Editorial

Las lenguas cooficiales de España son más que un derecho: son un tesoro

Defender este patrimonio cultural es defender y fortalecer la unidad, la libre y solidaria unidad del pueblo de las nacionalidades y regiones de España.

El Congreso de los Diputados ha estrenado el uso de las lenguas cooficiales: el catalán, el gallego y el euskera. A partir de ahora los oradores podrán hacer sus intervenciones en el idioma que ellos elijan, y el resto podrá seguirles con pinganillos y traducción simultánea, tal y como se hace en el Parlamento Europeo, por ejemplo.

Esta nueva medida ha suscitado la acalorada oposición de la derecha y la ultraderecha -en un nuevo numerito, ante la primera intervención en lengua no castellana los diputados de Vox han abandonado el hemiciclo y dejado sus aparatos de traducción en el escaño de Sánchez- y es apoyada por el resto de grupos parlamentarios.

Que en el Congreso de los Diputados, sede de la representación de toda la ciudadanía, se hablen las diferentes lenguas de nuestro país, es un reconocimiento a una unidad basada en la diversidad, al incomparable crisol de idiomas, culturas, nacionalidades en el que afortunadamente está fraguada España. Los problemas técnicos -los pinganillos o los subtítulos- que hoy se ven como un engorro para la comunicación serán vistos mañana como algo trivial.

Pero la defensa de estas lenguas cooficiales no debería quedarse en normalizar su uso en el Congreso. Forman parte del riquísimo y vasto patrimonio cultural inmaterial de todo el pueblo español.

Somos un país inmensamente afortunado, no sólo porque la lengua mayoritaria y común, el castellano, nos permita comunicarnos entre nosotros, con una comunidad hispanohablante mundial de cerca de 500 millones de personas, sino porque en nuestro país se hablan todos los días, en millones de conversaciones, maravillas lingüísticas como el catalán, el euskera, el gallego -entre otras muchas otras lenguas- con sus diferentes acentos y dialectos.

Defender este invaluable patrimonio cultural debe consistir en promoverlo, en fomentarlo, en ponerlo en valor. Se ama más lo que se conoce mejor. ¿Por qué no deberían todos los niños de España -también los de Andalucía, las Castillas, Extremadura, Canarias, Cantabria o Murcia- aprender, y comenzar a apreciar, elementos lingüísticos de estos idiomas cooficiales como parte del tesoro cultural de su país? ¿No contribuiría ello a fortalecer y a forjar -como diría Lorca- «la viejísima y compleja sustancia de España”?

Defender este patrimonio cultural es defender la unidad, la libre y solidaria unidad del pueblo de las nacionalidades y regiones de España.

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