SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Rajoy desprecia el batacazo andaluz

Rajoy puso ayer paños calientes a la estrepitosa derrota de su partido en Andalucía. No son datos extrapolables. Se ha subido un punto con relación a las europeas. Marianismo y arriolismo en estado puro. Ni un amago de autocrítica. Defendió a su candidato y su campaña y mandó un mensaje tranquilizador. En el comité ejecutivo tampoco se han escuchado invocaciones al cambio. Pero lejos de la cúpula, los barones tiemblan. El topetazo ha sido muy duro, mucho mayor de lo esperado. «Si no hacemos algo, el resultado de las elecciones de mayo va a ser nefasto», comentan en privado. Sólo Margallo atinó a recordar que el retroceso andaluz ha sido mayor del esperado. Pero sus palabras son la expresión de lo que piensa buena parte del PP.

El mensaje, ahora, es no perder los nervios, no regodearse en el severo tropezón e insistir en que Susana Díaz adelantó las elecciones y no ha conseguido la mayoría para gobernar. Un consuelo desde la derrota. Desde Génova se envía a las bases un mensaje en positivo. Las andaluzas no son extrapolables. Se trata de un territorio donde resultaba imposible ganar. Ahora hay que volcarse en las autonómicas. La cantinela de siempre. Aquí no ha pasado nada y todo va a ser mejor en adelante. La recuperación económica va a ayudar. Hemos escuchado el mensaje de las urnas y estamos abiertos al diálogo. Lo de siempre.

El PP ha retrocedido en Andalucía a los datos de hace 25 años, cuando el PP estrenaba siglas y su candidato, Gabino Puche, consiguió 26 escaños. Eran los tiempos de Fraga y el PP de Aznar estaba a las puertas de arrancar su largo camino. ¿Andalucía como el principio y el fin del PP? Muchos ahora se lo pantean. No piensan en el hundimiento inevitable del partido pero sí en una mutación decisiva del tablero político.

El desplome del domingo ha producido una sensación de marasmo y desolación en gran parte de la militancia. No se esperaba una victoria, ciertamente. Pero tampoco un hundimiento de semejantes dimensiones. Casi medio millón de votos, un trercio de sus votantes, se han perdido por el camino, en dirección, fundamentalmente, a Ciudadanos, la fuerza de centroderecha que ya amenaza con arrebatarle una cuota importante del espacio político que hasta ahora ocupaba, con comodidad, el único partido nacional en ese espectro ideológico. La derecha tiene otro jugador y ha empezado a demostrarlo con más fuerza de la esperada. Nueve escaños cuando se le otorgaban cinco o seis. Un vendaval.

Sólo se ha salvado una provincia, Almería, cuando en los últimos comicios el PP dominaba en cinco. Una caída de 13 puntos en la votación se traduce en 17 diputados menos en el Parlamento de Andalucía. Un cataclismo al que tuvo que hacer frente, en solitario, en la triste noche sevillana, el candidato Juanma Moreno, quien había redondeado una buena campaña pero que no pudo vencer a sus propias siglas. Susana Díaz venció envuelta en la bandera andaluza y poniendo enorme distancia con el aparato de Madrid. Moreno tuvo que apechar con su identificación absoluta con la gestión de Madrid. Una piedra de molino en el cuello del joven candidato. La omnipresencia de ministros durante la campaña y los recurrentes mítines de Rajoy pesaron en su contra. El votante andaluz ha propinado una sonora bofetada a la gestión del gobierno nacional y ha dicho bien claro que desconfía de su labor y que rechaza sus políticas. Un dato a tener muy en cuenta en los meses venideros.

Una cadena de errores

Todo lo ha hecho mal el PP en el arranque de un año electoral decisivo. Desde la designación del propio candidato, tras una sorda pugna entre Arenas (con el respaldo de Sáenz de Santamaría) y Cospedal, pasando por la estrategia del mensaje y por el desprecio al rival, en este caso, Ciudadanos. Aquella broma de Arriola sobre Podemos, la de los ‘frikis’, se repidió contra el partido de Rivera, con las burlas sobre su nombre catalán, Albert, o el de su formación, «Chiutatans». Un desastre. Ahora intentarán adjudicarle la etiqueta de ‘centroizquierda’. Demasiado tarde y demasiado torpe.

Tras la hecatombe andaluza, el PP ha amanecido pesaroso, aturdido y aterrorizado. Son muchas las voces que llegaban en estas horas hasta Moncloa y Génova reclamando un cambio radical en la apuesta, en el planteamiento, en la actitud. Todo se pone en cuestión. Desde el empeño en acudir a las urnas con el mensaje de la recuperación como única y exclusiva baza electoral hasta la escasa sensibilidad con el tema de la corrupción, la poca voluntad de regeneración, la mínima sensibilidad con el rechazo a una dura gestión de tres años de recortes y de ajustes. En suma, la prepotencia y la notable ausencia de sensibilidad.

El escenario más temido

La gran pregunta es si esta deriva, que ha arrancado el domingo en las andaluzas, resulta ya imparable e implica el comienzo del declive del principal partido de la derecha española. O si, por el contrario, aún hay tiempo y decisión para reaccionar. Todas las miradas se vuelven hacia Rajoy, quien ha insistido ante los suyos que había que dar por sentado el castigo en las andaluzas e incluso en las autonómicas de mayo. En este último punto, casi nadie en el partido está de acuerdo. Miles de cargos, sueldos y despachos están en juego y el PP. Un trastazo en mayo podría producir una conmoción profunda en el partido, con un ejército de cesantes, enojados con la dirección y, por supuesto, cargando todas las culpas sobre Rajoy, el líder que tantas veces evita demostrarlo.

El PP se debate, en estas horas, entre la impotencia y la inquietud. Ha asistido, por vez primera, a la consolidación de una formación política que le disputa, abiertamente, su espacio electoral. Ciudadanos, con un candidato desconocido, con un programa etéreo y en un territorio nada favorable, ha logrado la gran proeza de entrar en el Parlamento andaluz con los mismos escaños que tiene ahora en Cataluña, su ámbito natural, donde se mueve desde hace casi diez años.

O reacción decidida o desastre anunciado. La disyuntiva que se abre ante el Partido Popular no da lugar a medias tintas. No son tiempos de paños calientes. Rajoy confirmó anoche en su puesto a Juanma Moreno. Y le animó a seguir en el trabajo. Ha perdido el PP andaluz, en efecto, pero la catástrofe hay que atribuirla, en buena medida, al propio PP nacional, donde en estas horas cunde el desconcierto. ¿Y si es cierto que una tercera parte de nuestos electores nos ha abandonado para no volver? ¿Y si Rivera, al final, nos levanta la merienda? Rajoy, de momento, tiene la última palabra. Pero el PP exige cambios. De actitudes y de estrategias.

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