Tras los resultados del 1-M

Rajoy reforzado, Zapatero tocado

Como pocas veces antes, los resultados electorales de ayer han tenido una proyección y una lectura nacional que sobrepasa con mucho el ámbito estrictamente autonómico. Sus conclusiones son claras. Rajoy sale de la batalla reforzado, tanto interna como externamente. Mientras que Zapatero sale tocado de ellas. Lo que gana por un lado, Euskadi, lo pierde por el otro, Galicia.

Los mismo factores que se han ido gestando en los meses revios, hacían que los resultados representaran para Rajoy mucho más que una simple victoria o derrota electoral. Estaba en juego su mismo liderazgo, en una doble vertiente. Tanto en la de medir su capacidad para mantenerse en la jefatura del partido, cuestionada abiertamente por los críticos internos y las camarillas que vienen disputándose su sucesión desde la derrota en las pasadas elecciones. Como en el terreno de su proyección social, seriamente tocada tras la sucesión ininterrumpida en el tiempo y en plena campaña del escándalo de la guerra del espionaje en Madrid y la trama de corrupción descubierta en su seno y convenientemente filtrada y aireada por los medios de comunicación hostiles. De ambas contiendas Rajoy sale notablemente fortalecido. Los espectaculares resultados conseguidos por el PP en Galicia con una activa participación personal y el liderazgo regional de un hombre de su completa confianza –resultados ganados a pulso y a contracorriente con la que estaba cayendo sobre el PP– son un golpe de autoridad de Rajoy y un afianzamiento incuestionable de su liderazgo. Con ellos, Rajoy gana tiempo, autoridad y prestigio para tratar orden en la “casa de los líos” en que se había convertido el PP en los últimos meses y, muy previsiblemente, consigue aflojar –si no romper– la asfixiante presión a la que con motivo de la trama de corrupción se le había sometido. Los estrategas presuntamente maquiavélicos de la dirección del PSOE han demostrado haber asimilado muy poco del genial estratega florentino. Y tendrán que pensar en algo distinto si no quieren que en las elecciones de junio un Rajoy revitalizado esté en condiciones de rentabilizar electoralmente el creciente desgaste del gobierno. Para Zapatero, por su parte, los resultados del 1-M presentan un doble aspecto contradictorio. El mismo viento popular por la unidad que les ha desalojado del gobierno en un sitio, Galicia, les ha puesto en bandeja el gobierno en otro, Euskadi. En cómo sepa jugar sus bazas y en el grado de consecuencia en ejecutar el claro mandato de cambio que le han dado sus votantes, se juega en una parte el PSOE la rentabilidad política de estas elecciones. Pero en otra parte, los resultados gallegos –libres de la anomalía histórica de Euskadi, donde la posibilidad de echar a Ibarretxe aparecía en primer plano– han empezado a poner en evidencia el coste electoral que la agudización permanente de una crisis que cada vez carga con más fuerza su factura sobre las espaladas de las clases populares, tiene sobre el gobierno. El desistimiento de cerca de 75.000 votantes en Galicia deben repartirse a medias entre los errores en la gestión de Touriño y la gestión que de la crisis está haciendo el gobierno de Zapatero. La revelación estos días de que José Blanco recomendó a Touriño adelantar las elecciones a octubre, porque cinco meses después los efectos de la crisis incidirían mucho más sobre la movilización de los votantes socialistas, habla por sí sola de la conciencia que ellos mismos tienen sobre las consecuencias políticas y electorales de su gestión de la crisis. Lo que, tras los resultados de la gallegas, hace previsible que una vez pasadas las europeas de junio, y dependiendo de los resultados de éstas, empiece a barajarse la posibilidad de un adelanto de las elecciones generales. Aunque los resultados del PSE han salvado a Zapatero de salir hundido de la doble cita electoral, los resultados de Galicia –y lo que anuncian– le han dejado tocado.

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