“Llega un momento en el que la comunicación hay que hacerla de ersona a persona. Porque hay experiencias y vibraciones que van mucho más allá de una palabra. Hace falta un apoyo mutuo y que el pueblo esté unido en estos momentos.“ Con estas palabras explicaba en una entrevista para esta casa una representante de la Marcha Popular Indignada y del Grupo de Trabajo de Economía del 15-M, la experiencia de recorrer cientos de pueblos de toda España montando las asambleas populares. En las últimas semanas la indignación se ha extendido por todo el planeta tomando el ejemplo en muchos casos de la Acampada de Sol: las concentraciones y huelgas masivas de Atenas, la mayor manifestación en la historia de Israel, las movilizaciones estudiantiles de Santiago de Chile, las revueltas en Londres, y la marcha hacia Bruselas del 15-M. En todo el mundo EEUU, en Europa Alemania y Francia, aparecen denunciados como responsables del saqueo, como poseídos “superhéroes” convertidos en decadentes “supervillanos”, en la línea de las últimas producciones hollywoodienses. Éstas se han convertido en un fiel reflejo del pulso vital del sistema de dominio norteamericano. En la web puede encontrarse un extraordinario vídeo en el que los indignados españoles expresan su apoyo a los israelíes. “Sed fuertes. No estáis solos”. Esta muestra de lucha común indudablemente fortalece la ampliación del movimiento. Pero aunque las redes sociales están actuando como hilo conductor y medio de comunicación para extender rápidamente las protestas y establecer vínculos de un país a otro, lo más importante es que la gente se está encontrando en las calles y las plazas. Frente a la cultura del aislamiento y la atomización, la hiperindividualización de las relaciones, los movimientos sociales y populares están recuperando su espacio, provocando chispas que prenden con una rapidez inusitada, incendiando la pradera. Aquí reside toda la fuerza, la energía inagotable que existe en la gente. Una nueva cultura política que bebe de las mejores tradiciones y que ha sido desenterrada como algo nuevo para enfrentarse al enquistamiento de un “techo” político aparentemente insalvable. Dentro de los múltiples debates circula con entusiasmo el eterno dilema “¿qué hacer?”. En las webs chilenas y en las plazas españolas se discute sobre la necesidad de una respuesta política, de dotarse de canales que permitan la transformación de las superestructuras. Sí, efectivamente, una necesidad imperiosa. Pero, mientras, la vida fluye por todos los canales de la sociedad como un río que recupera su viejo caudal, arrasándolo todo a su paso. Las iniciativas en todos los campos se multiplican y la creatividad se retroalimenta incesantemente: literatura, arte, cine, música… puestos al servicio de la indignación y de crear alternativas, utilizando esas “experiencias y vibraciones que van mucho más allá de una palabra” para construir algo nuevo. Es inevitable que, como en cualquier parto, los movimientos, de diferentes formas, sufran al principio altivajos, zigzagueos e incluso traumáticos y desgarradores comienzos. Nadie puede esperar que esto sea un proceso tranquilo y sosegado, “como hacer un bordado”. En los próximos meses, varios acontecimientos pondrán a prueba la capacidad de todos los demócratas y revolucionarios, de las clases populares, para dar una respuesta. Entre ellos las Elecciones del 20-N.