Muere Marcos Ana

Retrato de un antifascista

Fernando Macarro Castillo -Marcos Ana- se trasladó en 1929 con sus padres -Marcos y Ana- a Alcalá de Henares. En 1936 estalla la guerra civil, con quince años se presenta voluntario. A los 17 años se incorpora al ejercito en la Octava División. El fin de la guerra cae en el puerto de Alicante y es conducido al campo de concentración de Albaterra, hasta su evasión. Marcha a Madrid donde es detenido y devuelto a prisión; es abril de 1939, y pasarán 23 años hasta ser puesto en libertad en 1961, con 41 años de edad. Serán largos años de tortura, privación y encierro. Allí­ nace su obra poética, vital y lúcida. En Noviembre de 1961 en libertad marcha a Francia donde inicia una vigorosa actividad cultural y polí­tica para restaurar la democracia en España.

Entrevista concebida a Foros 21 el 04-03-2010

¿Cómo se organizó en las Juventudes Socialistas?

Siempre he sido muy apasionado. Me afilié a las Juventudes Socialistas con quince años. Pasé por un proceso de adaptación muy fuerte, yo era cristiano y mientras por el día cumplía mis tareas de militante socialista con gran convicción por la noche rezaba mis oraciones con fe. Enseguida vino la guerra, y superé todos los restos de mi formación religiosa. Es que la Iglesia ha dado muchos revolucionarios… Sí, presenté el libro en la iglesia de Vallecas, con el párroco Enrique de Castro. Enrique estaba preocupado porque me sintiera incómodo por un enorme Cristo que había a mí lado, pero yo le contesté: “Siempre he estado más al lado de Dios que de la Iglesia”.Fue usted comisario político muy joven. Sí, fui comisario político del Partido Comunista a los 16 años, uno de los más jóvenes del ejército. Participó usted en la batalla de Madrid, ¿estuvo en el quinto Regimiento? No, tenía 16 años, era casi una mascota. Estuve un año en la sierra, en Peregrinos, luchando contra las unidades fascistas. ¿Cómo fueron los 23 años que pasó en la cárcel? En la cárcel hubo dos periodos. Uno hasta el año 44, fue un periodo de supervivencia. Nos comíamos hasta las hierbas, se moría de hambre y de tuberculosis. Y otro fue a partir del 44 cuando el ejército soviético rompió el espinazo del ejército alemán. El drama nuestro era las familias, era muy triste verlas pegadas como regaderas humanas a los muros de las prisiones. Nuestras mujeres y nuestras madres nunca nos reprocharon nada, pero en los primeros tiempos venían con los ojos arrasados de lágrimas. En el segundo periodo nos hicimos con la cárcel, fue como una universidad. En la cárcel conocí el valor de la fraternidad. Marcos Ana es un nombre de guerra, ¿qué significa? Son los nombres de mis padres. A mi padre lo mató la aviación alemana y mi madre, la pobre, murió peregrinando de cárcel en cárcel. Después de 23 años en la cárcel ¿cómo fue su vuelta a la libertad? Fue lo más difícil. En la cárcel podría haber aguantado cien años porque era como un ladrillo del muro. Terminamos dominando la cárcel. Pero la libertad fue tremenda, salí con 41 años y descubrí el mundo a tientas. Tenía vértigo, me mareaba hasta el vómito, mi ojo se había adaptado durante 23 años a distancias cortas y verticales.

Cuando me hacen homenajes a veces me siento incómodo porque fueron muchos los héroes anónimos que lo entregaron todo y sin embargo yo vivo entre el aplauso y el reconocimiento de la gente. Usted no tuvo oportunidad de estudiar, pero en la cárcel se hizo poeta. Yo nunca había escrito nada, era casi un analfabeto, pero tenía mucha imaginación, mucho fuego para hablar, pero todo eso no estaba educado. En la cárcel leí a Alberti y a Neruda y empecé a notar que salía de mí una especie de música. Como no podía escribir empecé a memorizar. No conocía la carpintería del poema, pero tenía mucha pasión. Empecé a sacar mis poemas al exterior cómo el naufrago que lanza una botella al mar. Y un día con gran sorpresa recibí un paquete de México con mis poemas editados. Comprendí que tenía que convertir la poesía en un arma de lucha, los poemas recorrieron el mundo, sirvieron de consuelo a los presos en las cárceles de Pinochet. ¿Cómo conseguíais burlar la censura de las cárceles? Estábamos muy organizados, todo en la clandestinidad, era como un estado dentro del estado. Teníamos hasta escuelas de cuadros donde estudiábamos marxismo. Había incluso una clase para libertos, para aquellos que iban a salir libres. Acabamos con el analfabetismo en la cárcel. Hacíamos cosas increíbles, editamos la revista Muro, revista de una tertulia literaria que yo mismo fundé.

Algunos guardianes colaboraban con nosotros y nuestras mujeres eran el puente entre nosotros y el mundo. Nosotros estábamos muy formados, y los guardianes eran unos haraganes. Si te pasaban un periódico clandestino lo leías y lo quemabas. Pero cuando eran libros como” La dialéctica” u otros encargábamos a nuestros familiares que buscaran una edición en la que el título no estuviera repetido en las primeras páginas. Eso era imprescindible. Mota, un viejo librero lo volvía a encuadernar con otras tapas y a lo mejor el libro se titulaba“ La vida de Santa Genoveva de Jesús” y por dentro era “ El Canto general” de Pablo Neruda”. ¿Cómo fue su relación con Miguel Hernández? Le conocí en la guerra, y me encontré con él en la prisión. No teníamos gran amistad, pero sobre todo representa mucho para nosotros. El era como el fuego azul de la poesía. Decidimos hacerle un homenaje clandestino aprovechando la cierta inseguridad de la noche. Era impresionante, los presos sentados en el suelo con una atención casi religiosa mientras el silencio de la cárcel ponía alerta a los centinelas. No era un homenaje fugaz, era una obra de teatro con tres actos. Se llamaba “Sino Sangriento” el primer acto era “Rayo que no cesa” el libro del amor de Miguel, “Vientos del pueblo” el segundo acto, y “Romancero y canción de ausencia” el tercer acto sobre su cautiverio en la cárcel. En el segundo acto cuando llegaban las Brigadas tocábamos la Marsellesa, la Internacional o la Cucaracha. Detrás del escenario teníamos hasta una banda de música muy original. Con los palos de las escobas hacíamos flautas, era una música plateada; todo eso hecho en el silencio de la cárcel. ¿Por qué cree que tenían tanto miedo de Lorca? Matar a Federico era como asesinar una paloma. Para mí representa un gran poeta y el símbolo de la bestialidad de la represión. La cultura había que quemarla viva, fue un cantor a la libertad, aunque no fuese un militante, aunque no escribiese de política. Siempre se habla de la represión pero se olvida el trabajo esclavo de los presos con los que la oligarquía española, muchos apellidos que hoy siguen siendo importantes como los Botín, acumularon enormes beneficios. Sí, claro. Ahora se está recuperando un poco la memoria. También está la desaparición de niños, robados a las mujeres presas. En el 2007 se aprobó la ley de memoria histórica, pero nació escuálida. Hay mucho interés en pasar página, muchos jóvenes no saben lo que ha ocurrido. No hay ningún apoyo institucional, todo depende de la ciudadanía. No es venganza, la venganza no es un fin revolucionario, es justicia. Una venganza grande seria conquistar los ideales por los que yo luché; no buscar a mis verdugos.

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