Puigdemont mezcla a partes iguales la subversión, la mentira y el engaño para ocultar el fracaso que supondría no poder realizar el 1-O el referéndum que prometieron. Pero el retroceso de los Puigdemont, que cada vez levantan las banderas del 1-O varios kilómetros más atrás, es evidente.
Son especialistas en intentar ganar en la propaganda lo que han perdido en los hechos. A esa operación se ha entregado Puigdemont, presentando su debilidad como una mayor fortaleza y sus retrocesos como avances, subvirtiendo hasta convertir en su contrario palabras como democracia.
Intentan convencernos de que la ofensiva judicial y policial para impedir la celebración del 1-O ha cambiado la correlación de fuerzas en Cataluña a favor de Puigdemont. Repitiendo que ante “la humillación de las instituciones catalanas por parte de Madrid” muchos más catalanes participaran el 1-O como forma de protesta, y que “el autoritarismo del PP” ha puesto de lado de Puigdemont a muchos no independentistas.
¿Han avanzado o han retrocedido estos días los Puigdemont? ¿La amenaza del 1-O es ahora mayor o ya está condenada al fracaso? ¿Seguro que gracias a los errores de Rajoy los Puigdemont se han ganado el apoyo de la mayoría de los catalanes?
Muchos, cargados de razones, han rechazado la forma en que el gobierno de Rajoy y la judicatura han abordado la respuesta al desafío del 1-O. Que la Guardia Civil registrara dependencias del govern y detuviera a altos cargos, retrasmitido en directo por todas las televisiones, fue un error, en una sociedad catalana cuya identificación con la Generalitat va mucho más allá del apoyo o rechazo del inquilino de turno.
Podía, como se venía haciendo hasta entonces, seguir la firmeza desde el gobierno de Rajoy pero ejecutándola con mayor inteligencia y cintura política.
Pero era inevitable que desde el Estado se diera una respuesta contundente ante un órdago que cuestiona la integridad territorial de España y desobedece públicamente las leyes y los dictados de los tribunales. En cualquier “democracia europea” la reacción del Estado ante hechos semejantes hubiera sido mucho más contundente.
Ahora bien, la batalla política que se libra en Cataluña sigue teniendo una fecha totémica: el 1-O. Ahí es donde realmente se medirán las fuerzas de unos y otros. Si el 1-O Puigdemont no puede realizar el referéndum que prometió sufrirá una sonora derrota.
La realidad está hoy mucho más cerca del fracaso que del éxito del 1-O. El propio Junqueras reconoció que la actuación del Estado, desactivando la logística y los nódulos de la organización del referéndum, admitiendo, visiblemente emocionado, que las recientes operaciones “afectan a las condiciones del 1-O”, y que ya no será posible realizarlo como pretendía la Generalitat.
Ante la amenaza de importantes multas por parte del Tribunal Constitucional, Puigdemont ha disuelto la Sindicatura Electoral, que debía garantizar las condiciones del referéndum y avalar los resultados, y que en la propia ley de referéndum aprobada por Junts pel Si y la CUP en el parlament era un requisito imprescindible para poder celebrar el 1-O.
La Generalitat ha reculado entregando a la Hacienda española los informes sobre los gastos, comprometiéndose a realizarlo semanalmente.
Todos reconocen que el 1-O está herido de muerte, y que el referéndum prometido por Puigdemont deberá ser sustituido por algún tipo de movilización sin consecuencias efectivas.
Ante el llamamiento a aprobar una DUI -declaración unilateral de independencia- en el parlament si no es posible realizar el referéndum, todos, incluido el PDeCAT de Mas y Puigdemont, han reconocido que esa alternativa es inviable.
La ANC y Omnium han procedido a desconvocar la “movilización permanente” convocada pocos días antes, tras la amenaza de la fiscalía de implicarlos en un delito de sedición.
El retroceso de los Puigdemont, que cada vez levantan las banderas del 1-O varios kilómetros más atrás, es evidente.
Pero algunos nos dicen que a pesar de que pueda conseguirse el fracaso del 1-O, “la represión del Estado” está provocando que Puigdemont gane más adeptos en Cataluña.
Es evidente que los círculos independentistas se han movilizado. Cuentan para ello con el apoyo de todo el gigantesco entramado burocrático de la Generalitat.
Pero el rechazo al carácter antidemocrático del 1-O y de la actuación de los Puigdemont no ha desaparecido entre gran parte de la sociedad catalana.
Una figura tan simbólica en Cataluña como Joan Manel Serrat, se ha posicionado rotundamente contra el 1-O, afirmando que “este referéndum no es transparente, no puede representar a nadie”, denunciando que el govern catalán, aún “en minoría en cuanto al número de ciudadanos” que representa en la Cámara, “ha sacado una ley exprés hacer un referéndum, sí o sí”, se ha “descolgado de la discusión” y “se ha marginado a todas las fuerzas de la oposición”, tanto las de izquierdas como de derechas, “con leyes hechas de un día para otro, sin discusiones, sin que hubiera enmiendas”.
Los furibundos ataques recibidos por Serrat por emitir una opinión discordante con el poder catalán son más que preocupantes. Desde los sectores “talibanizados” del independentismo se ha llamado “rata fascista” a un Serrat que defendió el catalán durante el franquismo, pagando por ello el precio de un obligado exilio.
Centenares de sindicalistas de larga tradición de lucha han publicado un manifiesto con contundentes argumentos desde la izquierda: “Decimos claramente y con fuerza no a la independencia de Cataluña y al 1-O. Decir no es decir sí a la unidad de los trabajadores con los del resto de España (…) El no al 1-O es un sí a la democracia (…) La independencia de Catalunya debilitaría gravemente la cohesión y la fuerza de la clase trabajadora”.
Es significativo que Mónica Oltra, vicepresidenta de la Generalitat valenciana por Compromís, una fuerza nacionalista de izquierdas que se presentó a las generales en coalición con Podemos, y que rechazó la operación contra cargos públicos catalanes, haya pedido públicamente a Puigdemont que desconvoque el referéndum del 1-O para poder dar paso al diálogo.
La realidad es muy diferente a la que nos presenta Puigdemont. Gran parte de la sociedad catalana y española rechaza la estafa antidemocrática que supone el 1-O. Y ellos tienen cada vez más dificultades para continuar su desafío, que solo busca imponer la ruptura a una sociedad catalana que la rechaza.
Es ahora más importante persistir desde la izquierda, como hace el manifiesto de 1.000 intelectuales publicado con enorme éxito el pasado domingo, en la denuncia del carácter antidemocrático del 1-O y de los planes de Puigdemont.
Impulsar una salida política, donde el pueblo catalán pueda de verdad decidir libremente su futuro, y donde se fortalezca la unidad de Cataluña con el conjunto del pueblo trabajador español, exige derrotar el 1-O la ofensiva antidemocrática de los Puigdemont.
Máximo dice:
Efectivamente, son ellos los que retroceden, pese a sus banderas y proclamas patrióticas.
Lo único que no entiendo es la última frase, que parece calcada del discurso nacionalista: «Impulsar una salida política, donde el pueblo catalán pueda de verdad decidir libremente su futuro». ¿Se da a entender que el pueblo catalán no es libre ahora mismo, a diferencia del asturiano o del andaluz, que si lo son? ¿Qué «problema político» tiene un catalán diferente al de un manchego?
Tampoco es «Cataluña», ese sujeto que solo es una comunidad autónoma, quien debe unirse con el pueblo trabajador español, son los trabajadores del mundo quien deben hacerlo. De los burgueses catalanes enloquecidos no esperéis nada, convivo con ellos.