Sáhara: historia de una traición

El reciente levantamiento popular saharaui, brutalmente aplastado por la policí­a y el ejército marroquí­, ha coincidido con el 35 aniversario de la celebración de la Marcha Verde y la simultánea retirada española del Sáhara. Un abandono que, como pone en evidencia este reportaje, supuso una «triple traición»: a los compromisos internacionales de España con la ONU, al pueblo saharaui y, también, al pueblo español, que sigue siendo el primer sostén solidario de los saharauis en el mundo.

Durante más de tres décadas, los ueblos marroquí y español se han tenido que tragar la rueda de molino de que la Marcha Verde (punta de lanza de la ocupación marroquí del Sáhara) fue la obra maestra de un monarca, Hasán II, "visionario" para unos, "maquiavélico" para otros. Sin embargo, un reciente libro del periodista Jesús Palacios, documenta detalladamente cómo la idea de una "ocupación manu militari, camuflada dentro de una marcha civil y pacífica" fue, en realidad una idea de la CIA, promovida por el secretario de Estado Henry Kissinger y diseñada y planificada hasta el detalle por el general Vernon Walters (el gran estratega norteamericano del suroeste europeo y el norte de África que, en ese momento, era además subdirector de la CIA), a la que se denominó inicialmente como "Marcha Blanca". La única aportación notable de Hasán II al plan fue la de cambiarle el nombre por "Marcha Verde", dándole un tinte más islámico y menos pacifista, para lograr así una movilización más efectiva del pueblo marroquí. Ahora bien, para alcanzar plenamente el éxito, la operación no contó sólo con la aquiescencia y colaboración del rey marroquí y la movilización de su pueblo, sino con otro factor trascendental, que también corrió a cargo de la diplomacia de EEUU: la garantía de que el poder de turno en España traicionaría sus compromisos y entregaría el territorio a Marruecos sin resistencia ni condición alguna. ¿Cómo y por qué impulsó EEUU la anexión marroquí del Sáhara? ¿Qué intereses le movían? ¿Y cómo logró -y a través de quiénes- la triple traición española? La guerra fría se calienta La decisión norteamericana de entregar el Sáhara a Marruecos se inscribe en el marco de una serie de medidas geoestratégicas, cuyo trasfondo es el enconamiento de una "guerra fría" que, a mitad de los años setenta, se está poniendo muy, muy caliente. Estados Unidos acaba de sufrir la derrota de la guerra de Vietnam y se enfrenta a un auge sin precedentes del expansionismo soviético, que ya no afecta sólo a países periféricos del tercer mundo, sino que, aupado en el declive de EEUU y sus agudos conflictos internos, se lanza a plantear desafíos estratégicos en puntos absolutamente cruciales de la hegemonía norteamericana en el mundo. Dos de estos puntos cruciales -además, estrechamente relacionados entre sí-, y donde ese desafío tiene un carácter de vida o muerte, son las orillas norte y sur del Mediterráneo, en ese momento epicentro mundial del conflicto. La estrategia de recomposición de la hegemonía norteamericana en la zona, diseñada por Kissinger, va a consistir en propiciar una serie de mutaciones políticas, estratégicas y territoriales, destinadas a cerrar el paso a una posible expansión soviética en la zona, y a fortalecer la alianza de EEUU con regímenes más sólidos y menos vulnerables, de forma que quede garantizado el control global USA del Mediterráneo, entonces la arteria principal del mundo. La "estrategia Kissinger" va a afectar a todos los países del llamado "vientre blando de Europa", donde perviven viejas, desgastadas y caducas dictaduras militares (la Grecia de los coroneles, el Portugal de Salazar, la España de Franco), muy desprestigiadas y sobre las que se cierne la amenaza de previsibles revueltas populares, en las que los partidos prosoviétivos locales podrían intentar sacar tajada. En todos estos países, EEUU va a propugnar la transición a regímenes democráticos "controlados", homologables a las sólidas democracias del norte de Europa, y situados bajo el paraguas colectivo de la OTAN. Una de esas transiciones "bajo control remoto" es la española, cuyo inicio cabe cifrar ya en 1973 con la "voladura" de Carrero Blanco, un asesinato selectivo para el que utilizó la mano de obra de ETA y una mina militar desembarcada en Torrejón. Eliminado el único líder capaz de promover un "franquismo sin Franco", y con el propio dictador enfermo, casi moribundo, EEUU da un respaldo decisivo al entonces príncipe Juan Carlos para que pilote la "transición española a la democracia", dentro de los límites y de los carriles ya diseñados. Mientras en España se llevan a cabo estos planes, destinados a crear un régimen amigo, consolidado y estable, un aliado fiable que asegure el control de la ribera norte del estrecho de Gibraltar, al sur, en Marruecos, EEUU promueve otra operación, que inevitablemente involucra también a España. La operación tiene como centro el territorio del Sáhara (una antigua colonia española, convertida en una "provincia" más, pero sobre la que pesa un mandato de la ONU que obliga a España a organizar un referéndum de autodeterminación) y su finalidad es entregárselo a Marruecos, por múltiples razones. Por un lado se intenta evitar a toda costa que un Sáhara independiente pueda acabar en manos del Frente Polisario, un movimiento de liberación que en Washington se considera poco más que un apéndice, un títere del régimen prosoviético de la Argelia de Bumedian. De ocurrir eso, además, todo Marruecos quedaría "cercado" por regímenes filosoviéticos, que podrían acabar forzando la caída del régimen de Hasán II, un monarca que vive, en esos momentos, una situación interna muy delicada, tras varios intentos de derrocamiento e incluso atentados contra su vida. Entregar a Hasán II el "trofeo" del Sáhara era, en ese inquietante contexto, darle un importantísimo espaldarazo político, granjearle al monarca un apoyo popular masivo y duradero, reforzar poderosamente a un régimen amigo de EEUU, frenar a Argelia (y, en última instancia, a la URSS) en sus proyectos expansivos en la zona, y, al mismo tiempo, seguir garantizándose el control de la ribera sur del estrecho de Gibraltar. Toda una "jugada maestra", en la que EEUU (con el apoyo activo de Francia, sostén tradicional de la monarquía alauita) va a comprometer todos los recursos de su diplomacia y de sus servicios secretos, incluyendo el diseño y la planificación de la operación y la elección del momento más oportuno. Una operación que consistía en lanzar a una multitud (se habló de millones de marroquíes, pero en realidad sólo participaron unos 350.000) de civiles desarmados a ocupar "pacíficamente" el territorio del Sáhara, una multitud que aunque iba flanqueada por las unidades de élite del ejército marroquí (unos 25.000 soldados, armados en los últimos meses por EEUU y Francia), debía de lograr sus objetivos anexionistas sin pegar un tiro, sin derramamiento de sangre, sin una sola víctima. Pero, para que eso ocurriera, era necesario que se cumpliera otra condición: que España aceptase sin más entregar el territorio, traicionando todos sus compromisos. Una traición en toda regla En 1975 el Sáhara continuaba siendo una colonia española. Años antes el régimen español había otorgado al territorio la categoría de "provincia" y, en consecuencia, había dado la ciudadanía y la nacionalidad española a todos los saharauis. Pero, con posterioridad, España, a quien un mandato de la ONU le seguía otorgando el papel de potencia administradora, se había comprometido a realizar un referéndum de autodeterminación auspiciado por Naciones Unidas. Frente a esa postura de la ONU, asumida por España, el régimen marroquí recurrió al Tribunal de la Haya reclamando la pertenencia del territorio saharaui al reino alauita. A mediados de octubre de 1975, la Corte Internacional de Justicia de la Haya sentenció, sin embargo, que Marruecos carecía de título de legitimidad alguno sobre el territorio y sobre la población saharaui. Como reacción a este dictamen negativo (Palacios asegura en su libro que Kissinger llegó a engañar al presidente americano Ge­rald Ford, asegurándole que el dictamen internacional había sido favorable a Marrue­cos), y aprovechando que Franco acababa de entrar en plena agonía (moriría el 20 de no­viembre) y que en Ma­drid había una situación objetiva de "vacío de poder", EEUU dio luz verde a Hasán II para que lanzara la Marcha Verde y ocupara el Sáhara, creando así -al margen de los tribunales y de la propia ONU- una situación "de facto" irreversible. La iniciativa "marroquí" no sorprendió en Madrid. Hasán II la llevaba esgrimiendo públicamente varios meses y, amén de ello, EEUU llevaba también meses tanteando cúal sería la reacción española y allanando el camino para que se aceptase una retirada incondicional. En concreto, Kissinger ya había advertido varias veces al futuro rey Juan Carlos -todavía príncipe, aunque ya jefe de Estado en funciones, por la enfermedad de Franco- de los "riesgos" que supondría "empezar su mandato con una guerra colonial en África", o de lo grave que podría llegar a ser "recibir la corona con un ejército victorioso", en el caso de que ganara la guerra. Más que consejos, se trataba obviamente de amenazas. No acababa de ofrecerle el pleno respaldo de EEUU a la restauración monárquica, y ya estaba cobrándole la "factura" de ese apoyo. De hecho, Juan Carlos voló al Aiaún el 2 de noviembre de 1975, teóricamente para respaldar a las tropas españolas y "asegurar que España defendería sus compromisos", pero en realidad fue a transmitir a los mandos las órdenes secretas de retirada. Una retirada que el gobierno putrefacto de Arias Navarro (en el que había hasta ministros, como Solís, que trabajaban para Hasán II) anunció, el 8 de noviembre, a través de una nota que -asegura Palacios- el propio Hasán II le dictó personalmente al ministro Carro y que luego éste leyó como si fuera una comunicación oficial del gobierno español, y que se instituyó formalmente el día 14 con la firma de los "Acuerdos de Ma­drid", verdadera acta de capitulación, que despojaba a los saharauis de su territorio y de su futuro y entregaba el Sáhara al régimen marroquí (Mauritania se prestó a la pantomima de un reparto, pero al poco tiempo abandonó y lo dejó todo en manos de Marruecos). Con la firma de este ignominioso documento, el gobierno español (por activa) y el futuro rey (por pasiva) cometieron una triple traición: En primer lugar, traicionaron el compromiso de España con la ONU, es decir, con la comunidad internacional, compromiso que le avalaba como única potencia legítima administradora del Sáhara, y como garante de un proceso de autodeterminación que implicaba la organización y realización de un referéndum para que el pueblo saharaui pudiera decidir libremente su destino. España tenía ese compromiso ineludible y esa responsabilidad, y al firmar los "Acuerdos de Madrid", los rompió y los traicionó. En segundo lugar, traicionó al pueblo saharaui, un pueblo colonizado, pero hermanado, que además era formalmente parte del pueblo español, al tener su nacionalidad, y cuyas aspiraciones a decidir libremente su futuro España estaba comprometida y obligada a defender. En cambio, con los acuerdos de Madrid, el gobierno español los convirtió en súbditos de su peor enemigo y en blanco de una represión y una política de exterminio que todavía hoy sigue vigente. Y en tercer lugar, traicionó al pueblo español, que de forma prácticamente unánime simpatizaba con el pueblo saharaui, tan profundamente, que 35 años después sigue manteniendo vivo ese apoyo y ese reconocimiento, pese a la actitud claudicante y vergonzosa de casi todos los gobiernos democráticos españoles, que asumen el actual "status quo", por puro vasallaje a EEUU y Francia. La "deuda" española con el Sáhara y con su pueblo ni se ha extinguido ni se extinguirá hasta el día en que, libre de la ocupación marroquí, pueda decidir libremente su destino. Por más que intente mirar a otra parte o esgrimir supuestos "intereses de Estado", como acaba de hacer el gobierno de Zapatero, legitimando la represión marroquí, España sigue teniendo sobre sí las responsabilidades y los compromisos traicionados. Y el deber de solidaridad con el pueblo saharaui.

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