Tras haber practicado un criminal bombardeo de saturación en la ciudad de Gaza y en Khan Younis, devastando por completo el norte de la Franja y obligando a los palestinos a hacinarse en el sur, ahora Netanyahu concentra sus ataques sobre Rafah, la zona contigua a Egipto, en el extremo sur de Gaza, donde malviven un millón y medio de gazatíes.
En el pozo del horror, siempre se puede caer un poco más bajo, siempre hay espacio para un extra de crueldad homicida. Bien lo sabe Netanyahu y su gobierno, el más ultrasionista de la historia de Israel.
Desde el 7 de octubre, el Estado de Israel viene atacando con saña genocida la Franja de Gaza, causando 28.000 muertos, de ellos más de 12.000 niños. Ya no disimulan su verdadero objetivo: la limpieza étnica total, la expulsión por la fuerza y el hambre de dos millones de gazatíes al desierto egipcio del Sinaí.
Ahora, tras haber devastado el norte de la Franja, obligando a los palestinos a refugiarse en el sur, comienzan la fase final de su sangrienta operación: el bombardeo de Rafah, el principal campo de refugiados del sur de Gaza, situado al lado de la frontera con Egipto, y donde se hacinan -en penosas condiciones, sin agua ni alimentos, sin techo ni medicinas- un millón y medio de personas llegadas de toda la Franja. Rafah, que ha visto quintuplicarse su población en los últimos meses es además uno de los pocos puntos de entrada de ayuda humanitaria desde la frontera egipcia.
Tras una cruenta batería de 50 ataques de Israel sobre el campo de refugiados, todos de madrugada, Ramy Abdu, director de la ONG Euro-Med Human Rights Monitor, describía la situación. «Una enorme masacre en Rafah llevada a cabo esta noche por el ejército de ocupación israelí provocó la muerte de 100 civiles desplazados y multitud de heridos, unos 230, sobre todo mujeres y niños. Los hospitales están colapsados y cientos de miles de desplazados duermen al aire libre.», afirmaba
La magnitud de la matanza es tan catastrófica, que hasta dos de los mayores apoyos internacionales de Israel, la Casa Blanca y el gobierno alemán, están advirtiendo -de manera farisea- al ejecutivo de Netanyahu que «no siga adelante con la ofensiva en Rafah si no tiene un plan de evacuación creíble de la población civil». Otros países llaman a una condena del Consejo de Seguridad de la ONU, pero no es difícil adivinar que votaría Washington.
Rafah es la masacre dentro de la masacre. Un nuevo descenso al abismo moral que es el genocidio en Gaza.
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La población gazatí al límite, sin comida… ni agua
Al palestino, ni agua
Las bombas no son lo único que mata en la Franja de Gaza. También lo hace la enfermedad, el hambre… y la sed. Privados de agua potable, más de dos millones de gazatíes buscan cada día el líquido elemento, sin el cual cualquier cuerpo humano no puede sobrevivir mucho tiempo.
El ejército de ocupación ha destruido las instalaciones que suministraban agua dulce a los gazatíes, como la planta desalinizadora de agua de mar de Sudaniya. Los intensos bombardeos han dañado gravemente las conducciones y los depósitos.
Los pocos periodistas que hay sobre el terreno aún mandan imágenes. En ellas se puede ver a niños palestinos sedientos, buscando desesperadamente agua por las calles de Gaza, intentando recoger algunas gotas que quedan en algunas de las tuberías rotas por los bombardeos israelíes. Otros beben de los charcos. La disentería y el cólera no tardarán en aparecer.
A veces, un camión cisterna procedente de Egipto es autorizado a atravesar el paso fronterizo de Rafah. Entonces, largas colas de mujeres, niños y ancianos sedientos esperan durante horas para llenar sus garrafas.
Otros no tienen tanta suerte. El 7 de febrero, las fuerzas de ocupación israelíes bombardearon un camión cisterna cuando cientos de palestinos hacían cola para conseguir agua desesperadamente, destrozando el vehículo, asesinando a 13 civiles, incluidos 7 niños y 5 mujeres. Al día siguiente, fueron los francotiradores israelíes los que dispararon a la cola de sedientos, matando a varias personas, entre ellos una niña de 14 años.