Salir del estupor

«Paso a paso, los mercados financieros (es decir, los inversores europeos y mundiales) están castigando la polí­tica económica española por la falta de claridad en aplicar las medidas anunciadas para corregir el voluminoso déficit público generado durante la crisis. En un clima de inquietud general, causado por el crash de Grecia y el deterioro galopante de la solvencia de Portugal, la agencia S & P rebajó la calificación de la deuda española y deja abierta la posibilidad de nuevas degradaciones. La decisión acentuó la convulsión de la Bolsa española, que ayer perdió el 2,99%.»

Aunque se uede argumentar que el rigor de las agencias de calificación merece ser cuestionado, lo sustancial es que la decisión refleja las dudas de muchas instituciones financieras o políticas ante los problemas del Gobierno para aplicar un plan de ajuste de sus gastos públicos, un programa de rescate de las entidades financieras y una reforma del mercado de trabajo. (EL PAÍS) LA VANGUARDIA.- Zapatero combate el cerco de una realidad tozuda, que tiene una característica: cada día empeora un poco más. Pero hay algo que no consigue combatir: la sensación externa, del empresario, del inversor, del parado y del votante de que a Zapatero o le queda grande la crisis, o él es demasiado pequeño para combatirla. Sólo se le ve cómodo cuando las aguas se agitan por el lado del laicismo o de la memoria histórica. Es la consecuencia de la persistente falta de discurso, de la decadencia de su liderazgo fuera del partido y de la forma en que ese partido le permitió personalizar el poder. Ahora es la víctima de todo eso. Y al final, el agobio no está en su despacho de la Moncloa. El agobio es el que empieza a sentir todo el país. ABC.- Hay una «cierta sensación», como diría Zapatero, de que el Gobierno no puede con esto. De que está desbordado por las circunstancias y va a remolque de los acontecimientos. De que la crisis se le ha ido de las manos y todo lo que puede ir mal va mal. Quizá se trate sólo de una sensación, pero una sensación creciente en intensidad emocional y profundidad sociológica. Aunque las sensaciones son siempre subjetivas, pueden volverse subjetivamente generalizadas. Una multitud de subjetividades en la misma sintonía constituye un estado de opinión, y entonces la «cierta sensación» se convierte en sensación cierta. Editorial. El País Salir del estupor Paso a paso, los mercados financieros (es decir, los inversores europeos y mundiales) están castigando la política económica española por la falta de claridad en aplicar las medidas anunciadas para corregir el voluminoso déficit público generado durante la crisis. En un clima de inquietud general, causado por el crash de Grecia y el deterioro galopante de la solvencia de Portugal, la agencia de rating Standard & Poor’s rebajó la calificación de la deuda española desde AA+ a AA y deja abierta la posibilidad de nuevas degradaciones. La decisión acentuó la convulsión de la Bolsa española, que ayer perdió el 2,99%, mucho más profunda que Londres, París o Francfort. Aunque se puede argumentar que el rigor de las agencias de calificación merece ser cuestionado, sobre todo por su incapacidad para calibrar el alcance de la crisis financiera (S&P tenía muy bien calificado a Lehman Brothers cuando quebró), y que otras agencias mantienen su confianza en las cuentas españolas, lo sustancial es que la decisión refleja las dudas de muchas instituciones financieras o políticas ante los problemas del Gobierno para aplicar un plan de ajuste de sus gastos públicos, un programa de rescate de las entidades financieras y una reforma del mercado de trabajo. La solvencia financiera de España se aproxima a territorios peligrosos no sólo por el contagio de Grecia o por la presión de los especuladores, sino por la incapacidad del Ejecutivo para concretar el plan económico que diseñó, correcto en sus líneas generales, pero que está perdido en el limbo de negociaciones diferidas, pactos nebulosos y descoordinación entre ministerios. España ha dilapidado un tiempo precioso, el que concedieron los inversores cuando el Gobierno explicó las líneas generales de su plan de ajuste en Londres. La degradación crediticia tendrá consecuencias. Encarecerá el coste de la deuda y dificultará la financiación de las entidades bancarias. No hay que descartar que la pérdida de calidad precipite la crisis de alguna caja o banco. Y deteriorará la imagen de los grandes bancos (menos afectados inicialmente por la crisis financiera) y las empresas españolas. Resulta imperativo que el Gobierno salga de su estupor, porque cada minuto que pasa sin decisiones efectivas encarece el coste de restaurar la confianza en la solvencia española. Después de la pérdida de calidad crediticia, ya no bastará con una moderación salarial en el sector público para convencer a los mercados de que España puede reducir el déficit al 3% en 2013; será necesario aplicar un plan de congelación de los sueldos públicos y una poda administrativa. Tampoco será suficiente con el tibio enjuague de fusiones consentidas entre cajas de ahorros de la misma autonomía; habrá que ir a recapitalizaciones forzosas e intervenciones de la autoridad bancaria. El Gobierno tendrá que presentar además ajustes de los costes sociales. La resistencia a tomar decisiones por miedo a las reacciones políticas o sociales siempre se paga. EL PAÍS. 29-4-2010 Opinión. La Vanguardia El agobio Fernando Ónega ¿Qué estará pensando el presidente del Gobierno? Carlos Herrera me hizo esa pregunta en la radio y no es fácil saberlo. Pero no es difícil imaginarlo: Zapatero es la imagen viva del agobio. Esa sería la palabra de la crónica imaginaria de un día en la Moncloa. Ni un minuto sin sobresalto. Ataques por todas partes, incluido el fuego amigo. Realidad que se rebela contra las buenas intenciones. Datos económicos descontrolados. Instituciones en crisis. Desamor de su anhelada Catalunya. Revisiones históricas. Liviana presidencia europea. Y, por la ley de la gravedad del presidencialismo cultivado y del personalismo, todo cae en aquel despacho. Zapatero, culpable, sentencian los diagnósticos, incluso antes de que se lo digan García Escudero en el Senado y Rajoy en el Congreso. Son, probablemente, los peores días en medio de las mieles del poder. Con un agravante: demasiados asuntos no son controlables. El contagio de Grecia, por ejemplo. O el ataque de los especuladores. O el miedo del dinero que huye de las bolsas y vuelve a estar en huelga de inversiones, como hace treinta años. O la decisión última del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de Catalunya, que ahora ya es imparable, por mucho que el Parlament reclame su inhibición. O Montilla, que quiere ser leal, pero está atado a lo que se espera en este momento de un presidente de la Generalitat. O esa imagen perniciosa, propia de todas las crisis generales, que consiste en certificar que el gobernante no da la talla… Es el agobio. Creo que Zapatero se defiende del vendaval refugiado en un principio: es un tipo de suerte, y las cosas se tienen que arreglar. Se ha puesto una coraza de confianza, y sus declaraciones y discursos, más los de Elena Salgado –"ustedes no saben ni interpretar las estadísticas", decía ayer al Partido Popular–, insinúan que empieza a creer que todo el mundo está equivocado, por falta de información o intención electoral. Algo así se dice también cuando se responde a los informes del Fondo Monetario. Y se agarra a los pequeños datos positivos que empiezan a salir para pensar que está gobernando en la buena dirección. Así combate el cerco de una realidad tozuda, que tiene una característica: cada día empeora un poco más. Pero hay algo que no consigue combatir: la sensación externa, del empresario, del inversor, del parado y del votante de que a Zapatero o le queda grande la crisis, o él es demasiado pequeño para combatirla. Sólo se le ve cómodo cuando las aguas se agitan por el lado del laicismo o de la memoria histórica. ¿Es justa esta apreciación? Seguramente no. Pero es la consecuencia de la persistente falta de discurso, de la decadencia de su liderazgo fuera del partido y de la forma en que ese partido le permitió personalizar el poder. Ahora es la víctima de todo eso. Y al final, el agobio no está en su despacho de la Moncloa. El agobio es el que empieza a sentir todo el país. LA VANGUARDIA. 29-4-2010 Opinión. ABC Sensaciones Ignacio Camacho HAY una «cierta sensación», como diría Zapatero, de que el Gobierno no puede con esto. De que está desbordado por las circunstancias y va a remolque de los acontecimientos. De que la crisis se le ha ido de las manos y todo lo que puede ir mal va mal. Quizá se trate sólo de una sensación, pero una sensación creciente en intensidad emocional y profundidad sociológica. Aunque las sensaciones son siempre subjetivas, pueden volverse subjetivamente generalizadas. Una multitud de subjetividades en la misma sintonía constituye un estado de opinión, y entonces la «cierta sensación» se convierte en sensación cierta. Al presidente le han dicho sus economistas de cabecera que hay indicios objetivos de recuperación económica -las ventas de coches o de pisos, el leve repunte del consumo y la publicidad- y en su optimismo patológico se agarra a ellos para situarse a contracorriente de la pujante impresión colectiva de desastre. Su problema consiste en que nadie le cree porque decía lo mismo cuando la realidad lo desmentía con una terca evidencia. Ocurre, además, que sólo contempla lo que desea ver, una actitud profundamente subjetiva. No acepta que sus políticas de gasto sostenido han comprometido la deuda y multiplicado el déficit, creando un problema añadido a la muy objetiva existencia de una recesión que también se empeñó en negar desde su particular subjetivismo. Es posible que incluso tenga «una cierta sensación» de mantener el control, percepción contradictoria con la extendida creencia de que el país carece de mando, liderazgo y gobernanza. En todo caso, las sensaciones van por barrios. Las agencias internacionales de calificación, por ejemplo, sospechan que España ha dejado de ofrecer garantías de pago de su deuda. En consecuencia, han rebajado nuestra solvencia a la segunda división, esa inquietante categoría en la que un país desarrollado empieza a parecerse a Grecia. Esto es otra sensación, por supuesto, con un importante margen discrecional, pero las Bolsas y los mercados son muy sensibles a según qué efectos, y la gente que presta el dinero -esos tipos llamados despectivamente especuladores que compran los bonos para obtener beneficios a su vencimiento- se pone muy quisquillosa cuando tiene dudas sobre la posibilidad de recuperarlo. Las tasas reales de paro, productividad o déficit, que provienen de modelos de medición efectuados con una objetividad razonable, no avalan percepciones optimistas ni dan lugar a corazonadas emocionales. De modo que hay una cierta sensación, en efecto, de que las cosas van muy mal y nos estamos viniendo abajo. No la comparten, desde luego, los sindicatos y el círculo pretoriano de Zapatero, pero en la socialdemocracia ilustrada hay serias grietas de confianza. Muchos militantes, dirigentes, votantes y simpatizantes de izquierda empiezan a tener también la cierta sensación de que sus expectativas de poder necesitan un recambio. ABC. 29-4-2010

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