Implicaciones estratégicas de la venta de Opel

Rumbos variables

Tras varios meses de duros tiras y aflojas, de férreas negociaciones a varias bandas, finalmente el consorcio canadiense-austriaco-ruso Magna-Sberbank se ha hecho con Opel, la filial europea del gigante automovilí­stico norteamericano General Motors. Mucho se está hablando estos dí­as en nuestro paí­s de las consecuencias que esta venta va a tener en cuanto a la destrucción de puestos de trabajo en la planta de Figueruelas, pero muy poco de las implicaciones polí­ticas y estratégicas que la decisión de Berlí­n tiene en el nuevo y complejo tablero europeo y mundial.

Es innegable que, a 11 días de las elecciones legislativas alemanas, la canciller Merkel se ha auntado un buen tanto electoral al conseguir de los nuevos propietarios de Opel el compromiso de no reducir el empleo en ninguna de las cuatro grandes factorías que la empresa posee en Alemania. Sin embargo, las implicaciones políticas y estratégicas de la venta de Opel, van mucho más allá de una simple cuestión económica o electoral. En primer lugar, porque Berlín, para vencer las resistencias de la Casa Blanca, que al mismo tiempo que aspiraba a que Opel quedara de alguna forma bajo propiedad del capital norteamericano, de ninguna manera deseaba ver al capital ruso quedándose con una parte sustancialmente importante de una de las “joyas de la corona” de la industria yanqui, no ha dudado en apoyarse, políticamente, en el Kremlin. Llegando a advertir al propio Obama –según hizo saber extraoficialmente el portavoz de Merkel– en una conversación telefónica mantenida el pasado mes de agosto, con que la venta de Opel era un asunto capaz de “poner a prueba las relaciones transatlánticas”. Una de las claves de la victoria de Merkel en este pulso reside en la imposibilidad política de la administración Obama de conceder más dinero de los contribuyentes norteamericanos para mantener la actividad industrial de una empresa propia en el extranjero, perdiendo con ello de una de las divisiones de General Motors más cualitativas. Su filial en el mayor mercado mundial del automóvil, donde estaba presente desde la década de los 20, cuando tras la Primera Guerra Mundial, Alemania quedó hundida financieramente, echándose en brazos de la importación de capital de la entonces joven y emergente potencia yanqui. 80 años después de aquello, General Motors –universalmente reconocida como el mayor símbolo del capitalismo norteamericano– se ve obligada a salir con el rabo entre las piernas de Europa. Lo que no es sino un signo más del ocaso imperial de la superpotencia, multiplicado por el estallido de la crisis. El rescate de Opel, tal y como se ha producido, asienta una certeza, al tiempo que deja abierta una incógnita, ambas inquietantes. La certeza de que, en medio de la crisis, las burguesías monopolistas más fuertes de Europa –como la alemana– no tienen la más mínima duda en descargar, allá donde puedan, las peores consecuencias de la crisis sobre los países más débiles. En este caso, son la clase obrera española y belga las que pagarán la crisis de Opel con el desmantelamiento de toda o una parte sustancial de su capacidad industrial y la expulsión de miles de trabajadores al paro. Nada importa, en este sentido, que la planta de Figueruelas en Zaragoza sea la más eficaz y productiva de la multinacional. Donde hay patrón, no manda marinero. Y el peso económico y político de la oligarquía española en Europa y en el mundo sigue estando a años luz del de la burguesía monopolista alemana. La incógnita de que, con Opel, son ya tres los sectores industriales en los que se ha producido una alianza estratégica Berlín-Moscú. La primera, en tempos del canciller Sroeder, en torno al abastecimiento y la distribución energética en Europa. La segunda, ya con Merkel y el gobierno de gran coalición, en torno a la industria nuclear con los acuerdos de largo alcance entre la germana Siemens y la rusa Rosatom. Ahora, una nueva ventana de alianza industrial en torno al sector del automóvil parece haberse abierto con la entrada en Opel del Sberbank, el banco ruso que es a su vez accionista mayoritario de la principal industria automovilística rusa. No quiere esto decir, desde luego, que estemos a las puertas de la creación de un nuevo eje geopolítico Berlín-Moscú, algo hoy en día prácticamente imposible dado el grado de sometimiento y subordinación de Alemania con respecto a Washington. Pero sí que en la nueva, fluida y cambiante situación creada por el ocaso imperial de EEUU y la emergencia de los “reinos combatientes”, múltiples opciones y alianzas coyunturales antes impensables, hoy pueden cristalizar dependiendo de cómo cada uno de los jugadores activos sepa, quiera o pueda jugar sus piezas en el tablero. En este sentido, y más allá de las consecuencias económicas y sociales de la venta de Opel, hay una tendencia que empieza a dibujarse con insistencia en el norte de Europa. Y cuyas implicaciones para el futuro del continente son innegables.

Deja una respuesta