Que trata sobre poetas de la insurgencia (II) Manuel Pacheco

Manuel Pacheco (1920-1998), poeta antifascista español considerado como una de las máximas figuras de las letras extremeñas.

Lo macanudo del héroe que hoy nos ocupa es que no pasó de las primeras letras, las cuatro reglas y el catecismo escolar. Su magistral arte de versificar se lo curró él solito leyendo todo lo que caía en sus manos sin pasar por la Universidad ni boliches parecidos. Las únicas ocasiones en que pisó las aulas magnas fueron -por no hacer un feo- siendo ya autor de fama donde, a lo que parece, se aburría soberanamente con las lecciones magistrales sobre su obra dictadas por doctores y catedráticos y las laudationes de Rectores ataviados con levita y bonete y todos los ropones de luto que exige el protocolo académico.

De origen humildísimo, su padre –zapatero remendón- murió de accidente teniendo el niño Manuel siete años. Su madre, una recia varona extremeña, intentó sacar adelante a sus cuatro desafortunados huérfanos pero le fue imposible por lo que el párvulo Pacheco fue ingresado en el orfelinato de Badajoz. Tras una ordalía de diez años en la pía institución (tétrica, húmeda y fría, como es de suponer), y atorrarse con las novenas y rosarios con las que las buenas monjitas entretenían a sus pupilos, a los dieciocho fue movilizado en la Guerra Civil, donde ejerció de chupatintas, y en la posguerra fue monaguillo, cargador de muelle en la estación de ferrocarril de Badajoz y comparsa de teatro entre otros singulares oficios con los que intentó matar el hambre que le hacían rugir la tripas. «Pacheco no perdió ni un segundo en inmortalizar el franquismo»

Ya hecho un hombrecito, Clint Eastwood y El Increíble Hulk no dejaron de ser unos nenazas y alfeñiques a su lado. En la dictadura, junto con otros conspiradores que como él odiaban a muerte al Caudillo, montó unas pajarracas de cuidado con sus recitales poéticos (incendiarios, sobra decirlo) por lo que hubo de vérselas con la policía política y más de una noche volvió a casa calentito y los lomos adoloridos tras el interrogatorio de turno. Con tales veladas poético-sediciosas trajo de cabeza a los secretas de la época (que obedecían al nombre de Brigada Político-Social, popularmente conocida como “la social”) teniendo tan entretenidos y ocupados a los sicarios del régimen que estos acabaron hasta el colodrillo con aquel “poetastro rojo” que día sí y día también organizaba la de dios es Cristo con sus madrigales y baladas subversivas. La cuestión fue que los antifranquistas extremeños pudieron seguir bonitamente con sus conciliábulos, intrigas, maquinaciones y diabluras al tiempo que Pacheco se explicaba ante los mostrencos y acémilas de la social. (Y recibir con alegre estoicismo una sarta de obleas, trompadas y mojicones entre verso y verso, como hemos dicho).

Se le ponían los ojos tintos en sangre cuando tertuliaba con sus amigotes, a cual más bolchevicazo, sobre la explotación del hombre por el hombre, Franco (al que el poeta tenía particular quina), el imperialismo yanqui, la guerra (con especial explicación a la del Vietnam) y la contaminación atmosférica, entre otros asuntos. En lo particular tuvo tuertos y una agria relación con un primo segundo suyo adicto al Régimen, titular del carné 1313 de la Guardia de Franco y que regentaba un estanco en Matalascabrillas de Abajo, provincia Cuenca (13 Rue del Percebe, bajo), con el que más de una vez llegó a las manos. Esta página está delicadamente olvidada por sus biógrafos.«Qué propio está el tirano con el pueblo que hace propia su propia tiranía»

Recientemente se han descubierto unos poemas inéditos de Pacheco en la correspondencia que mantuvo con un compinche suyo residente en Bilbao. Puesto en contacto sus herederos con la Universidad de Extremadura para comunicar tan importante hallazgo, un grupo de profesores de la misma -ateos y descreídos cuando no con su punto de herejes-, han prometido sacar en solemne procesión al Santo Cristo del Gran Dolor o cualquier otra imagen venerada en la zona. Informaremos del evento cuando se hagan públicos los papeles.

Noticia del poeta y su época

Es de suponer que quien haya leído estas charlotadas sobre el franquismo se habrá reído entre dientes -esa es la cuestión- cuando no a carcajadas. De ser así el autor lo agradece pues place de hacer maldad con la peor de sus intenciones.

En lo que nos interesa puede colegirse que Manuel Pacheco escribió largos poemas contra Franco como lo hizo desde el exilio el más grande de entre los grandes, Rafael Alberti. Craso error. El franquismo fue una cagarruta en la árida historia de España y Pacheco no perdió ni un segundo en inmortalizarla en sus versos. Sería un despilfarro inútil y el poeta no cayó en la trampa.

Ítem más. Igualmente puede pensarse que practicó el llamado “realismo socialista”, hoy, afortunadamente deleznado por la práctica totalidad de la intelligentsia. Quien piense que coqueteó con lo panfletario –que el público de su tiempo agradecería y aplaudiría- también mete la pata hasta el zancarrón. Manuel Pacheco no sólo se dirigió a las gentes de su época –tiznada de grisallas y atrabiliarios maderos, como es sabido-, sino a otra más negra si cabe: la actual y futura.

Baste como ejemplo mencionar los versos dirigidos “Al hombre que se quema como una astilla seca” para aclarar en dicho poema (“Yo me dirijo al hombre”) que “Lo demás no me importa; sé que existen / juegos de naipes, cines, balnearios, / iglesias y campanas encendidas / y vírgenes comidas por los nardos. / Yo me dirijo al hombre. He olvidado la luna, / y la brisa y el cisne y el cristal y el piano. / Canto al hombre que pudre sus espaldas de tierra / sus cabellos de polvo y sus manos de callos.” Y concluir de forma aterradora: “Por eso yo quisiera que mi canto partido / fuera como una lluvia de metal abrasado / y os quemara los pulsos donde late la vida / para que vuestra sangre fuera un volcán de uranio.”

Ni la mínima alusión al régimen franquista. ¿O sí, quién lo sabe? Prefiero pensar que Pacheco pretendía que sus versos fueran válidos en el futuro y no un mero retrato de la época casposa como la que le tocó sufrir. No contento con esto tuvo sus ramalazos con el surrealismo (tan de izquierdas, por cierto) que practicó con cierto choteo para hacerlo llegar a la gente del pueblo, su verdadero público: “Para curar el cáncer / no sirven las libélulas”. De seguro que Gerardo Diego y Aleixandre, entre otros, se morderían los higadillos ante semejante boutade. De purita envidia.

Otros de sus poemas más celebrados son “Poema para un año que se va”, “Algo” (“Si gritamos la libertad por fuera / y no tenemos libertad por dentro, / solamente seremos en la vida / un esqueleto de agua en el desierto.”), “Todavía” (“Todavía está todo TODAVÍA”), “Qué propio”, que perfectamente sirve para la gobernanza española de antaño y hogaño (“Qué propio está el tirano con el pueblo / que hace propia su propia tiranía”), … y un largo etcétera que puede consultarse en Internet pero que recomendamos en su versión de papel: Obras Completas de Manuel Pacheco. Mérida: Editora Regional de Extremadura, 1986, 3 vols, o la posterior Poesía completa (1943-1997). Mérida: Editora Regional de Extremadura, 1999. De su prosa destacan unas hilarantes páginas cuyo título lo dice todo: Diario íntimo de Laurentino Agapito Agaputa. Calvo universal y Premio Nobel de la Pornografía. El precio de sus obras en España es asequible pero ni por el forro debe entrarse en tratos –quien lo haga conocerá la punta de mi espada- con un pícaro librero de Rumford (un poblachón de Maine, Estados Unidos) que por su Prosa, 1949-1995 pide casi 1300 (mil trescientos) euros por mor de las memorias agaputescas. ¡Yankis Guó Jom¡, ¡Fuera bases de España!, ¡Viva Pancho Villa, cabrones! y todo eso que se dice por ahí.

Como colofón copiamos unos versos de Pacheco que son la primera vez que se publican en España, salvo prueba en contrario, y que aparecieron en el libro de Sergio Darlin Después de Hirosima, Buenos Aires, 1964. Ofrecemos esta rigurosa exclusiva a nuestro poco pero selecto público. El subrayado es nuestro.

Se terminó la guerra,

vino el Ayuntamiento que daba seis pesetas por derruir murallas.

Las manos me dolían con el pico y la pala,

Agosto era una brasa,

y vino el añohambre y tuve que comer como las cabras.

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