Puigdemont y Rajoy tienen que irse, porque donde ellos han pisado no volverá a crecer la hierba

“La diferencia entre vencer y convencer es que lo primero se hace con el puño cerrado y lo segundo con la mano tendida”

En un país donde el cinismo es demasiadas veces la piedra filosofal de la acción política y hay tantos manipuladores con mando en plaza, desde los que ondean una bandera que no dudarían en hacer jirones para usar de venda y mordaza hasta los que claman contra el populismo llamándose Partido Popular y mientras nos roban a manos llenas, que llegue a la fiesta alguien que los supere a todos, es una hazaña. Sin embargo, la pareja formada por Carles Puigdemont y Oriol Junqueras lo ha conseguido, ha sido capaz de hacer pasar un intento de golpe de Estado por una agresión contra ellos y su pueblo, y mal tiene que estar este país para que hasta los lamentables y dolorosos acontecimientos producidos el 1 de octubre en Cataluña se hayan convertido en su mejor baza: se estarán frotando las manos con los golpes que les han dado a los demás.Ver lo que sucedió a lo largo de esa jornada, efectivamente, da ganas de llorar, produce una tristeza desgarradora y nos contagia una sensación de fracaso muy amarga. Pero la pregunta es: ¿quién asume la responsabilidad de que eso ocurriera? ¿Quiénes enviaron a las barricadas, como escudos humanos o carne de cañón, a las personas que estaban allí, la inmensa mayoría, sin duda, para defender sus convicciones, lo que es su derecho y la base de la democracia, pero también a sabiendas de que la imitación de referéndum que se montó en las calles por puro cálculo y con la desfachatez de quien tira con pólvora ajena porque a él no le van a dar las balas de goma ni servía de nada, ni era legal, ni ofrecía garantías, ni tenía la más mínima posibilidad de servir para aquello para lo que fue organizado, es decir, para declarar la independencia por las malas, a cara de perro, por encima de más de la mitad de la ciudadanía de sus cuatro provincias y, más en general, de todo el sistema que ampara nuestra la convivencia? Si esto funcionara, tanto Mariano Rajoy como Carles Puigdemont dimitirían de forma inmediata: ni uno ni el otro pueden llevar las riendas de nada porque todo lo conducen al precipicio; no pueden seguir siendo presidentes porque aquí lo que se necesita es justo lo que ellos no han demostrado tener: inteligencia y flexibilidad. Aquí se han roto muchas cosas y se han abierto muchas heridas, necesitamos cirujanos, no espadachines; pedimos manos tendidas, no puños cerrados; hay que recuperar la esperanza y donde ellos pisan no vuelve a crecer la hierba. Cegado por la ambición de entrar en los libros de Historia, resulta que Puigdemont, para quien la palabra soberanista debe ser una contracción de soberano absolutista, exige ni más ni menos que se retiren de su territorio las fuerzas del orden. Lo que pasa es que entonces, ¿quién va a ir a detenerlo a él, si un juez dicta su arresto, que no es ni mucho menos algo imposible, dada la gravedad de los delitos que ha cometido? Es una interrogación terrible, pero a juego con sus actos y hecha a la luz de los acontecimientos y de sus propias teorías: sabemos que él no reconoce a la Justicia española, una frase que nos suena de otros tiempos y otros dramas, y que a los Mossos d’Esquadra​ les ha hecho exactamente lo mismo que Rajoy a la Guardia Civil y la Policía Nacional: ponerlos a los pies de los caballos. Así que cualquiera lo deja con las manos libres y sin control, aparte del que ejerce sobre él su taimado vicepresidente, claro. No nos gustan las porras desenvainadas; pero los tractores usados de parapeto y las vallas usadas como proyectiles, tampoco. Las cargas contra la multitud indefensa, no; la gente avasallando y haciendo retroceder a los antidisturbios, tampoco. Ver a mujeres y hombres sacados a rastras de los lugares donde se habían tumbado pacíficamente, no; que se derribe a un agente con una silla lanzada a la cabeza, tampoco. Los manifestantes sangrando, no; la lluvia de piedras de Sant Carles de la Ràpita, tampoco. ¿Hay que seguir? No, lo que hay que hacer es empezar de cero, y lo tienen que hacer otros.El simulacro de referéndum fue eso, una pantomima, pero también es un retrato de sus promotores, a quienes, digan lo que digan, les molesta la democracia a la que invocan porque no se ajusta a sus planes. ¿La democracia son sus contenedores disfrazados de urna? ¿Sus papeletas caseras? ¿Lo es cambiar un sistema de votación a tres cuartos de hora de su comienzo? ¿Lo es que se pueda votar hasta cuatro veces por persona, sin ningún control, tal y como se ha demostrado sobradamente que se podía hacer? ¿Lo es que a sabiendas de que esto ha sido una chapuza descomunal y no puede saberse si es representativo del sentir de los catalanes en su conjunto, dado que la mitad de ellos no han podido abrir la boca sin que los llamasen fascistas, se quiera considerar vinculante el despropósito? ¿Lo es que la Generalitat dé unos resultados según los cuales ha votado el 100,88% del censo? Debe ser que les avalan hasta los muertos, como a Fraga Iribarne en Galicia y, sin ir más lejos, como a ellos mismos en el voto telemático, donde se dio por buena una papeleta firmada por un tal Michael Jackson. No se puede ser más torpes, pero lo son, y eso los inhabilita.Que en Cataluña tiene que haber y va a haber un referéndum, no lo discute nadie. Pero no éste, no así, no con estos irresponsables al volante. Se hará bien, entre todos, y esa vez cualquiera tendrá la oportunidad de dejar claro lo que se quiere a Cataluña en toda España, cuánto se la valora, se la admira y se la necesita. No marxeu si us plau.

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