Sabino Arana y el nuevo obispo de San Sebastián

«Interiorizaron esa frase tan grotesca pero descriptiva de Josu Erkoreca, portavoz del PNV, según el cual, «no es lo mismo pastorear ovejas latzas que ovejas burgalesas». Por supuesto, los vascos serí­amos latzas, especiales, distintas (¡autóctonas!) y requerirí­amos un «pastor» igualmente diferente. Como se ve, un argumento basto».

Podría desgranar muchas más citas de las obras de Sabino Arana que demuestran que su conceción del nacionalismo era mesiánica de tal manera que el buen vasco era sólo el buen católico, y así ambas condiciones se convertían en indisociables. De ahí la afinidad ideológica con la Iglesia local que, desde finales del siglo XIX se encargó, frente a la revolución industrial y las grandes migraciones internas en España, de conservar las costumbres más ancestrales, el idioma vasco, la endogamia y, al final, la desconfianza ante “el diferente”, el “otro”. ETA se constituyó un 31 de julio de 1959 en Loyola. Jamás la banda terrorista atentó contra un prelado o contra un sacerdote; siempre respetó –salvo episodios violentos contra el Opus Dei, muy contados—una especie de exención hacia la clerecía. (EL CONFIDENCIAL) EL PAÍS.- La posición del Gobierno español es delicada y cada vez más incómoda. No bastan las buenas intenciones ni que el ministro Moratinos reconozca "la legítima posición" del pueblo saharaui. Si España, como la ONU, no reconoce que el Sáhara Occidental sea marroquí, no se comprende la facilidad con que ha aceptado esas razones administrativas alegadas por Marruecos al tiempo que rechaza las de la activista saharaui para intentar viajar de nuevo a El Aaiún. EL MUNDO.- Montilla y sus consellers intentan regresar con las naves del enemigo, pero sin arriesgar ni siquiera el sueldo. En la historia de Cataluña hubo alzamientos, alborotos y revueltas. Intentaron la instauración de una república bajo la protección del rey de Francia. Quevedo, pluma del conde-duque, devorado por el odio a los catalanes, los retrata como desleales y ladrones, en su caos de privilegios. Aquellos peleaban, éstos no pierden el tiempo luchando contra el Estado, están introducidos en él, conspiran desde dentro, amparados por la Constitución, que apuñalan con vileza. Opinión. El Confidencial Sabino Arana y el nuevo obispo de San Sebastián J. A. Zarzalejos El clero y la jerarquía eclesiástica vasca –antes de la guerra civil y después de 1975, y calladamente durante el franquismo— se han comportado como factores de reproducción del nacionalismo en el País Vasco, de tal manera que el entendimiento tácito entre obispos y partidos nacionalistas ha sido una constante, especialmente en estas tres últimas décadas. No lo afirmo yo, sino los sociólogos (Pérez Agote) y ensayistas (Jon Juaristi y Patxo Unzueta) expertos en esta materia. Desde el llamado caso Añoveros (obispo de Bilbao que estuvo a punto de ser expulsado de España por Franco en febrero de 1974 a cuenta de una carta pastoral en la que el prelado reclamaba el reconocimiento de la identidad cultural y lingüística vasca), las diócesis de Bilbao, San Sebastián y Vitoria han estado acaparadas por prelados próximos al nacionalismo o subordinados a su hegemonía social y política. Porque interiorizaron esa frase tan grotesca pero descriptiva de Josu Erkoreca, portavoz del PNV, según el cual, “no es lo mismo pastorear ovejas latzas que ovejas burgalesas”. Por supuesto, los vascos seríamos latzas, especiales, distintas (¡autóctonas!) y requeriríamos un “pastor” igualmente diferente. Como se ve, un argumento basto. Los más destacados en esta afinidad nacionalista han sido los ya eméritos José María Setién y Juan María Uriarte, ambos al frente de la diócesis de San Sebastián, pero el antecesor de Ricardo Blázquez en Bilbao, el fallecido Luis María Larrea Legarreta (1979-1995), también sintonizaba en la onda peneuvista más tradicional. Fue desde la llegada de Blázquez a Bilbao –recibido con el despectivo “un tal Blázquez” de Arzalluz, o el ofensivo “loro viejo no aprende a hablar" (euskera) de Anasagasti— cuando las cosas parecieron cambiar. Sin embargo, el liderazgo de Setién y de Uriarte se comieron el apoliticismo del obispo bilbaíno que firmó, con estos dos y el de Vitoria –Miguel Asurmendi— una carta pastoral (“Preparar la paz”, de 29 de mayo de 2002) que atacaba la ilegalización de Batasuna y defendía claramente la ideología nacionalista. Aquella pastoral fue un tremendo error de los prelados vascos que hizo reaccionar a la Santa Sede que, a partir de entonces, imprimió, si bien lentamente, un giro en los nombramientos episcopales. Aunque envió a Uriarte a San Sebastián, potenció a Blázquez al que ha adosado desde 2008 a un auxiliar alejado de veleidades nacionalistas –Mario Iceta—y ahora acaba de sustituir al jubilado obispo donostiarra, Juan María Uriarte, por José Ignacio Munilla, antes en la diócesis de Palencia, nacido en la capital de Guipúzcoa, conocedor a la perfección del euskera, formado en Toledo y con experiencia pastoral en el País Vasco (fue párroco en Zumárraga). Estos cambios son convulsivos para un PNV cuyo fundador, Sabino de Arana y Goiri, era un desaforado católico que entendía teocráticamente Euskadi (“Euskadi para Dios”, escribió en uno de sus muchos arrebatos) y que dejó reflexiones como las que siguen: – “El clérigo debe buscar sólo el Reino de Cristo. El seglar, ante todo el Reino de Cristo”. – “Mi patriotismo se fundó y cada día se funda más en mi amor a Dios, y el fin que en él persigo es de conducir a Dios a mis hermanos de raza, a mi gran familia, el pueblo vasco”. – “Muchos pueblos han recorrido con Cristo el camino del Calvario en su Historia, pero sólo un pueblo conozco que haya merecido ser insultado, como Cristo, en su propia cruz: El Pueblo Vasco”. Desorientación política Podría desgranar muchas más citas de las obras de Sabino Arana que demuestran que su concepción del nacionalismo era mesiánica de tal manera que el buen vasco era sólo el buen católico, y así ambas condiciones se convertían en indisociables. De ahí la afinidad ideológica con la Iglesia local que, desde finales del siglo XIX se encargó, frente a la revolución industrial y las grandes migraciones internas en España, de conservar las costumbres más ancestrales, el idioma vasco, la endogamia y, al final, la desconfianza ante “el diferente”, el “otro”. ETA se constituyó un 31 de julio de 1959 en Loyola. Jamás la banda terrorista atentó contra un prelado o contra un sacerdote; siempre respetó –salvo episodios violentos contra el Opus Dei, muy contados—una especie de exención hacia la clerecía. Por todo eso el nombramiento de José Ignacio Munilla y, antes, en 2008, de Mario Iceta, aquel como titular de San Sebastián y éste como auxiliar de Bilbao (sustituyendo al también nacionalista Carmelo Etxenagusia), ha convulsionado al nacionalismo vasco que ha tenido hasta ahora en las sedes episcopales de las tres capitales vascas a interlocutores siempre propensos a la comprensión de sus tesis y a la reproducción, sutil o explícita, del nacionalismo. Que el PNV diga ahora que va a votar la ley del aborto –contra el criterio de su propio electorado—no es una prueba de secularización ideológica sino de desorientación política en una tesitura en la que su hegemonía se pierde, además de en el Gobierno de la Comunidad, en las iglesias locales. Los nacionalistas saben que, estas nuevas designaciones no se han improvisado: se trata de prelados debidamente preparados para afrontar su tarea pastoral en un clima de hostilidad ideológica y en sociedades en las que la Iglesia se ha convertido más que en un referente espiritual en una pieza política del complejo puzle vasco. O sea, que entre los lopeces en Ajuria Enea y los munillas en las sedes episcopales, Euskadi parece emprender una senda de cambio (…) EL CONFIDENCIAL. 25-11-2009 Editorial. El País Cómo ayudar a Haidar La situación en que se encuentra la activista saharaui Aminatou Haidar en el aeropuerto de Lanzarote, al que llegó tras ser privada de su pasaporte marroquí e impedida de entrar en El Aaiún, su ciudad natal y en la que residen su madre y dos de sus hijos, es de la entera responsabilidad del Gobierno de Marruecos. Corresponde a este Gobierno resolverla y es difícil concebir otra forma de hacerlo que no sea devolviendo el pasaporte y no impidiendo la libre entrada a su territorio a alguien que, aunque defienda ideas que no gustan a las autoridades, lo hace pacíficamente y al amparo de los códigos de derechos humanos. Al Gobierno español le corresponde no hacerse cómplice de un acto autoritario y arbitrario como el que ha cometido el Gobierno marroquí con Aminatou Haidar. Y no está claro que no lo haga si su actuación se limita a impedirle que intente de nuevo volver a El Aaiún, alegando que carece de pasaporte cuando esa carencia no impidió su entrada en territorio español, y a ofrecerle la posibilidad de acogerse al Estatuto del Refugiado, lo que, al margen de las buenas intenciones, haría el juego al Gobierno marroquí. La cuestión es que Haidar no desea permanecer en territorio español en contra de su voluntad, ni tampoco quiere acogerse al Estatuto del Refugiado. Y que esa situación la ha llevado a una huelga de hambre que, además de poner en riesgo su salud, agrava un problema que Marruecos ha sabido trasladar a España con una facilidad pasmosa. La posición del Gobierno español es delicada y cada vez más incómoda. No bastan las buenas intenciones ni que el ministro Moratinos reconozca "la legítima posición" del pueblo saharaui y se defienda de ser "pro marroquí". Son los hechos los que cuentan, y en este caso lo que se echa en falta es una actuación de la diplomacia española -todo lo prudente que se quiera, pero firme-, para requerir a Marruecos que reconsidere su actitud y no supedite los derechos fundamentales de las personas a razones administrativas como las alegadas -escribir Sáhara Occidental en lugar de Marruecos en la ficha de entrada- para impedir la vuelta de Haidar a su ciudad. Si España, como la ONU, no reconoce que el Sáhara Occidental sea marroquí, no se comprende la facilidad con que ha aceptado esas razones administrativas alegadas por Marruecos al tiempo que rechaza las de la activista saharaui para intentar viajar de nuevo a El Aaiún. EL PAÍS. 25-11-2009 Opinión. El Mundo Quemar los vaixells Raúl del Pozo Catalanes y no catalanes se parecen en que para cada uno de ellos su país es su angustia. Los primeros llevan 100 años, o tal vez 300, amenazando con irse y nunca se van. Los otros viven con aflicción ese juego de amantes despechados, condenados a seguir juntos. Pero ¿por qué condenados? ¿Acaso el divorcio entre personas no puede ampliarse a los pueblos? Escribe Ciorán, refiriéndose a la España inacabada. «Es casi imposible hablar con un español de otra cosa que de su país, universo cerrado, provincia absoluta, fuera del mundo». Los catalanes han cogido el punto a los demás españoles, les toman el pelo. España conjugó todos los verbos con Cataluña: allanar, bombardear, conllevar y, por último, tragar. Estamos llegando al límite de la fatiga, al punto de no retorno. Montilla, al que oí en un mitin de campaña hacer el discurso más catalanista, por no decir independentista, que he escuchado, parece ahora dispuesto a romper amarras. Exige al Tribunal Constitucional que respete la legitimidad del Estatuto, que empuña como un cuchillo contra la Constitución. Saura pide que se disuelva el Constitucional. Joan Ridao, de Esquerra, ha amenazado diciendo que una sentencia adversa al Estatuto será «una fábrica de soberanistas». Ridao está en su papel, pero lo mismo Montilla que Saura demuestran ser políticamente ágrafos, ignoran que a los políticos también les gobierna la Ley. Lo decían los primeros demócratas, la Ley es el rey de todos, de los mortales y de los inmortales. Estos políticos inciviles están quemando las naves, los vaixells, pero con el culo pegado al sillón. El primero que quemó las naves fue Alejandro, después le imitó Cortés. Alejandro, que sabía de memoria La Ilíada, dijo a sus soldados: «Mirad cómo arden los barcos, ésta es la razón de que debéis vencer, ya que de no hacerlo, no volveréis a vuestros hogares, el mar es el único camino de vuelta y sólo podréis regresar en los barcos de los enemigos». Montilla y sus consellers intentan regresar con las naves del enemigo, pero sin arriesgar ni siquiera el sueldo. Su actitud me recuerda lo que leí en Historia de Cataluña de Ferran Valls i Taberner: «No perdáis el tiempo luchando contra el Estado, apoderaos de él». En la historia de Cataluña hubo alzamientos, alborotos y revueltas. Intentaron la instauración de una república bajo la protección del rey de Francia. Quevedo, pluma del conde-duque, devorado por el odio a los catalanes, los retrata como desleales y ladrones, en su caos de privilegios. Aquellos peleaban, éstos no pierden el tiempo luchando contra el Estado, están introducidos en él, conspiran desde dentro, amparados por la Constitución, que apuñalan con vileza. Lo que pasa es que, con su juego de extorsiones y timos, están precipitando su historia y tal vez no era la independencia lo que querían. EL MUNDO. 24-11-2009

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