SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Rajoy y la purga de la vieja guardia

Portada del diario ABC del pasado lunes: “Rajoy renovará el PP en otoño” y a continuación un breve texto que explica el titular: “El presidente y Cospedal preparan cambios en la estructura del partido que podrían afectar a destacados nombres de la vieja guardia”. Primera página del diario El País del martes: “Líderes del PP plantean cambios profundos tras el caso Bárcenas”. Ambas informaciones constituían el preámbulo de las declaraciones testificales de Álvarez-Cascos, Arenas y Cospedal ante el juez Ruz, cuyos resultados eran perfectamente previsibles (Los tres testigos que no son de cargo ni de descargo) al punto de que el trío quedó como Cagancho en Almagro en la corrida del 26 de agosto de 1927, modismo ahora según el cual una o varias personas quedan al borde del ridículo por su mal hacer.

Hacen falta muchos bemoles para afirmar en sede judicial que los tesoreros son los únicos y exclusivos responsables de sus actos profesionales. Casi tantos como los de Rajoy, que sostuvo en el Congreso el pasado primero de agosto que cuando llegó a la presidencia del Gobierno, Bárcenas no estaba en el PP. Cierto que no era militante, pero cobraba una sustanciosa nómina hasta enero de este mismo año acordada con él y Javier Arenas según la actual secretaria general de la organización. No mintió formalmente el presidente, pero sí lo hizo materialmente porque en modo alguno se interrumpió la relación con el extesorero.

Es un sarcasmo que se atribuya a Mariano Rajoy la intención de promover una especie de purga de la denominada “vieja guardia” del PP por la pésima gestión del caso Bárcenas y por la imagen de descontrol, opacidad y malas prácticas de la organización a lo largo de más de tres lustros. Rajoy es, precisamente, uno de los representantes más cabales de esa “vieja guardia” que ahora habría que depurar. ¿Son de la nueva guardia sus ministros? ¿Lo son los responsables del partido en la actualidad? Si fue Rajoy el que reconoció su equivocación -que decía lamentar- al fiarse de Bárcenas (Rajoy y el árbol del ahorcado) ¿va a transferir las consecuencias de su error a otros dirigentes del partido remedando las purgas estalinistas?, ¿podría el presidente defender que Javier Arenas está en peor posición que Ana Mato para continuar activamente en la vida política? ¿Quiénes son los representantes de la vieja guardia popular que sería conveniente retirar de la circulación, cortando sus cabezas en plaza pública como si el presidente fuese un redivivo Robespierre?

Nadie puede cambiar el pasado. Pero hay que encararse a él con decencia. La solución no está en quitar galones a éste o a aquél provocando una auténtica implosión en el partido; la solución tampoco está en remitir las responsabilidades a una vieja guardia que, como la de Napoleón, ganó muchas batallas hasta que llegó este Waterloo del PP. El remedio consiste en que Mariano Rajoy -si eso fuese posible, cosa que es de dudar- se comporte como un estadista y gobierne en el Ejecutivo abordando la reforma de la ley de partidos y su financiación y ejerza de presidente del PP, organización que debe ser un instrumento transparente al servicio del proyecto del Gobierno votado por los ciudadanos.

Rajoy, no sólo se ha dejado mecer por el calendario -que es su práctica habitual- sino que, además, ofrecería el perfil rencoroso del que quiere matar al padre (¿Aznar?). Si sólo media docena de dirigentes populares le acompañaron desde la tribuna del Senado en su comparecencia del primero de agosto, ¿no deberá preguntarse Rajoy por las razones de ese desafecto?; si abunda el silencio de personas con peso en el partido que no están dispuestas a malbaratar su reputación por un presidente sin empatía, ¿acaso no debiera reflexionar Rajoy y diseñar una renovación que comience por él mismo, por sus modos y maneras, por su forma de comunicarse y de afrontar los problemas? Bárcenas es un caso suyo, enteramente suyo y sólo derivadamente de otros dirigentes.

Rajoy está al frente del PP desde 2004 (pronto hará una década) y desde 2011 preside el Gobierno. Demasiado tiempo de mando como para llamarse a andanas y propugnar purgas de una vieja guardia sin la que él no sería ni presidente del Gobierno ni del partido. Es él quien debe cambiar, sin perjuicio de que haya muchas otras cosas que remediar, tanto por vía legislativa como por la de las decisiones ejecutivas.

La vieja guardia del PP sostiene en privado que Rajoy es un hombre divisivo, endogámico, desconfiado, rodeado de fieles sean o no los mejores o los más competentes, receloso y muchas veces altanero y despectivo. Desde los 25 años -y ya tiene 57- está en política; pocas biografías como la suya acumulan más cargos y responsabilidades en el PP a todos los niveles; ha sido de todo en la organización y, en particular, el responsable directo de muchas campañas electorales que han requerido de cuantiosísimos desembolsos. Milongas, en consecuencia, las justas. O mejor: ni una más. Y precaución con la vieja guardia, que si se siente agredida por uno de los suyos (y Rajoy lo es), plantará cara sea en la Convención popular de otoño o en un eventual Congreso extraordinario. Escribió ayer Fernando Savater que “ser político en sentido estricto es preferir enmendar los errores que linchar a las personas”. Eso.

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