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Rusia y el fantasma de la triste soledad

Ucrania centra cada vez más los debates en Rusia. A fines de noviembre Kiev debe firmar el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea (UE).

Desde el punto de vista jurídico, ese documento tiene poco interés para el público, Su importancia política es, sin embargo, evidente. Ucrania está dispuesta a aceptar las bases normativas que en un futuro (por ahora, lejano) le permitan aspirar a la membresía de la UE, lo cual le cerrará las puertas de otra integración, la de la Unión Aduanera, con normas y reglas diferentes.

¿Qué perdería y qué ganaría Kiev, al optar por la variante europea? Las naciones soberanas pueden hacer lo que quieren y luego cosechar sus éxitos o lamentar las oportunidades desaprovechadas y son los propios ucranianos los que deben decidir sobre sus prioridades. Ojalá su decisión se base en cálculos razonables y no se vea inspirada por lemas políticos.

Para Rusia la cuestión es qué actitud cabe adoptar ahora respecto a una Ucrania que ha preferido la opción europea. Tras la desintegración de la URSS unos pueblos que se consideraban hermanos empezaron a construir sus propios Estados, primero muy parecidos y divididos tan solo por una frontera condicional pero que luego poco a poco se fueron separando. Nuestros vínculos eran muy estrechos, pero con el tiempo las disputas acerca de los metros cúbicos de gas suministrado y su precio fueron desgastando el espíritu común de la indivisible unidad histórica, cultural y religiosa. Por si fuera poco, en medio de la apasionante competencia con Occidente, siempre dispuesto a hacerse con la herencia geopolítica de la URSS, la interminable “batalla por Ucrania” ya de por sí se convirtió en objetivo.

La historia de los antiguos imperios muestra que vivir mirando atrás no tiene sentido alguno, como tampoco cabe perder la fe en el futuro. Son muchos los Estados que pasaron por ello: desde el agrio cáliz sentimiento de la pérdida y el deseo de recuperar lo perdido, hasta la indiferencia política y el anhelo de distanciarse de la herencia del pasado. Al final, es una suerte, independientemente y a pesar de los intereses de los políticos, que los pueblos que formaron juntos una comunidad sigan sintiendo la atracción mutua. La coyuntura cambia, pero la base cultural persiste. A no ser que la destruyan, premeditada o casualmente.

A lo largo de más de 20 años, las relaciones ruso-ucranianas se han caracterizado por ciertas reticencias: vivimos en Estados distintos, pero no nos vemos del todo extranjeros. Tarde o temprano había que aclarar las cosas y ya lo hemos hecho: a partir de ahora habrá cambios, al menos en el modelo de relaciones económicas. Pero hay que evitar convertir este proceso natural en una especie de castigo al vecino por su falta de lealtad. Por ejemplo, siempre se puede encontrar alguna bacteria en el vino, la leche o el chocolate que llega de fuera para cortar las importaciones. Pero satisfaciendo así por un tiempo el amor propio herido, nos arriesgamos a socavar a largo plazo la confianza, y no tanto a nivel político como humano. Pero la confianza y la simpatía humanas son los únicos activos que persisten. Algún día, cuando vuelvan a cambiar las circunstancias, sobe esa base se podrán volver a construir las instituciones políticas y económicas.

Rusia es un país fuerte y extenso. Por supuesto que podremos vivir sin Ucrania, igual que vivimos sin tantas otras repúblicas de la antigua Unión Soviética. Más aún que en el siglo XXI -a diferencia de las épocas de los zares rusos y secretarios generales soviéticos- para garantizar la seguridad ya no sirve el ensanchar las fronteras.

Pero, pragmatismo puro aparte, hay algo más. Es la identidad nacional de Rusia, capaz de contrarrestar los embates de la globalización pero que de seguro perderá mucho con la separación de los países que tradicionalmente se consideraron sus hermanos. En lo histórico, cultural y religioso para Rusia nunca habrá países más cercanos que Ucrania, Bielorrusia, Moldavia, Georgia, Armenia…

Esos países han tomado sus decisiones políticas, y están en su derecho. Pero la opción de Rusia debe estar determinada en primer lugar por el intento de mantener con ellos un vínculo espiritual.

De lo contrario, Rusia, tan autosuficiente, podría verse sumida en la triste soledad.

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