Violando las más elementales leyes internacionales sobre protección diplomática la policía ecuatoriana irrumpió a la fuerza a la embajada mexicana para detener al exvicepresidente correista Jorge Glas -acusado, como Rafael Correa, de un turbio caso de corrupción con olor a lawfare- que había recibido asilo político por parte del presidente López Obrador.
Una gravísima y violenta violación de la Convención de Viena que ha sido condenada por países de muy distinto signo de toda América Latina, junto con España y la UE, y que ha provocado que México rompa relaciones con Ecuador.
Una crisis que sucede después de que Colombia expulsara a la delegación diplomática argentina, tras llamar Milei “asesino terrorista” a Gustavo Petro.
¿Qué está pasando y qué intereses hay detrás de que países hermanos se enemisten?
Todo el mundo sabe que las delegaciones diplomáticas -junto a su personal- son inviolables. La policía del país anfitrión sólo puede acceder al interior de un recinto diplomático -una embajada, un consulado, que a todos los efectos son territorio del país representado- con la autorización expresa del embajador. Según la legalidad internacional, también es igualmente sacrosanto el derecho de asilo de todo aquel que pida refugio -y se le conceda- en una embajada.
Pero la ley del más fuerte que parece estar instaurando Netanyahu en Oriente Medio parece que ha encontrado eco en Ecuador. Su actual mandatario, Daniel Noboa -hijo de uno de los grandes oligarcas del país, y bien conectado con Washington- ordenó a la policía ecuatoriana asaltar con carros blindados y agentes enmascarados la Embajada de México en Quito, llevándose a la fuerza al exvicepresidente Jorge Glas, que horas antes había recibido asilo político y que -en virtud de este estatus- debía recibir un salvoconducto de las autoridades ecuatorianas que le permitiera volar a Ciudad de México.
En lugar de eso, Noboa -que hace pocos meses, poniendo como excusa el espectacular aumento de la violencia del narcotráfico, ordenó la ley marcial en todo el país, movilizando al ejército y a la policía no sólo contra las bandas sino contra todo tipo de protestas- ordenó un asalto y una detención ilegal que (obviamente) iban a dinamitar las relaciones diplomáticas con México, un país que mantiene un creciente y nada desdeñable intercambio comercial de cerca de 900 millones de dólares al año con Ecuador. Además de provocar una cascada de condenas de los países de la región y del mundo entero. Todos -desde la Argentina de Milei hasta Brasil o Cuba- lo han hecho.
¿Tan importante es Jorge Glas? El exvicepresidente de los gobiernos de Rafael Correa ya ha cumplido una pena de cárcel, condenado por corrupción en la rama ecuatoriana del caso Odebrecht, pero enfrenta otra orden de arresto por supuestamente desviar fondos destinados a tareas de reconstrucción tras un terremoto en 2016. Glas siempre ha sostenido que -al igual que las acusaciones que pesan sobre el propio Rafael Correa, como las que llevaron a Lula a la cárcel en Brasil- se trata de un caso de ‘lawfare’, de persecución política y judicial desde los centros de poder de la oligarquía y de Washington, para impedir a los dirigentes de la Revolución Ciudadana poder participar de la vida política.
Sea o no cierto lo que denuncian Glas y Correa, este gravísimo incidente ocurre poco después de otra sonora crisis diplomática. Dando rienda suelta a su pirotecnia verbal, Javier Milei llamó a Gustavo Petro «asesino terrorista» -poco antes lo había llamado «comunista asesino que está hundiendo el país», provocando que Colombia ordenase la expulsión de los diplomáticos argentinos en el país.
¿Quién sale ganando de la ruptura de relaciones entre países hispanos? Hubo un tiempo en el que la integración latinoamericana avanzaba por todo el continente, ganando soberanía y prosperidad para los países de la región al tiempo que socavando la hegemonía norteamericana. Sólo hay que aplicar el principio ‘¿Cui bono?’ («¿quién se beneficia?») para apuntar con el dedo hacia el poderoso gigante al norte del Rio Grande.