Las amenazas de "corralito" y de rescate significan más saqueo sobre España

¡Quieren quedarse con todo!

Para medir la intensidad del terremoto que ha sacudido el paí­s la semana pasada con el asunto de Bankia, basta decir que se han puesto en cuestión barreras que habí­an permanecido infranqueables desde la dictadura de Primo de Rivera, hace ahora casi 90 años.

La decisión del ministro de Guindos, al quitar al Banco de España las tareas de supervisión y control del sistema financiero nacional para entregarlas a auditores extranjeros supone tanto la intervención de facto del sistema bancario por el gran capital extranjero como abrir las puertas a su entrada directa en él. Algo a lo que ningún gobierno, desde Franco hasta Zapatero, se había atrevido en un siglo.  «Se han puesto en cuestión barreras que habían permanecido infranqueables desde la dictadura de Primo de Rivera»


Lo sucedido estos días en España sólo puede calificarse como la ejecución de un asalto perfectamente planificado. El FMI y Bruselas, con las norteamericanas Deloitte y Moody’s como brazos ejecutores y De Guindos como colaborador necesario, pusieron en el centro de la diana a Bankia, desatando el pánico ante un posible “corralito” y arrastrando al resto del sistema financiero. Una vez moribundo el cuarto mayor banco español, los mismos que lo han acribillado se ofrecen como cirujanos. Con la intención manifiesta de desmembrarlo y repartírselo.


Que el gran capital internacional vaya a tener acceso ilimitado a todas las cuentas de la banca española, es como pasar a jugar un partido en el que el árbitro es el entrenador del equipo rival. La banca extranjera no sólo va a conocer al detalle “las tripas” de todo el sistema financiero nacional, sino que va a tener el poder de decidir quién está enfermo y quién no, y por tanto qué medicinas hay que recetar a cada uno. Guindos ha puesto en sus manos una auténtica “arma de destrucción masiva”.


Desde las primeras décadas del siglo XX, el control y la gestión del sistema bancario nacional ha sido un coto cerrado de la oligarquía española. La pasada semana se han creado las condiciones para que esto deje de ser así.


Y quien piense que es “un problema entre banqueros de fuera y de dentro”, que a nosotros no nos va nada en ello, se equivoca de medio a medio. Aunque no más que aquellos que, desde la misma izquierda, no ven en el asunto más que el inevitable resultado de la “especulación” de la banca española. ¿Pero es que acaso hay mayores reyes de la especulación y el saqueo financiero a escala global que Goldamn Sachs o los auditores yanquis a los que se entrega la fiscalización de la banca española?


Lo que la ofensiva por penetrar en el sancta santorum de la oligarquía española ha puesto sobre la mesa es hasta dónde están dispuestos a llegar Washington y Berlín en su proyecto de degradar y saquear al país. Quieren quedarse con todo. Si se atreven ya hasta con la banca, ¿qué no tendrán pensado hacer con nuestras pensiones, nuestra sanidad, nuestra educación, nuestros sueldos…? Lo que hemos visto ahora puede llegar a ser un juego de niños comparado con lo que nos reservan para el futuro.

A Rajoy se le abre una fisura
Nada refleja mejor la envergadura de lo sucedido –mucho más allá del nivel de la prima de riesgo, el hundimiento de Bankia o el pánico bancario desatado– que la fisura que estos acontecimientos han provocado en el seno del mismo gobierno.


La fulminante reacción del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, primero lanzando un rotundo e indignado “¡Ya está bien!, no aceptamos que determinadas instituciones europeas se refieran a España despectivamente”, para  al día siguiente asegurar que la reforma que necesita el sistema financiero español “no es la que dice Bruselas”, marca un punto de inflexión en la soterrada disputa entre la línea más acusadamente vendepatrias y prohegemonista (la representada por Guindos) y la encarnada por el propio Montoro, más vinculada a los intereses de la oligarquía financiera española.

Políticamente, lo expresado por Montoro puede traducirse en un doble mensaje: “no aceptamos la degradación de España a una tercera división europea”, y “el sistema financiero español no se toca”. «La postura de Montoro representa la reacción de un sector de la oligarquía frente al asalto de sistema financiero»


Posición que choca frontalmente con las maquinaciones del ministro de Economía, de Guindos, un ariete de Wall Street incrustado en el gobierno. Y del que es conveniente recordar ahora, no sólo su pasado de alto directivo de Lehman Brothers, sino cómo las agencias de inteligencia de EEUU lo habían situado antes incluso de las elecciones como futuro ministro de Economía de Rajoy, “encargado de ejecutar la ‘mierda’ que hay que poner en práctica”, según expresión literal de los cables revelados por WikiLeaks.


En un ejercicio de equilibrismo político, el impávido Rajoy optó –como dijimos al conocer su composición– por formar una especie de “gobierno de coalición” donde convivieran ambas líneas. La coexistencia pacífica ha durado apenas cinco meses. El tiempo suficiente para que, como era previsible, la ofensiva y las exigencias del FMI y Bruselas subieran de grado –amenazando con tocar intereses sensibles de la oligarquía española– y el consenso interno saltara por los aires.


Pero más allá del arrebato de dignidad nacional de Montoro –algo que no habíamos visto en ningún ministro del PP, y mucho menos en Rubalcaba o Zapatero–, su postura representa la reacción de un sector de la oligarquía frente a las maniobras de ese auténtico sicario de Washington y Berlín que es de Guindos.


La mima virulencia de los ataques es la que está provocando una fractura en el campo de las fuerzas del hegemonismo. Y que los enemigos se dividan, que incluso una fracción de ellos, por minúscula que sea, pueda ser un aliado coyuntural en la batalla contra los planes de Washington y Berlín es una buena noticia, un factor favorable a los intereses populares. Si hasta en las filas del PP y del propio gobierno aparecen fisuras a medida que el saqueo hegemonista se intensifica, es inevitable que también en el seno del PSOE se esté gestando una contradicción cada vez más aguda entre la línea impuesta por Rubalcaba y los intereses de un sector cada vez más amplio de cuadros y militantes. 

El espejo griego
Grecia nos ofrece un buen ejemplo de ello. A lo largo de dos años hemos estado insistiendo en que había que seguir detenidamente lo que ocurría en Grecia porque allí se estaban ensayando las duras recetas que a continuación –con las lógicas variaciones que exige un país cuatro veces mayor– iban a aplicarnos a nosotros.
Han estrujado al máximo al país y el pueblo griego se ha rebelado, poniendo patas arriba toda Europa. El pasado 6 de mayo los votantes hundían el modelo bipartidista a través del cual el FMI y Bruselas han impuesto sus planes de rescate. Y en las próximas elecciones, todas las encuestas vaticinan que Syriza, una coalición de izquierdas antihegemonista, va a convertirse en la fuerza política más votada.


Y contra la simplista y descalificadora imagen que quieren vendernos, Syriza no es una coalición de la “izquierda radical”. En ella están también amplios sectores de afiliados y destacados dirigentes del partido socialista, Pasok, expulsados por manifestarse contrarios al primer plan de rescate.


Exactamente lo mismo que ha ocurrido en la derecha griega, donde un sector patriótico, los Independientes Griegos, se ha escindido de Nueva Democracia por estar en contra de los planes de rescate, convirtiéndose en la cuarta fuerza política del país. Cuantos más ataques contra el pueblo griego ha promovido el hegemonismo, más fisuras se le han abierto en el bloque de fuerzas que hasta ahora controlaban.


En España, la fortaleza mostrada por el 15-M junto a la huelga general o las movilizaciones en sanidad o educación son indicio de un nuevo resurgir de las luchas populares. Cuanto más aprieten, más se les abrirán las costuras por todos los lados. Y como el pueblo griego está demostrando, no son omnipotentes. Si nos unimos y nos organizamos, también aquí ellos pueden perder el control y el pueblo podemos ganarlo.

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