Por sus hechos los conoceréis

¿Qué sabemos sobre Julian Assange?

En las últimas semanas, la figura de Julian Assange, el creador de WikiLeaks refugiado en la embajada ecuatoriana de Londres, se ha puesto de relevancia al apoyar de forma decidida el procés independentista en Cataluña. Se le ha acusado de alinearse con la intoxicación informativa y cibernética de Rusia. ¿Qué hay de cierto en todo esto? ¿Cuáles son los hechos de Julian Assange?

Hablar de Julian Assange o de WikiLeaks requiere una labor de desbrozamiento y un ejercicio de buscar la verdad en los hechos. Porque sobre su figura y sobre la organización de ciberactivistas que él fundó hay toda una maraña de ensoñaciones y climas de opinión, informaciones o desinformaciones, filias o fobias. Para unos es la encarnación de Lisbeth Salander, la valiente hacker de la Saga Millennium: un subversivo de internet, un ciberanarquista revelador de secretos de Estado. Para otros es un terrorista, un incendiario, o un útil fichaje al servicio del Kremlin.

El australiano lleva cinco años refugiado en la delegación diplomática de Ecuador en la capital británica. Sobre Assange pesa una orden de extradición a EEUU para ser juzgado por tribunales militares por revelación de secretos -algo que puede conllevar incluso la pena capital- especialmente por revelar los cables suministrados en 2010 por Bradley Manning, un analista de inteligencia del ejército de EEUU destinado en Irak y Afganistán. El portal WikiLeaks ha publicado filtraciones sensibles para el Pentágono o la inteligencia norteamericana como el manual de tortura en Guantánamo, cables sensibles sobre el 11-S o sobre la cooperación de gobiernos y diplomáticos en los vuelos de la CIA (la red de transporte y tortura de prisioneros a cárceles secretas).

Hace pocos meses WikiLeaks comenzó la publicación de ‘Vault 7’, una serie de documentos sobre el ciberespionaje global de la CIA, considerado «la mayor publicación en la historia de los documentos confidenciales sobre la agencia». Son hechos: Assange y WikiLeaks han sido catalogados como un «peligro para la seguridad nacional» por las autoridades norteamericanas.

Pero es solo una parte de los hechos. Las acusaciones de que Assange y WikiLeaks se han alineado -formal o coyunturalmente- con las maniobras del Kremlin tienen argumentos consistentes, aunque es preciso advertir que vienen de la superpotencia norteamericana.

¿En línea con Rusia?

Hillary Clinton ha acusado a Wikileaks por haber prestado un enorme servicio a Rusia -y a la candidatura de Donald Trump- cuando hace un año publicó más de 2.000 correos pirateados de la cuenta de su director de campaña. La filtración se produjo justo en las horas más bajas de popularidad de Trump, que se enfrentaba a un escándalo mayúsculo por una grabación en la que se jactaba de tocar a mujeres de forma inapropiada. Es un hecho que esa filtración -amplificada después por la investigación del FBI contra Clinton- tuvo un efecto significativo en las elecciones.

Según el FBI, la CIA y la NSA, el Gobierno ruso «desarrolló una clara preferencia por el presidente electo». Un Trump que ya anunciaba un viraje en las relaciones entre Washington y Moscú, sustituyendo el enfrentamiento de la línea Obama-Clinton por un entendimiento para intentar acercar a Rusia a un frente mundial antichino. Mike Pompeo, director de la CIA acusa a sus homólogos de la GRU de usar a WikiLeaks para su injerencia en las pasadas presidenciales. También ha señalado a la agencia de noticias RT, «el principal órgano de propaganda de Rusia», por haber colaborado activamente con WikiLeaks.

Aún así, de acuerdo con lo publicado en el New York Times “entre los funcionarios de inteligencia, el consenso emergente es que lo más probable es que el señor Assange y WikiLeaks no tengan vínculos directos con los servicios de inteligencia rusos”, pero que se beneficien de sus actividades. Al espionaje ruso -que con toda seguridad robó los correos- sólo le bastaba dejarlos en la bandeja de entrada del portal de Assange para que este hiciera -no sabemos con qué grado de aquiescencia- el resto del trabajo.

También está ampliamente documentado que el gobierno de Putin cuenta con toda una gama de portales de noticias en varios idiomas: desde los que lanzan bulos y «fake news» hasta los que, sin llegar a decir falsedades, pintan de forma claramente tendenciosa sus informaciones. Y que -al igual que todos los servicios de inteligencia- los rusos se han destacado en el reclutamiento de toda una legión de hackers y expertos en ciberespionaje, como el exananalista de la CIA refugiado en Rusia, Edward Snowden.

A raíz de la intervención occidental en Ucrania, el Kremlin ha buscado promover todos aquellos fenómenos políticos que fomenten las tensiones internas en los países ‘enemigos’: desde el Brexit al ascenso de partidos xenófobos y anti-UE (Frente Nacional de Le Pen, AfD en Alemania)… pasando por el patricinio del independentismo catalán. Y en ese empeño, Assange y su «prestigio subversivo» son un preciadísimo instrumento.

No es posible afirmar con rotundidad que Assange -como sí lo ha hecho Snowden- haya pasado a trabajar para la inteligencia rusa. ¿Coincidencia de intereses, connivencia temporal, convicción?. Hay quien afirma que es conocida su postura de que Rusia funciona como contrapeso al poder imperial de EEUU en el mundo, y se sabe que el australiano llegó a tener su propio programa en la cadena RT.

Otro indicio de esta cooperación de facto -de conveniencia o más profunda- lo da el hecho de que la relación entre WikiLeaks con Moscú haya dado un giro de 180º desde sus orígenes: comenzaron como antagonistas. Fieles a su espíritu ciberactivista y ácrata, en octubre de 2010, WikiLeaks sacó un montón de documentos que evidenciaban las vergüenzas del gobierno del Kremlin, asociándose a un portal opositor ruso para su divulgación.

Sin embargo, durante la campaña electoral norteamericana, Assange personalmente decidió no publicar un amplio tesoro de documentos -al menos 68 gigabytes de datos- que provenían del mismísimo del Ministerio del Interior ruso, ofrecidos por un hacker sobre la implicación rusa en Ucrania y su injerencia en las elecciones estadounidenses. El hacker anónimo, defraudado con este hecho, se puso en contacto con la revista norteamericana Foreign Policy para denunciar lo que a su juicio era una doble vara de medir de Assange.

“Enviamos varias filtraciones a WikiLeaks, incluyendo el ‘hackeo’ ruso [a los servidores demócratas]. Eso habría expuesto las actividades rusas y mostrado que Wikileaks no estaba controlado por los servicios de seguridad rusos. Muchos voluntarios y empleados de Wikileaks o sus familiares han sufrido a manos de la corrupción y la crueldad rusas. Assange puso excusa tras excusa”, declaró a la revista.

Assange, el procés… y Rhorabacher

El pasado 9 de noviembre uno de los principales artífices e ideólogos del procés -el empresario y editor Oriol Soler- mantuvo una reunión de cuatro horas con Julian Assange en la embajada ecuatoriana de Londres, en la que según el independentista estuvieron “intercambiando opiniones”. Las simpatías de Assange con el soberanismo se han transformado en una activa colaboración. En una reciente videoconferencia en la Universidad de Barcelona, el mismo Assange defendía “la utilidad del clima de desestabilización causado por el independentismo para promover una causa global: una revolución social generalizada que suponga la destrucción de las instituciones y de los Estados y que conduzca a un modelo nuevo de sociedad”.

Pero otra reciente visita a Assange no ha recibido tanta publicidad. El pasado agosto, el australiano recibía en Londres al congresista republicano Dana Rhorabacher, conocido por sus buenas relaciones con Putin y por impulsar una campaña para que Trump otorgue el perdón presidencial (indulto) a Assange. Rhorabacher es conocido por su apoyo cerrado al independentismo catalán, pero también por el respaldo a los muyaidines afganos contra la URSS en los 80, por promover la independencia de Kosovo en los 90 (incluída la financiación y armamento de sus guerrillas) para que el país acabara siendo una enorme base militar yanqui en los Balcanes, o por apoyar a los movimientos separatistas de Irán. También por haber facilitado los negocios de la multinacional catalana Grifols -cuyo dueño nunca ha ocultado su indepentismo militante- en EEUU.

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