Se busca: una gran estrategia para EEUU

«La semana pasada volé a Tel Aviv a la conferencia anual de seguridad de Herzliya. ¿El consenso entre los expertos reunidos en el Oriente Medio? Un colosal fracaso de la polí­tica exterior de EEUU. Este fracaso no fue el resultado de la mala suerte. Fue la consecuencia previsible de la carencia de cualquier tipo de gran estrategia coherente por parte del gobierno de Obama.»

Cuando se le reguntó por su opinión sobre la colonización de África, Bismarck dio su famosa respuesta: “Mi mapa de África se encuentra en Europa. Aquí se encuentra Rusia y Francia se encuentra aquí, y nosotros estamos en el medio. Éste es mi mapa de África”. Por desgracia, nadie sabe dónde está el mapa de Oriente Medio de Obama. En el mejor de los casos, está en los estados del corazón de EEUU, donde se decidirá el destino de su presidencia el próximo año, al igual que lo hizo con el de Jimmy Carter en 1980. En el peor de los casos, no tiene ningún mapa. (PÚBLICO) DIARIO DEL PUEBLO.- Cuanto más se globalice la democracia, más complejo será su funcionamiento. Pero hay algo seguro: la democratización no conducirá a la “occidentalización global.” La atracción que ejercen sobre el mundo los países occidentales no deriva de sus plataformas políticas, sino de su estilo de vida, obtenido parcialmente gracias a la explotación de los recursos globales. Sin embargo, a muchos se le reducirá a agua de borrajas el sueño de imitar a los países occidentales. Los resultados de los comicios deberán por fuerza reflejar las características de cada país, regiones y nacionalidades. Cuando estalló la revolución egipcia, Occidente sonrió con tanto placer como lo hicieron por igual motivo Irán y Hamas, un fenómeno realmente desconcertante. Pero la historia demostrará que algunos de ellos reían por no llorar. EEUU. Newsweek Se busca: una gran estrategia para EEUU Niall Ferguson “El hombre de Estado sólo puede esperar y escuchar hasta que oye los pasos de Dios resonando a través de los hechos, entonces debe saltar y aferrarse al borde de su túnica, eso es todo”. Palabras de Otto von Bismarck, el gran estadista prusiano que unió a Alemania y dio nueva forma al equilibrio de poder en Europa casi un siglo y medio atrás. La semana pasada, por segunda vez en su presidencia, Barack Obama escuchó esos pasos, se levantó de un salto para aprovechar una oportunidad histórica… y la perdió por completo. En el caso de Bismarck no era tanto que se aferrara a los faldones de Dios como a la oleada revolucionaria del nacionalismo alemán de mediados del siglo XIX. E hizo algo más aferrarse; se las arregló para que navegara en la dirección que él quería. La ola que Obama acaba de perder —otra vez— es la ola revolucionaria de la democracia en Oriente Medio. Ha surgido en toda la región dos veces desde que fue elegido: una vez en Irán en el verano de 2009, y la segunda vez en todo el norte de África, desde Túnez hasta el Mar Rojo y Yemen. Sin embargo, el oleaje fue más grande en Egipto, el país más poblado de Oriente Medio. En cada caso, el Presidente enfrentó alternativas difíciles. Podría haber tratado de aprovechar la ola y apoyar a los jóvenes revolucionarios. O podría no haber hecho nada y dejar que prevalecieran las fuerzas de la reacción. En el caso de Irán, no hizo nada y los matones de la República Islámica aplastaron sin piedad las manifestaciones. En Egipto fue peor. Obama hizo las dos cosas —exhortó unos días a Hosni Mubarak a dejar el poder, para retroceder los días restantes recomendando una “transición ordenada”. El resultado fue un desastre de política exterior. El Presidente se ganó la antipatía de todo el mundo. Y la enemistad no termina ahí. Dos de los aliados más cercanos de EEUU en la región, Israel y Arabia Saudí, están disgustados. Los saudíes, que temen a cualquier manifestación de revolución, están consternados porque Washington no apoyó a Mubarak. Los israelíes están consternados por el evidente despiste de la administración. La semana pasada, mientras que otros comentaristas corrían alrededor de la plaza Tahrir de El Cairo, hiperventilando acerca de lo que veían como una versión árabe de 1989, volé a Tel Aviv a la conferencia anual de seguridad de Herzliya. ¿El consenso entre los expertos reunidos en el Oriente Medio? Un colosal fracaso de la política exterior de EEUU. Este fracaso no fue el resultado de la mala suerte. Fue la consecuencia previsible de la carencia de cualquier tipo de gran estrategia coherente por parte del gobierno de Obama. El Presidente no tiene toda la culpa. Aunque cosmopolita por nacimiento y por crianza, Obama era un político local antes de su elección, a juzgar por sus escasas declaraciones sobre política exterior. Sin embargo, no puede esperarse que ningún presidente sea omnisciente. Para eso están los asesores. La responsabilidad real del vacío estratégico actual no reside en el propio Obama, sino en el Consejo de Seguridad Nacional, y en particular en el hombre que lo dirigió hasta el pasado mes de octubre: el general retirado James L. Jones. Los mejores asesores de seguridad nacional han combinado un profundo conocimiento de las relaciones internacionales con la capacidad de jugar con el camino maquiavélico, que significa competir por la atención del Presidente contra los otros aspirantes a actores en el proceso de formulación de políticas: no sólo el secretario de Defensa, sino también el secretario de Estado y el jefe de la Agencia Central de Inteligencia. Nadie lo hizo mejor que Henry Kissinger. Pero el elemento crucial de Kissinger como asesor de seguridad nacional no fue la velocidad con la que aprendió las oscuras artes de las guerras territoriales entre los distintos departamentos. Fue la habilidad con la que, en colaboración con Richard Nixon, forjó una gran estrategia para EEUU en un momento de gran inestabilidad geopolítica. La esencia de esta estrategia fue, en primer lugar, asignar prioridades (por ejemplo, la distensión con los soviéticos antes de cuestiones de derechos humanos dentro de la URSS) y luego ejercer una presión al vincular deliberadamente las cuestiones clave. En su tarea más difícil —salvar la paz con honor en Indochina mientras preservaba la independencia de Vietnam del Sur— Nixon y Kissinger, en última instancia, no podían tener éxito. Pero en Oriente Medio expulsaron a los soviéticos y convirtieron a Egipto de una amenaza en un aliado maleable. En sus relaciones con China explotaron las divisiones dentro del bloque comunista, ayudando a Pekín a adoptar un rumbo que abrió la nueva época de la apertura económica. El contraste entre la política exterior de los años de Nixon-Ford y los del presidente Jimmy Carter es un claro recordatorio de la facilidad con que la política exterior puede fracasar cuando hay una falta de pensamiento estratégico. La revolución iraní de 1979, que pilló a la administración Carter totalmente por sorpresa, fue una catástrofe mucho mayor que la pérdida de Vietnam del Sur. ¿Le recuerda a usted algo? "Esto es lo que pasa cuando te pillan por sorpresa," dijo un funcionario estadounidense anónimo a The New York Times la semana pasada. "Hemos tenido sesiones interminables durante los dos últimos años para fijar una estrategia para la paz en Medio Oriente, para contención de Irán. ¿ ¿Y en cuántas de ellas se manejó la posibilidad de que Egipto se moviera desde estabilidad a la agitación? En ninguna". No puedo pensar en una acusación más condenatoria del pensamiento estratégico del gobierno que ésta: ni una sola vez consideró una situación en la que Mubarak se enfrentaría a una revuelta popular. Sin embargo, la esencia del pensamiento estratégico riguroso consiste en diseñar una situación así y pensar las mejores respuestas dos o tres pasos por delante de los adversarios reales o potenciales. Sólo estableciendo prioridades y planteando situaciones se puede realizar una política exterior coherente. Los israelíes trabajaron duro para lograrlo. Lo único que Obama y su equipo parecen haber hecho es redactar discursos sensibleros como el que pronunció en El Cairo a principios de su presidencia. Estas fueron sus palabras en junio de 2009: “EEUU y el islam no son excluyentes y no necesitan competir. En lugar de ello, se superponen y comparten principios comunes, principios de justicia y progreso, tolerancia y dignidad de todos los seres humanos”. Esas líneas regresarán para acosar a Obama si el beneficiario de su torpeza son los Hermanos Musulmanes, comprometidos con la restauración del califato y la aplicación estricta de la Sharia. Esta situación no puede descartarse. ¿Este resultado promovería “la tolerancia y la dignidad de todos los seres humanos” en Egipto? Yo no lo creo. La gran estrategia tiene que ver con la necesidad de elegir. Hoy en día, significa elegir entre una impresionante lista de objetivos: resistir la propagación del islam radical, limitar la ambición de Irán de convertirse en dominante en el Oriente Medio, contener el ascenso de China como un rival económico, protegerse contra una "reconquista" rusa de Europa del Este – y así sucesivamente. La característica definitoria de la política exterior de Obama ha sido no sólo una falta de establecimiento de prioridades, sino también una falta de reconocimiento de la necesidad de hacerlo. Una sucesión de discursos diciendo, en esencia, "Yo no soy George W. Bush" no puede sustituir a una estrategia. Bismarck sabía cómo elegir. Comprendió que la oleada nacionalista permitiría a Prusia convertirse en la fuerza dominante en Alemania, pero que a partir de entonces el objetivo N º 1 debía ser impedir que Francia y Rusia se unieran en contra de su nuevo Reich. Cuando se le preguntó por su opinión sobre la colonización de África, Bismarck dio su famosa respuesta: “Mi mapa de África se encuentra en Europa. Aquí se encuentra Rusia y Francia se encuentra aquí, y nosotros estamos en el medio. Éste es mi mapa de África”. Por desgracia, nadie sabe dónde está el mapa de Oriente Medio de Obama. En el mejor de los casos, está en los estados del corazón de EEUU, donde se decidirá el destino de su presidencia el próximo año, al igual que lo hizo con el de Jimmy Carter en 1980. En el peor de los casos, no tiene ningún mapa. NEWSWEEK. 14-2-2011 China. Diario del Pueblo La democracia es una matriuska El tránsito mundial hacia la democracia es imparable. Sin embargo, con la globalización, la democracia se ha convertido en lo más parecido a una matriuska, esa muñeca rusa que al abrirse siempre oculta otra muñeca más pequeña en su interior. La revolución egipcia ha comenzado como una revolución constitucional, en un país que dista en gran medida de los presupuestos de las culturas occidentales, pero que asimila de ellas tanto como rechaza. En el futuro, los militares y demócratas egipcios, apoyados por EEUU, competirán con la Hermandad Musulmana. Aún es demasiado pronto para afirmar que Egipto y el Oriente Medio en su conjunto se encaminarán por la senda anti-EEUU. Pero aún más temerario es concluir que la revolución egipcia ha sido una victoria para Occidente. El actual orden mundal es injusto, como se desprende del habitual hecho de que las ciudades ricas de cualquier nación vivan prósperas en medio de la influencia occidental, mientras muchos otros habitates del país languidecen en la pobreza, preguntándose ¿Por qué este destino? El fallecido erudito estadounidense Samuel P. Huntington escribió en “La tercera ola: democratización a finales del siglo XX” que en las elecciones de países no occidentales con frecuencia los políticos locales son capaces de afirmar que pueden ganar la mayoría de los votos. Estos individuos, agrega el texto, pueden azuzar pensamientos racistas, religiosos y nacionalistas y a menudo agravan las divisiones domésticas, conduciendo a una mayor aceptación de la retórica y las políticas anti-occidentales. Para algunos países musulmanes, la conclusión de Huntington es que a estos pueblos sólo les queda elegir entre el secularismo anti-democrático y la democracia anti-occidental. En las próximas décadas, los juicios de Huntington serán puestos a prueba. En los últimos años, ha sido electos gobiernos izquierdistas en América Latina, en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador y otros. Estos ejecutivos han resultado ser más anti-EEUU y anti-occidentales que las dictaduras militares de tiempos previos. En las ex repúblicas soviéticas se instalaron regímenes favorables a Occidente al ritmo de la democratización, como ocurrió en Ucrania, Georgia y los países bálticos, otrora parte de la zona de influencia rusa. En Asia oriental no surgieron gobiernos anti-EEUU y el despegue de China y la India parece haber influido en la disminución de la presión sobre Occidente. Cuanto más se globalice la democracia, más complejo será su funcionamiento y más difícil será distinguir entre sus ventajas y desventajas. Pero hay algo seguro: la democratización no conducirá a la “occidentalización global. ” La atracción que ejercen sobre el mundo los países occidentales no deriva de sus plataformas políticas, sino de su estilo de vida, obtenido parcialmente gracias a la explotación de los recursos globales. Sin embargo, a muchos se le reducirá a agua de borrajas el sueño de imitar a los países occidentales. Los resultados de los comicios deberán por fuerza reflejar las características de cada país, regiones y nacionalidades. Cuando estalló la revolución egipcia, Occidente sonrió con tanto placer como lo hicieron por igual motivo Irán y Hamas, un fenómeno realmente desconcertante. Pero la historia demostrará que algunos de ellos reían por no llorar. DIARIO DEL PUEBLO. 15-2-2011

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