Estreno de Ágora

Retroceder aterrados

«Ágora» no es sólo la pelí­cula más cara y espectacular del cine español -una forma de competir en su terreno con Hollywood-, sino que nos propone un excitante debate. La historia de Hipatia y el escenario de la Alejandrí­a del siglo IV, sirven a Amenábar para situar al espectador en el ojo del huracán de un mundo en crisis. Algo similar, salvando las distancias, a lo que está empezando a ocurrir hoy, marcados por la recesión y un poder imperial norteamericano en irresistible declive. ¿Qué podemos esperar de los cambios? ¿Qué posición tomar ante ellos? Estas son las decisivas preguntas que nos formula Amenábar.

La batalla está en la tierra, y no en el cieloLa disuta entre el afán científico y filosófico de Hipatia, y el poder de un cristianismo en ascenso que acabará asesinándola protagonizan la película.Pero este es sólo el argumento de la trama. ¿Cuál es el tema que pretende tratar “Ágora”?Casi unánimemente, la crítica ha señalado hacia la eterna lucha entre el pensamiento racional y tolerante, personificado en Hipatia, y la irracionalidad y fanatismo, representado en las turbas cristianas.Pero ese es un tema que se desarrolla en las alturas, mientras que los auténticos conflictos se dilucidan a ras del suelo.Conviene recordar que el mito de Hipatia -la pensadora enfrentada al dogmatismo religioso- es en esencia un mito burgués, creado por la Ilustración. Que nos obligan a concebir la realidad a través del prisma de la ideología burguesa, transformada en emblema de la culminación del progreso humano.El conflicto que simboliza Hipatia no es de ninguna manera una “batalla filosófica pura”, sino una disputa de intereses materiales, un conflicto de clase.Una realidad que, por cierto, sí aparece reflejada en la película. El paganismo romano, su sistema de creencias y valores, el orden político imperial y su legado cultural, surgen y sirven al matenimiento del orden esclavista que sostiene en el poder a las tradicionales élites alejandrinas. Mientras que el cristianismo -hasta hace muy poco ferozmente perseguido- se ha convertido ya en la religión oficial del imperio, en el vehículo ideológico y político principal de nuevos poderes, nucleados en torno al aparato de la Iglesia.Se trata de un conflicto de intereses de clase antagónico, donde el avance de uno significa la eliminación y destrucción de las mismas bases de existencia del otro. Y que, por tanto, sólo puede desarrollarse en medio de agudas y violentas convulsiones.Lo mismo ocurre con los “conflictos religiosos” del presente. La disputa entre el fundamentalismo islámico y el mundo occidental no refleja otra cosa que la batalla material entre el orden norteamericano, del cual participan las decadentes potencias europeas, y el afán de determinados sectores de emergentes burguesías árabes por escalar, por la fuerza, posiciones en la cadena imperialista. ¿Una amenaza o una oportunidad?Las anteojeras de un “eterno conflicto entre la razón y la fe” nos impiden poder penetrar en la sustancia de Ágora Es imprescindible desprenderse de ellas y aterrizar en la realidad.Y es el propio Amenábar quien nos proporciona la pista principal. Insistiendo en el paralelismo entre la Alejandría del siglo IV, “con una civilización en decadencia y una profunda crisis de valores y económica” y el momento actual.Asistimos al desmoronamiento del imperio romano, junto a todo el orden social, ideológico o cultural sostenido por su poder. Y al ascenso inusitadamente rápido de las nuevas élites cristianas.El presente del mundo está caracterizado por el declive norteamericano, y la progresiva racionalización de unas potencias europeas acostumbradas a ser y sentirse centro del mundo. Encadenado con el estallido de una profunda crisis capitalista que ha agudizado la debilidad “imperial”. Mientras nuevos poderes, expresados en potencias emergentes procedentes del Tercer Mundo, expanden aceleradamente su influencia.Dos vectores en lucha cuya disputa está configurando un nuevo mundo que será irremediablemente distinto del que hemos vivido. El principal mérito de “Ágora” es sintetizar los más agudos conflictos del presente, obligándonos a todos a tomar posición ante ellos. Todo periodo de transición engendra oportunidades y amenazas.El debilitamiento del poder imperial norteamericano puede permitir el desarrollo de proyectos políticos, culturales o ideológicos que antes eran aplastados. Como sucedió tras la Iª Guerra Mundial, donde la debilidad de las potencias dominantes dio lugar a una espectacular explosión de creatividad.Pero Amenábar percibe los cambios como una amenaza, y aspira no a aprovechar las oportunidades, sino a conservar en la medida de lo posible fragmentos, aunque sean rotos, del viejo orden.Mira con nostalgia la Biblioteca de Alejandría, y desea haber podido conservar algunos libros más. Señalando con saña a las turbas cristianas que transformaron en iglesia o establo el antiguo templo del saber.Pero ese “instinto de conservación” nos coloca ante una trampa mortal. ¿Conservar el brillante legado cultural alejandrino? Pero para que una reducida élite pudiera edificar la Biblioteca o el Faro de Alejandría, la mayoría era condenada a vivir como esclavos o ante la permanente amenaza de llegar a serlo.Amenábar se coloca en el lugar de Hipatia. Pero la mujer filósofa no defendía sólo un legado cultural en su enfrentamiento con el cristianismo. Hipatia pertenecía a las más altas élites aristocráticas, que conformaban sus alumnos y luego sus discípulos. Detrás de su empecinamiento -mientras otros pactan con el nuevo poder cristiano- está el desesperado intento de preservar algo del orden social que le había proporcionado su posición de clase.En “Ágora” los realmente malos son las nuevas élites cristianas, personificadas en el obispo Cirilo. Sobre el poder imperial romano se extiende una visión complaciente. El prefecto es un discípulo de Hipatia que, como mucho, cae en el oportunismo de ceder ante la presión cristiana para conservar el poder.Una lectura que, trasladada a la actualidad, ofrece resultados inquietantes. ¿Dónde están las principales amenazas? ¿En los nuevos poderes -sean el fundamentalismo islámico o el peligro amarillo- que intentan rivalizar con el emperador? ¿Debemos aspirar a conservar algo del “orden imperial” que, por lo menos, nos permite a una pequeña parte del planeta, el mundo desarrollado, un determinado nivel de vida, incluyendo determinados privilegios culturales?Esta visión se completa con un miedo cerval a la acción de masas, claramente definida en el cartel oficial de la película, donde una serena Hipatia se eleva sobre una turba cristiana sedienta de sangre, formada por antiguos esclavos.Y que chirría en el tratamiento a lo dos esclavos. Por un lado Davos, enamorado secretamente Hipatia, que en un arranque de odio de clase se une a los parabolanos cristianos para decapitar a los dioses esclavistas. Pero que acaba abandonándolos asqueado ante el hecho de haberse transformado en un asesino.En el momento más lírico de la película, Davos mata con sus propias manos a una Hipatia desnuda para que ésta no sufra los horrores de la lapidación. Es la consumación metafórica del deseo hacia el ama, imposible siquiera de concebir bajo los valores esclavistas. Pero para ello ha debido unirse a los asesinos de Hipatia.Mientras que el otro esclavo, que permanece fiel al ama, es retratado con un halo beatífico. No tiene las manos manchadas de sangre, pero para ello ha aceptado ser durante toda su vida un eunuco transformado poco menos que en una extremidad impersonal del ama.Amenábar plantea preguntas revolucionarias, pero nos ofrece respuestas conservadoras. Se coloca valientemente en el ojo del huracán de los cambios, pero retrocede aterrado ante las consecuencias que estos pueden comportar. Y está más preocupado por conservar que por conquistar.Lo que ocurre es que la mayoría de la humanidad, en el siglo IV o en el siglo XXI, tiene muy poco que conservar, excepto sus cadenas.

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