7-5-2017
Es una ironía que fuera precisamente François Bayrou, alcalde de Pau y el político centrista de Francia por excelencia, quien definiera a Emmanuel Macron como, «el intento de grandes intereses, financieros y otros, que ya no se contentan solo con tener el poder económico». Fue hace ocho meses, y entre tanto Bayrou se ha convertido en uno de los principales aliados de Macron.
El octavo presidente de la V República que los franceses elegirán hoy en las elecciones más extrañas que ha conocido el país, es un producto nuevo, sin análogos, precisamente porque es un producto. Nunca un presidente había sido vendido a los franceses, «como quien vende un paquete de detergente», dice el filósofo Michel Onfray. ¿Qué supone y anuncia para el país esta novedad? ¿Hay margen para la duda y la sorpresa?
«No hay que insultar al futuro», dice el veterano ex ministro socialista Jean-Pierre Chevènement a propósito de Macron, 39 años, que será el más joven presidente de la historia de Francia.
«Como ningún otro, Macron encarna esa tendencia a exaltar la juventud, esa pasión de lo nuevo por lo nuevo, ese espíritu de menearse que forma la estructura de una economía en el seno de la cual la moda no tiene más que una finalidad: hacer pasar de moda (a otras cosas) para comprar (lo nuevo)», dice el publicista Luc Ferry, ex ministro de juventud y educación de gobiernos conservadores.
El nonagenario sociólogo Edgar Morin, una de las voces más venerables de Francia, recoge esa misma idea: «Macron», dice, «simboliza la renovación y la revitalización más allá de un sistema carcomido».
Morin reconoce que los fundamentos del macronismo son frágiles: «el mito de Europa es débil, el de la mundialización feliz es igual a cero, y la euforia del transhumanismo solo está presente entre los tecnócratas». Lo ideal sería que el futuro presidente, «cuestionara los marcos clásicos en los que parece situarse naturalmente: la subordinación de la política a la economía, la reducción de la economía a la escuela neoliberal, el tumor del poder del dinero». Hay que reconocer, dice, que de momento Macron, «no ha propuesto nada parecido a una nueva vía económica, social y política». Sin embargo, nunca hay que insultar al futuro y Morin concede a Macron lo que se llama el beneficio de la duda.
«No es imposible que si es Presidente, aparezca un neo-Macron», dice. Al fin y al cabo, «Juan Carlos fue arropado por Franco para que reinara como franquista, y al revés, en cuanto tuvo el poder realizó la democracia. Gorbachov, puro producto del estalinismo, se convirtió en el destructor del sistema del que salió. ¿Qué saldrá del Presidente Macron?», se pregunta el sociólogo.
Soñar es legítimo, responde enfrentado a ese beneficio de la duda el inclasificable historiador-antropólogo Emmanuel Todd, uno de los pensadores más desconcertantes y que va más de por libre en Francia.
«Se puede soñar, pero cuando Macron habla de cosas concretas, de economía y tal, habla como un manual». Hasta ahora Francia tuvo presidentes que venían del mundo político. Los dos últimos, Sarkozy y Hollande, envolvían sus propósitos en ciertos subterfugios. Con Macron llega un hombre que procede directamente de la cocina de las elites financieras. «Con él vamos a elegir al representante de Berlín, no al Presidente de la República», dice Todd. La diferencia de Macron es, «que es el primero que lo dice»: Sarkozy hizo lo mismo, pero decía que la culpa era de los árabes, Hollande llegó diciendo, «soy un hombre de izquierdas», «mi enemigo es la finanza», «cambiaré las cosas con Alemania». «Macron es el primero que dice: no haré nada, vais a aceptar vuestra sumisión oficialmente, o cerráis el pico o tendréis el horror del lepenismo».
Más que dudas, en Todd hay un puro pesimismo. «Lo más probable», dice, «es que con Macron tengamos una acentuación de lo que se ha hecho con Manuel Valls, lo que creará tensiones y violencia».
Muy centrado en la demografía y en la antropología histórica regional, Todd avanza dos claves para lo que llama el «conformismo macronista». Primera: entre 1992 (Maastricht) y 2015, la edad media en Francia ha aumentado entre 5 y 6 años. «A los viejos se les dice: si queréis mantener vuestras pensiones hay que mantener el euro». «No es que sean más conservadores, es que les han secuestrado», dice. Segunda: en la actual sociedad la gente con estudios superiores forma una «oligarquía de masas» que se cuece en su propia salsa y se cree superior. «Es la gente que apoyaba a los Clinton en Estados Unidos, los universitarios partidarios del remain en el Reino Unido y los jongleurs que oscilan entre izquierda y derecha en Francia. «Esta gente con estudios superiores representaba el 12%, ahora son el 25%. Todo eso sumado, arroja una base para el conformismo macronista que se ha desarrollado enormemente mientras la situación general de los de abajo se ha deteriorado notablemente».
«Se habla mucho de Le Pen, pero lo que realmente me preocupa es la radicalización de la Francia de los de arriba: quieren gobernar a pelo, dicen, «vais a tener que obedecer y ya está». «El problema de Francia es la radicalización de los poderosos», insiste, citando el libro del americano Christopher Lasch (The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy), según el cual las clases privilegiadas nunca han estado tan aisladas de su entorno.
Guerrillero con Che Guevara, prisionero en Bolivia y consejero de François Mitterrand, el filósofo Régis Debray ve en el fenómeno Macron el triunfo de la americanización en Francia.
«La República a la francesa ha desaparecido bajo la democracia a la anglosajona», dice. «El homo economicus ha sustituido en el mando al homo politicus como en Estados Unidos con vía express del capital hacia el Capitolio. Hemos importado las primarias, la pareja presidencial, se aclama por su nombre a la First Lady, la vida pública se privatiza y viceversa, la imagen suplanta a lo escrito y el show de un telepredicador en éxtasis enardece, con los brazos en cruz, a los fans en trance». Toda esa importación, «tiene que más que ver con las revoluciones tecnológicas que con los remolinos políticos de Francia», dice el filósofo.
Para Todd lo que hace al sistema francés menos estable que el alemán, español, etc., es el hecho de que en Francia todavía haya bastantes jóvenes. «En España, Italia, y Portugal, la política que se aplica es desfavorable a los jóvenes, pero hay pocos, mientras que en Francia es igualmente desfavorable y continuamos fabricando jóvenes». Las turbulencias que augura para Francia se deducen de su demografía. Todd ve en Alemania el problema central, y, a diferencia de Debray, ve en el mundo anglo-americano más bien un aliado contra aquella.
Una vez que Francia se metió en el euro, invento mixto pero de diseño y sentido alemán, «se acabó», dice. «Ahora son los alemanes los que mandan y lo que piensen los franceses no tiene mucha importancia». Macrón es la servidumbre hacia esa realidad.
Según Todd, los alemanes «tienen una racionalidad limitada». «Hay una inteligencia de gestión de la economía a corto y medio plazo; han tomado el control de la Europa del Este, recuperan la mano de obra cualificada del sur y han logrado unos excedentes comerciales enormes, resuelven problemas técnicos: no producen suficientes hijos y hacen venir emigrantes… Todo eso es extraordinario, pero no saben pararse. Estoy convencido de que la lógica alemana de destrucción de las economías italiana, española y portuguesa, no ha sido accidental», explica.
La economía francesa, «está atrapada en la trampa del euro». La moneda única no puede funcionar en un país que tiene una tasa de fecundidad de dos hijos por mujer. Con Hollande hemos tenido un aumento del paro del 25% y esto va a continuar», augura. Lo que se perfila para Francia es, «estagnación política, descomposición, violencia difusa y una cierta salida de la historia», dice: «Los acontecimientos importantes para la ruptura del sistema ocurren fuera de Francia».
Los objetivos que Alemania se plantea hoy superan a su potencia y capacidad. «No creo que los americanos toleren la emergencia de un nuevo sistema alemán tan potente como el suyo». «A corto plazo vamos a tener un enfrentamiento entre el bloque continental alemán e Inglaterra a propósito del brexit. Los antieuropeístas franceses de izquierda están paralizados por su antiamericanismo, porque hasta que no lleguemos a tomar partido entre Berlín y Washington, no resolveremos gran cosa: para salir del euro necesitamos la ayuda del dólar».