El caso más conocido es el intento de un Fondo inversor de Arabia Saudí para ocupar el puesto de principal accionista en Telefónica. La operación fue preparada y ejecutada a través del banco norteamericano de inversiones Morgan Stanley. Pero no mucho menos importante es la operación (menos publicitada) por la que el alemán Deustche Bank se queda con La Celsa, la compañía más grande de Cataluña tras SEAT.
Telefónica es la 11ª compañía española por su valor en bolsa. La Celsa (siderúrgica) no cotiza, pero si lo hiciera ocuparía el puesto 16. Dentro de España Telefónica tiene 27.000 empleados y más de 80.000 en otros países. En La Celsa trabajan 10.000 personas solo en Cataluña, y tiene otros 120 centros de producción por el mundo. Dos gigantes pendiente de un hilo cada uno. Hilos que llevan a Riad y a Washington en un caso, y a Berlín en otro.
Mal negocio (como sabemos por experiencia) que las compañías dependan de decisones que se toman fuera de nuestras fronteras. Un peligro para la soberanía nacional que controlen sectores estratégicos, un empobrecimiento porque la riqueza generada se va fuera; y una amenaza para el empleo porque facilita el traslado de sus centros de gestión y producción.
Coto privado de caza: España.
Pieza: Telefónica
La operación de compra de 575 millones de acciones de Telefónica la dirigió el banco norteamericano de inversión Morgan Stanley en secreto. Se tomó seis meses para acumular las acciones necesarias que garantizasen el control de la compañia. Posteriormente se depositaron en una sociedad intermedia creada expreso para la operación. Y ahora, los inversores están a la espera de que el gobierno español diga la última palabra, cuando se trapasarán a un Fondo Estatal de Arabia Saudí (PIF), que por su lado ya posee otro importante paquete de acciones. En todo esta maniobra el banco norteamericano también se asegura otro buen porcentaje del accionariado para sí.
La penetración en nuestro país del capital financiero de estos gigantes estadounidenses y la dependencia política generada por Washington, crea situaciones tan humillantes como que mientras Morgan Stanley trabajaba contra los intereses de España, escondiendo la acumulación de acciones de la empresa de telecomunicaciones como compras de diferentes filiales; al tiempo, el Ministerio de Economía español le encargaba la colocación en el mercado de 5.000 millones de euros en Bonos del Tesoro, con su correspondiente comisión a ganar.
Tanto el Consejo de administración de Telefónica como el Gobierno reconocen que no fueron advertidos de la operación, por ninguna de las partes, lo que demuestra el trato de «inferior» que otros gobiernos brindan a España.
Para el capital financiero norteamericano España es su coto privado de caza mayor, y se puede permitir invitar a cazar alguna buena pieza a sus «socios» saudíes.
Dado que es una empresa estratégica, el que finalmente pase a control saudí deberá contar con el visto bueno del Gobierno. Si no se autoriza el cambio de dueño, el Estado saudí se quedará como accionistas con el 4,99 que ya posee y no requiere autorización. Si, por contra, se permite la operación, el 5% que gestionó Morgan Stanley pasará a sumarse con el del Fondo Saudí, convirtiéndose en el principal accionista y con capacidad de dirigir la compañía.
El capital norteamericano hace y deshace en España a su antojo.
Es lamentable ver que una empresa que nació como pública hace cien años, y privatizada por el gobierno del PP de Aznar, acabe en manos extranjeras. Se niega que pueda ser «estatal», pública, de España; pero puede ser estatal de Arabia Saudí. Esta relación equivale a la vergonzosa situación de que la propiedad actual de la energética Endesa recaiga en el Estado Italiano.
El colmo fue la disputa verbal entre la vicepresidenta Yolanda Díaz y la ministra de economía Calviño. Reclamaba una que quedara como capital español pero sin cuestionar en manos de quién, y asegurando la otra que vendiéndola también se podían asegurar los intereses de España.
Telefónica debe ser española sí, pero no en manos de la banca. El Estado debe recuperar una parte mayoritaria; estableciendo relaciones de beneficio mutuo con otros países donde la compañía tiene inversiones y extrae beneficios, por lo que esos Estados también deberían tener una parte proporcional del accionariado. Y para los trabajadores, mientras sean empleados, debe reservarse una parte de las acciones que les procure mayor parte de la plusvalía generada que sólo la de sus sueldos, y les otorgue representación en el Consejo de Administración, verdadera forma de asegurar el empleo y garantizar su futuro participando en los planes de la empresa.
Que la operación de Telefónica se ocultase al gobierno es una relación humillante.
Otro que caza en el coto: La Celsa
En el caso de esta industria del acero, el que dispara es el capital alemán. La Celsa es un gigante que factura 6.000 millones de euros anuales. La segunda mayor industria de Cataluña tras SEAT. A comienzos de los años 2000 renovó sus instalaciones,, pero la crisis de 2008, que hundió la construcción, le impidó amortizar sus inversiones. Después, el parón de la pandemia, y el disparado precio de la energía, hicieron el resto para una empresa que es el sexto mayor consumidor de electricidad de España.
La deuda generada estaba en manos de tres bancos españoles, que vendieron sus derechos de cobro al Deutsche Bank y a otros fondos (SPV Global y Anchorage capital). Estos se negaron a negociar un nuevo plazo de pago y exigieron la entrega de la compañía en pago. Un juez español falló a su favor valorando la empresa por debajo del valor de su deuda (2.433 millones) para justificar su entrega a los acreedores.
Con su facturación actual, sólo con conseguir destinar un 5% para saldar la Deuda, lo conseguiría en 10 años, disponiendo además del compromiso de una ayuda del gobierno de 500 millones. Sin que nadie mediara para un trato favorable, desde Berlín se quedan otro chollo. Recordemos que Volskwagen ostenta el récord desde que se quedó la marca y factoría de Seat por solo una pesesta. Y que recientemente también capital alemán compró Feixenet y Codorniu. Los alemanes no pudieron comprar Mallorca como en su momento propuso Merkel, pero se van quedando Cataluña.