La corona, la justicia y el Banco de España en la picota

¿Qué hay detrás del caso Urdangarí­n?

Primero fue el caso Urdangarí­n y la cacerí­a de elefantes del rey en Botswana. Después las acusaciones contra el presidente del Tribunal Supremo de utilizar fondos públicos para viajes de ocio privados. Ahora, el ministro de Guindos acaba de poner el Banco de España a los pies de los caballos, retirándole su labor de supervisión del sistema financiero español y entregándoselo a dos empresas extranjeras.

En apenas unos meses, tres instituciones claves del Estado (la Corona, el Tribunal Supremo y el Banco de España) han sido puestas en la picota de la opinión pública nacional e internacional. ¿Alguien sale ganando con todo esto o es una simple coincidencia? ¿Es que acaso no eran de sobras conocidas desde hace mucho las andanzas de los miembros de la Casa Real o el derroche sin límite de los altos cargos del Estado? ¿Por que salen a la luz, y de forma consecutiva, precisamente ahora? «Cuando algunos, a izquierda y derecha, jalean con entusiasmo todos estos ataques, deberían pararse a pensar quien sale beneficiado de una operación de tan altos vuelos.»

Es una verdad reiteradamente confirmada por la historia, que cuando una clase quiere tomar el poder, primero crea un clima de opinión. En este caso, no se trata tanto de tomar el poder como de llevar a cabo el proyecto de Washington y Berlín de saquear del país, promoviendo un gigantesco trasvase de riqueza desde los salarios y las rentas del 90% de la población hacia las cuentas de resultados de sus bancos y multinacionales.

Pero llevar a cabo este saqueo exige también degradar al país, condenarlo a jugar en una tercera o cuarta división regional, dejarlo con la menor capacidad de respuesta política posible ante su continuas presiones, amenazas y ataques.

“Desarmar” al Estado, desprestigiando al límite algunas de sus principales instituciones, para degradar al país. Este es el objetivo oculto que haya detrás de este aparente ejercicio de “transparencia democrática”.

No es, por otra parte, algo nuevo en nuestro historia. Aunque sí lo es la celeridad, virulencia y descaro con que se está produciendo.

Hace ahora 15 años, el entonces director del diario ABC, Luis María Anson, desveló públicamente la trama de conspiraciones que, diseñadas por Washington, alfombraron la caída de un Felipe González cada vez mas cercano a la nueva Alemania reunificada de Kohl y el triunfo de Aznar en 1996. Filesa, los Gal, Roldán, los papeles del CESID,… También entonces se llegó a rozar a la Corona, aunque ni de lejos con la saña de ahora. Todo valía para colocar en la Moncloa a un hombre dispuesto a reforzar al máximo los vínculos con EEUU y arremeter contra un eje franco-alemán díscolo.

Hoy se desarrolla ante nuestros ojos un proceso similar. Sólo que dada la mayor envergadura, radicalidad y antagonismo del proyecto del hegemonismo, se requieren dosis todavía mas altas de desestabilización. Se requiere debilitar y dejar desarmados aparatos fundamentales del Estado, para degradar y quebrar al país con ellos. Un país sin columna vertebral, que pueda ser saqueado a su gusto.

Cuando algunos, a izquierda y derecha, jalean con entusiasmo todos estos ataques, deberían pararse a pensar quien sale beneficiado de una operación de tan altos vuelos.

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