Elecciones municipales en Brasil

Reconducción polí­tica en Brasil

Las elecciones municipales en Brasil se han celebrado en un momento extremadamente convulso, apenas un mes después del impeachment contra Dilma Rousseff, y con un rosario de escándalos de corrupción, que aunque enfocados desde los grandes medios contra el PT, ensucian a todos los grandes partidos brasileños. En este turbio contexto -al que se suma una fragmentación sin precedentes de las opciones polí­ticas- el PT ha obtenido unos pésimos resultados, perdiendo más de la mitad de las 630 alcaldí­as que tení­a, entre ellas la de su tradicional bastión, Sao Paulo. Pero el derechista PMDB de Temer también pierde la alcaldí­a de Rí­o de Janeiro.

Las cifras de unas elecciones municipales de un país tan gigantesco como Brasil dan una primera idea de un complejo sistema de contradicciones: en los comicios municipales de este 2 de octubre estaban obligados a ir a las urnas (el voto es obligatorio) más de 144 millones de brasileños, que debían elegir 5.568 alcaldes y más de 57.900 concejales. Se presentaban 490.000 candidatos en representación de 35 partidos políticos, una cantidad de opciones más fragmentada que nunca.

Pero hay un hilo de Ariadna que hay que coger para comprender el resultado electoral: Brasil está en pleno proceso de intervención y reconducción por parte del hegemonismo norteamericano y la oligarquía carioca. El golpe parlamentario contra Rousseff a través de un juicio político que la destituyó el pasado 31 de agosto, sumado al acoso mediático-judicial contra el Partido de los Trabajadores (PT) han sido el factor decisivo en estos comicios.

El impeachment contra Dilma Rousseff no ha concluído con la destitución de la presidenta: Washington y la clase dominante necesitan impedir que el PT recupere el aliento. La izquierda debe quedar desalojada también de las alcaldías. El ‘golpe blando’, la utilización combinada de medios de comunicación -todos en manos de la oligarquía- de movimientos de “protesta civil” y de jueces, fiscales y policía -convertida en instrumento inquisitorial– sigue arreciando.

En vísperas de los comicios -y aunque la orden de detención había sido escrita en agosto por el mismo juez que hostiga a Lula, Sergio Moro- era detenido el exministro de Hacienda de los gobiernos del PT, Guido Mantega, justo antes de someterse a una delicada operación quirúrjica. Mantega fue liberado horas después, pero la batería mediática mantuvo el bombardeo sobre la opinión pública durante días. Pero la estrategia no sólo se dirige a desprestigiar a pesos pesados del PT como Lula o Dilma, sino que ha descendido a la arena municipal, y policía y fiscales acosan a alcaldes y ediles petistas de pueblos y ciudades.

En el acoso al PT y otros partidos de la izquierda tampoco faltan el miedo y los escuadrones de la muerte. En esta campaña electoral, hasta 21 candidatos han sido asesinados por la actuación de las llamadas ‘milicias’, grupos paramilitares vinculados con expolicías o incluso agentes en activo, y con tramas mafiosas, pero también con aparatos del Estado profundo con conexiones con Washington.

El objetivo es claro: polarizar, desalentar y hastiar a la opinión pública, desmovilizando especialmente a las clases populares donde la izquierda tiene su base de votos. Tras años de bronca política, una buena parte del electorado está claramente cansado. Tanto entre los tradicionales votantes de izquierda -que ven como un golpe de Estado burla la democracia- como entre los detractores del PT, que ven como el gobierno de Temer es mucho más corrupto. En Sao Paulo, la abstención electoral (aunque sancionada), los votos nulos y en blanco superaron la votación del candidato electo en la primera vuelta.

Sao Paulo es el botón de muestra que mejor permite comprender los entresijos de lo que ha ocurrido en estas elecciones municipales bajo el signo del ‘golpe blando’. Sao Paulo es la urbe más poblada de Sudamérica y el principal centro financiero de Brasil. Esta capital demográfica y económica de Brasil es una auténtica plataforma hacia la presidencia. Y hasta ahora era la principal ciudad gobernada por el PT. El alcalde, Fernando Haddad, fue el segundo más votado pero muy distante del primero, un multimillonario de la oligarquía carioca (y acusado de someter a sus trabajadores a condiciones de semiesclavitud) llamado Joao Doria, del PSDB. Doria ha sacado punta a su consigna “no soy un político, soy un gestor, un empresario” para postularse de forma descarada y oportunista como un “outsider” del fango corrupto del que una gran parte del electorado huye.

La nueva ley electoral que Dilma Rousseff aprobó en 2015- reducción del tiempo de campaña y de los medios de propaganda electoral, así como la limitación de la financiación por parte de lobbies privados a los partidos políticos- ha tenido el efecto contrario del deseado, dando mucha más impacto la televisión y la radio. Los medios -en Sao Paulo y en el resto del país- se han ensañado con el PT y han ensalzado a sus candidatos favoritos. La reforma pretendía crear mejores condiciones para las formaciones como el PT en relación con los partidos de la derecha, profusamente untados de fondos por las grandes empresas. Pero nada dice de que un candidato megamillonario -como Doria- no pueda pagar de su bolsillo su propia campaña. ¿Es Joao Doria, un empresario ‘a lo Macri’ metido a alcalde la principal urbe de Brasil la apuesta de Washington y la oligarquía para las elecciones presidenciales de 2018, frente a un PMDB y un Temer absolutamente desprestigiados?.

El agudo proceso de reconducción política en Brasil dista mucho de haber acabado, y la izquierda carioca saca amargas enseñanzas de este nuevo revés. Pero no todo son malas noticias. En Rio de Janeiro -la segunda ciudad del país, cuya alcaldía ha perdido el PMDB de Temer- la segunda vuelta de las elecciones enfrentará a Marcelo Freixo, del izquierdista Partido Socialismo y Libertad (PSOL) con otro candidato de la derecha evangélica.

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