SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Rajoy y estabilidad` no son hoy términos compatibles

LUIS BÁRCENAS aportó ayer en sede judicial documentos que, por su cuantía y contenido, resultan muy comprometedores para el PP. El material incluye justificantes de ingresos bancarios que se corresponderían con dos décadas de contabilidad B en el partido y recibís y apuntes contables del pago de sobresueldos. Los hasta ahora conocidos como papeles de Bárcenas se han convertido de esta forma en las pruebas de Bárcenas. A partir de ahora lo importante no es lo que el ex tesorero ha dicho a EL MUNDO, sino lo que ha entregado al juez Ruz. Sobre su trascendencia penal tendrán que pronunciarse la Fiscalía y el magistrado, pero resulta evidente que el asunto genera dudas que han de ser solventadas en el ámbito político. Y aquí no basta con negarlo todo, sin más, como ayer hizo Mariano Rajoy. Las manifestaciones con las que el presidente del Gobierno intentó zafarse de las revelaciones de Bárcenas no sólo no clarifican nada, sino que le comprometen aún más al mostrarle ante la opinión pública como un hombre acorralado en la esquina del ring. Tras días de estrepitoso silencio, Rajoy habló a la fuerza, obligado por la agenda de Moncloa, hombro con hombro con el primer ministro de Polonia y tras haber hecho saber que no tiene intención de comparecer en el Parlamento por este asunto. La situación es de tal gravedad que requería mucho más que el simulacro de responder a dos serviciales preguntas con respuestas redactadas de antemano, alterando además las reglas pactadas con la prensa para que no pudiera intervenir la representante de EL MUNDO.

La situación no es la de febrero.

La defensa de Rajoy fue muy pobre, incluso llegó a decir que carece de sentido pedirle «a un presidente de Gobierno» que salga al paso de lo que pueda decirse de él, como si los documentos que indican que había una contabilidad B en su partido o el cobro de sobresueldos fueran un chascarrillo o asunto menor. Rajoy justificó su negativa a dar más explicaciones advirtiendo que ya dijo en febrero y en el Debate sobre el estado de la Nación todo lo que tenía que decir del caso, cuando es sabido que la situación ha cambiado de forma sustancial en estos cinco meses. Hemos pasado de lo que entonces eran fotocopias y «supuestos papeles» anónimos, a originales entregados al juez con una autoría inequívoca. Tampoco existía constancia entonces de mensajes de móvil entre el ex tesorero del PP con cuentas en Suiza y el presidente del Gobierno. Si ahora Rajoy presenta esos SMS como prueba de que no ha hecho caso a los requerimientos de Bárcenas, hay que colegir que también aceptará que indican que le instó a mantener silencio –«sé fuerte»–, en lo que sería un intento de obstruir la acción de la Justicia. Rajoy se está ahogando al pretender usar un paraguas para intentar salvarse del diluvio. El error de denunciar un chantajeLa táctica del jefe del Gobierno está consistiendo en presentarse como víctima de un chantaje. Pero la idea del chantaje no le beneficia en nada, pues el propio concepto indica que para que alguien sea extorsionado ha de existir un comportamiento indigno previo que permita presionar a la víctima. Además, su defensa se sustenta simplemente en lo que no ha hecho: no ha retirado a los fiscales del caso ni ha tratado de cambiar al juez instructor. Faltaría más, cabría añadir. Por la comparecencia de ayer, parece claro que la idea del PP es salvar el día a día como pueda, sin intentar dar una explicación global, coherente, definitiva y sobre todo más verosímil que la que ofrece Bárcenas. Es verdad que el ex tesorero ha dado distintas versiones ante el juez y que hay que averiguar de dónde ha sacado el dinero que tiene en Suiza. Pero eso, que puede crear dudas acerca de su testimonio, no afecta en cambio a la autenticidad de documentos elaborados años atrás, más aún cuando ha quedado acreditado que muchos de sus apuntes reflejan pagos y cobros que tuvieron lugar exactamente así. La única alternativa a creer que no reflejan la realidad es que Bárcenas intercalara durante años movimientos reales con otros ficticios con la intención de preconstituir pruebas falsas pensando en el futuro, algo poco consistente. Bárcenas ha presentado al juez apuntes sobre entregas en efectivo a Rajoy y a otros altos cargos del partido. No hay recibís en todos los casos, pero el hecho de que las anotaciones estén realizadas en tarjetas, de forma sencilla y espontánea, les da verosimilitud. EL MUNDO ha tenido acceso a cinco de los cientos de documentos entregados que son los que hoy publicamos. En cualquier caso, más allá de los sobresueldos, basta la grave sospecha de que el PP se ha financiado ilegalmente de forma reiterada para exigir explicaciones convincentes. Más aún en una democracia deteriorada donde la desafección hacia las instituciones crece día a día, como pudo comprobarse nuevamente ayer con otra pitada a la Reina. Como ya hemos dicho, esta situación aboca al PP a una encrucijada: puede utilizar su mayoría para atrincherarse o para regenerar la vida política española. La calidad de una democracia se acredita precisamente en situaciones así. El PP no puede supeditar sus responsabilidades políticas a la investigación judicial en marcha, entre otras cosas porque entonces serían las decisiones del instructor las que marcarían la agenda en España durante meses. En ese caso, el escapismo de Rajoy se convertiría en un elemento de inestabilidad. Todo lo contrario de lo que pretende. Acudir al Parlamento es ineludibleAyer quiso presentarse ante la opinión pública como garantía de equilibrio y consistencia. Sin embargo, mientras no sea capaz de disipar las dudas que afectan a su conducta, Rajoy y «estabilidad» no son términos compatibles. El jefe del Gobierno, que aludió a su mayoría absoluta como prueba de su fuerza, está obligado a solucionar este problema en términos de democracia parlamentaria. Ni el mandato es personalmente suyo –como presumió ayer–, sino del grupo parlamentario que lo sustenta, ni la mayoría absoluta es una cuestión aritmética. A estas alturas debería estar claro que la legitimidad del Gobierno no depende sólo de ganar votaciones en el Congreso, sino de la credibilidad y de la confianza que concita ante los ciudadanos. Si Rajoy se siente capaz de acudir al Parlamento y convencer a los españoles, bien. Si no, que actúe en consecuencia.

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