Dos acontecimientos extraordinarios, por lo inusuales, ocurridos estos días nos ponen sobre la pista de algunas de las claves por las que es previsible que transcurra el rumbo político del país las próximas semanas y meses.
En el rimero de ellos, Canal + –la televisión por satélite del Grupo PRISA, la división encargada específicamente de dirigirse a algunos de los sectores con mayor capacidad para crear climas de opinión en la sociedad española– concedía un espacio privilegiado y sorprendentemente extenso a la difusión del contenido de un libro, El Maquiavelo de León, que supone una auténtica diatriba, política y personal, hacia Zapatero.Escrito por José María Abad, un periodista históricamente muy vinculado al PSOE y nada sospechoso de connivencia o simpatías con el PP, constituye una revisión demoledora de la figura de Zapatero, que aparece retratado como un personaje rencoroso, desleal, soberbio, iluminado, embustero, envidioso, sin principios y únicamente preocupado por mantenerse en el poder, aunque para ello tenga que decir hoy lo contrario que ayer.Pero incluso más importante todavía que el contenido, es el continente. Que medios como ABC, El Mundo o la COPE se hubieran prestado a darle esa difusión, nada tendría de extraño. Pero que lo haga el Grupo PRISA, el corazón mediático del régimen socialista, el buque-insignia propagandístico de los sectores oligárquicos que han aupado a Zapatero, es un síntoma revelador de la profundidad de las fisuras abiertas en el bloque de las fuerzas de clase que lo han estado respaldando estos últimos 6 años.Hasta ahora, lo más que se había expresado eran diferencias en la gestión de la crisis que nunca llegaron más allá de propinarle, aunque fuera de forma reiterada, algunas advertencias. Pero de ninguna manera nada similar a un ataque de este calibre.Embestida a la que, además, se sumaba sólo unos días después Jordi Sevilla, ex-ministro en el primer gobierno Zapatero, al que acusa en una entrevista de actuar poco más o menos como un auténtico mandarín. En este caso, lo relevante no viene tanto por quién lo dice, sino por lo que se dice, o más bien se sugiere. Jordi Sevilla, quien renunció a su escaño de diputado para fichar por Pricewaterhouse Coopers, una de las consultorías más importantes de las altas finanzas mundiales, da a entender que José Blanco o José Bono deben ser los candidatos a sustituir a Zapatero al frente del PSOE, y que la fórmula óptima para afrontar la crisis sería encargar los asuntos económicos a una tríada formada por Solbes, Rato y Solchaga.El nexo que vincula uno y otro acontecimiento reside en que en ambos casos se están anunciando movimientos de primer rango en la batalla política que ahora mismo se libra en el país para establecer quién y cómo debe aplicar las medidas necesarias para conseguir el objetivo último de rebajar un 25% los salarios y las rentas de la mayoría de la población. Al tiempo que uno y otro ponen de manifiesto lo sustancial de los cambios que esta batalla política ha provocado en el seno del bloque oligárquico que hasta ahora había sido el sostén de Zapatero, donde por primera vez se manifiesta abierta y públicamente que no es el hombre adecuado para llevar adelante su proyecto. Batalla política que aún no reviste un dibujo preciso y definido, puesto que lo que se está dirimiendo en definitiva es la correlación de fuerzas entre las diferentes fuerzas de la clase reinante que representan a los diferentes sectores oligárquicos.Quién y en qué condiciones (con o sin Zapatero, con gobierno de concentración oligárquica o sin él, con un gobierno del PP sólo o en alianza o con elecciones anticipadas,…) deberá llevar adelante el brutal plan de ajuste que exigen y que, inevitablemente, tendrá un alto coste político y electoral a quien lo aplique. Quién se atreve a ponerle este cascabel al gato es lo que está en juego.Pero al mismo, está en juego también la correlación de fuerzas entre la oligarquía y el pueblo en esta batalla cuyo objetivo es, no lo olvidemos, recortar los salarios un 25%.Y es en este terreno donde tenemos mucho que decir. Pues que puedan o no aplicarlo o en qué medida lo hagan va a depender de nosotros, del grado de organización de clase que los trabajadores y las clases populares seamos capaces de dotarnos.