Se llamaba Jose Antonio, José Antonio González. Era de Medina de las Torres, un pueblecito de Badajoz, pero como tantos otros había venido a probar suerte a ese crisol llamado Madrid, primero en Móstoles, luego en Orcasitas. En la capital Jose Antonio conoció a su mujer, Mariángeles, y tuvo dos chicos, Miguel, de 21, y Laura, de 19.
Jose Antonio era un currela, un currito, un obrero. Y un tío salao, un bromista, siempre con una guasa en la boca. Gran parte de su vida la pasó como frutero, entre sandías, peras y tomates, «mire que color señora, lléveselos o me los como yo». Pero llegó la crisis y cayó la persiana, y de la fruteria del barrio pasó a una cadena de supermercados, donde también lo echaron hace un año de forma improcedente. ¿A dónde ir con 60 años y las letras de la hipoteca todavía por pagar?
Y entonces un amigo le propuso hacer sustituciones en Urbaser (Ferrovial) el servicio de limpieza de Madrid, donde comenzó a tener contratos pequeños como barrendero. El que había firmado ahora, en medio del verano más tórrido de los últimos años, era sólo de un mes. El calor, esa radiación de asfalto peor que abrir la puerta de un horno, apretaba aquel día, con más de 40ºC. “Me contó que le costaba hablar del calor que tenía encima”, cuenta su hijo, que al encender el ordenador de su padre encontró una búsqueda en Google: “Qué hacer ante un golpe de calor”.
Pero Jose Antonio quería aprovechar la oportunidad para encontrar algo fijo, unos años antes de jubilarse. “Llegaba destrozado. Sé que era consciente de que esto le podía pasar, pero lo hacía porque quería conseguir un contrato largo. Estoy convencido de que él no paró de limpiar esa calle hasta que se desmayó. Pensaría que no le iban a renovar y estaba dándolo todo con tal de demostrar que valía», dice Miguel.
«Tenía muchas ganas en demostrar que era bueno trabajando porque no tenía contrato fijo», confirma otro barrendero. «Era nuevo, no se sabía los trucos». Los trucos para evitar morir de calor –tal cual– sin que Urbaser te eche del trabajo: barrer antes zonas de sombra, ir un poco más despacio cuando el aire quema, parar de tanto en tanto…»
Ese día, a las cinco de la tarde y con un sol de injusticia, un golpe de calor fulminó a Jose Antonio mientras barría una calle de Vallecas. Pero no lo mató sólo el calor.
A Jose Antonio también lo mató la precariedad. Lo mataron unas condiciones de trabajo temporales e inseguras. Lo mataron las punzadas que dan las letras de la hipoteca y la incertidumbre de no saber qué pasará contigo con 60 años y sin curro, y qué pasará con tu mujer y tus hijos.
A Jose Antonio también lo mataron las privatizaciónes del Ayuntamiento de Madrid. En los últimos años Jose Luis Martínez-Almeida ha privatizado el servicio de limpieza en Madrid a seis grandes empresas del Ibex 35, por 1.636 millones de euros: Ferrovial, FCC, Sacyr, OHL, Acciona y Urbaser.
Y finalmente, a Jose Antonio le ha matado también la voracidad monopolista, un ansia de beneficios que impone condiciones de trabajo insalubres y peligrosas para los barrenderos: un unifome de poliester para cocerse dentro, unos horarios de trabajo que no paran en los tramos de mayor calor del día, y un ritmo extenuante si no quieres que te echen, que no te vuelvan a renovar el contrato basura, o que no te vuelvan a llamar para hacer sustituciones de una o dos semanas.
“Yo pienso que trabajar a 42 grados, sin sombra y con esa ropa… es inmoral. No debe ocurrir. Todos sabemos que esto se puede evitar, pero hasta que no pasa algo así, no se dan cuenta”, dice su hijo, aún bajo el golpe. «Se fue el mejor padre que he podido tener, siempre llevaré conmigo el ejemplo de mi padre, una gran persona, currante hasta la muerte»
Era mucho más que un barrendero, un currante y un obrero, que no es poco. Se llamaba Jose Antonio, era un buen tipo y un buen padre. Y no sólo lo mató el calor, sino un capitalismo mucho más abrasador.