gobierno a la banca: si toda esta ingente riqueza necesaria – tanto para la inversión en el LHC, como para la bancaria – se genera en miles de jornadas de trabajo en todos los sectores populares y a la que contribuyen también nuestros impuestos, ¿no debería, pues, estar puesta al servicio del conjunto de la sociedad?. No se trata de dudar de su valor científico, pues es incalculable el continente de conocimiento que el grado de desarrollo alcanzado puede abarcar. Entre otras cosas la resolución de enigmas en torno a los cuales gira la comunidad científica internacional; como el problema que plantea la teoría cuántica de campos relativistas, “a cada partícula le corresponde una antipartícula. Si las dos entran en contacto, se aniquilan; materia y antimateria se transforman en energía”. Un proceso dado millonésimas de milisegundos después del Big Bang y que puede permitir comprender el origen de este Universo que conocemos. Nada más y nada menos. El desarrollo científico puesto al servicio de la Humanidad, no tiene más freno que el de su propia existencia. La “carrera espacial” del siglo XXI siempre dependerá de como ande “el frente”.

Deja una respuesta