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Protectorado de ‘soberaní­a suspendida’

Esto de los hombres de negro no es nuevo; y tampoco deberíamos mirarlo de forma tan sombría. Ya explicaba Lord Lugard que la mejor forma de garantizar la misión civilizadora del Imperio era «dejar a la población nativa la libertad de gestionar sus propios asuntos con sus propios gobernantes, de manera proporcional a su nivel de desarrollo, bajo la guía del personal británico». Lo único que cabe preguntarse es por qué un país con la historia de España ha pasado de protector a protegido.El interesante monográfico que la Revista de Relaciones Internacionales publicó en febrero de 2009 sobre las nuevas formas de protectorado no incluyó expresamente los mecanismos de intervención de la UE en sus estados miembros, pero los describió con gran precisión. Concretamente en un artículo del profesor de la Universidad Pompeu Fabra Ángel Rodrigo, cuando al referirse a las modalidades de «administración internacional de territorios», tras mencionar los supuestos de «soberanía ausente» y «soberanía en transición», se centró en el de «soberanía suspendida».Como la misma expresión indica, se trata de la «suspensión temporal del ejercicio por parte del soberano de competencias, igualmente soberanas, sobre un territorio determinado a favor de un tercero». Su objetivo es «reconciliar el derecho con la realidad a la espera de un acuerdo final sobre la cuestión» ya que «proporciona una explicación jurídica a una situación de hecho: la imposibilidad o la incapacidad de ejercer los poderes jurídicos que constituyen la soberanía».El profesor Rodrigo pone como ejemplos el acuerdo alcanzado en 1949 por Bután para «ser guiado por el consejo del Gobierno de la India respecto a sus relaciones internacionales» o los pactos análogos de Samoa con Nueva Zelanda y Tonga con Gran Bretaña; pero añade que es un formato «especialmente adecuado para explicar la administración de territorios por organizaciones internacionales». De hecho, sustituyendo la política exterior por la económica, esto es exactamente lo que ha admitido España en favor de la Unión Europea, de momento de forma parcial, a través del memorando de las 32 condiciones para el rescate bancario y del llamado Procedimiento por Déficit Excesivo.En materia económica, la Comisión Europea ha pasado a ser el verdadero gobierno de España, asumiendo unas labores de «guía» en sentido amplio que incluyen la definición de medidas a tomar, su imposición práctica y el control de su aplicación. El Ejecutivo de Rajoy ha quedado paralelamente relegado a una mera función instrumental, a modo de correa de transmisión o simple maquinaria administrativa. Y así lo ha admitido, con inusual sinceridad y no sin trágica grandeza, el propio presidente del Gobierno: «Los españoles no podemos elegir… No tenemos libertad… Nos guste o no nos guste… No tenemos más remedio».Podrá discutirse si ese fatalismo es el envoltorio más adecuado para instar a los ciudadanos a tragar píldoras tan amargas como las de su plan, pero hay que reconocer que esta vez Rajoy ha dicho lisa y llanamente la verdad. Recapitalizar la banca era imprescindible para recuperar la confianza de los mercados y puesto que ni teníamos el dinero necesario ni había nadie más dispuesto a prestárnoslo, no nos quedaba otra que aceptar las condiciones de la UE.Es cierto que se trata de materias como la política fiscal o la actividad financiera cuya transferencia definitiva a Bruselas forma parte del programa europeísta que afortunadamente comparten el PP y el PSOE. Pero una cosa es la aportación de soberanía en un escenario de simultaneidad a unos emergentes Estados Unidos de Europa y otra muy distinta, mucho más humillante y con elevados riesgos, esta especie de desarme unilateral por el que España pierde competencias que conservan la mayoría de los demás estados miembros.Es evidente que, sin llegar a la abdicación total de un rescate completo como los de Grecia, Portugal e Irlanda, esta «suspensión de soberanía» coloca por primera vez a uno de los cuatro grandes países de la Eurozona en una posición subordinada respecto a los otros. Y no en balde el profesor Rodrigo advierte de los «problemas de legitimidad» de esta variante del protectorado, «vinculados al temor a que el concepto sirva para reintroducir relaciones jerárquicas en el sistema internacional, de forma que los estados más poderosos puedan incitar o decidir la suspensión de la soberanía de otros estados para satisfacer sus intereses nacionales». Blanco y en botella: Merkel.En otras circunstancias el reconocimiento de esta súbita pérdida de autonomía democrática debería llevar aparejada la dimisión del gobierno de turno, la disolución del Parlamento y la convocatoria de nuevas elecciones. Pero nadie está pidiendo que Rajoy haga eso porque su rotundo triunfo electoral ha sido muy reciente y, como indican todos los sondeos, no se percibe ninguna alternativa fiable. Más bien existe el consenso de que al líder del PP le toca cargar con la cruz de lo que será una creciente impopularidad, gestionar con la mayor solvencia posible la ejecución del diktat de Bruselas y tratar de que la desagradable travesía del desierto concluya cuanto antes.Pero incluso para obtener esos efectos paliativos es imprescindible un diagnóstico adecuado de por qué hemos llegado hasta aquí y eso es lo que faltó en el extenso discurso del miércoles ante el Parlamento. Rajoy ni siquiera trató de analizar la génesis de la terrible herencia recibida y, respecto a lo sucedido desde el 20 de noviembre, cualquiera diría que se considera víctima de condiciones meteorológicas adversas e incluso damnificado por alguna catástrofe natural.Todo es a la vez tan simple y complejo como esto: España se ha convertido en un «Estado fallido», incapaz de valerse por sí mismo para garantizar su normal funcionamiento, como consecuencia de la baja calidad de su sistema político. Todas las advertencias que, tanto en el orden constitucional sobre el modelo de Estado como en el orden práctico sobre las reglas del juego democrático, venimos haciendo algunos desde hace 30 años han caído en saco roto y la paulatina degradación de las cuadernas de la nave ha desembocado en el actual naufragio.Está muy bien la coletilla retórica de que saldremos adelante porque España es una gran nación pero, a juzgar por experiencias que se acumulan a diario, más bien habría que admitir que a menudo parecemos uno de esos estados que, según el profesor de la Universidad de Boston Robert Jackson, deberían colgar un cartel en la frontera con el rótulo «Atención: este país puede ser peligroso para su salud».Sólo los muchos que viven de eso niegan que el Estado de las Autonomías se ha pervertido en un disparate tan ridículo como gravoso y que la clase política ejerce sus competencias dentro de la más ineficiente e insultante endogamia. La combinación de ambos factores generó el sistemático latrocinio y hundimiento de las cajas de ahorros. Una y otra vez se repetía el mecanismo: la Comunidad correspondiente colocaba al frente de las entidades a servidores fieles, casi siempre incompetentes y a menudo venales, cuya única obsesión era favorecer a quienes a cambio favorecían a sus señoritos. Sólo faltaba que un hombre de partido como Fernández Ordóñez pasara sin solución de continuidad del Gobierno al Banco de España para que el presunto controller terminara siendo cómplice de los peores mejunjes.Rajoy tiene tanta culpa como Zapatero de la crisis bancaria que ha desencadenado nuestra petición de auxilio desde el borde del abismo porque nunca hizo nada por blindar las cajas frente al reparto de despojos que rutinariamente practicaban sus barones autonómicos y él mismo bendijo la súbita metamorfosis de Rodrigo Rato de político en banquero.Todo eso sucedió dentro de una lógica partitocrática que sigue en vigor sin variación ni cuestionamiento alguno a la espera de nuevas cosechas de abusos y desastres. Rajoy es un hombre digno y decente voluntariamente atrapado en un engranaje del que no puede decirse ninguna de esas dos cosas. Una y otra vez ha repetido a los cuadros del PP que él sólo «depende» de ellos. Ni los medios de comunicación ni el mundo empresarial o el de la cultura le importan demasiado. Su fuente de poder y legitimidad es un partido que en la práctica tiene una de las dos únicas licencias de gobierno en el closed shop de nuestra democracia. Y el círculo se cierra en la medida en que la falta de democracia interna y el sistema de listas cerradas permite que esos de quienes únicamente depende Rajoy dependan a su vez únicamente de él. ¡Cómo no van a aplaudirle diga lo que diga: lo harían incluso si hablara en chino!

Todos los errores garrafales cometidos al formar un gobierno sin vicepresidente económico cuando más falta hacía, subir el IRPF en lugar del IVA, aplazar el Presupuesto hasta después de las elecciones andaluzas o afrontar la crisis bancaria a cámara lenta -no vayamos a hacernos daño- son fruto de esa lógica por la que el partido es el principio y el fin de todas las cosas. Y el cómodo ensamblaje del PP en ese sistema que secuestra de facto los derechos de representación política convierte en ilusorios los sueños regeneracionistas por mucha mayoría absoluta que pudiera avalarlos. ¿No está claro, a la vista del absentismo y la desidia con que el Congreso afrontó el lunes el examen de los nuevos magistrados del TC, que podríamos ahorrarnos la pamema porque colaría hasta Landrú, si las cúpulas de los dos grandes se pusieran de acuerdo en ignorar su pasado?No hay proporción alguna entre el dramatismo con que Rajoy mostró su callejón de salida única, el ensañamiento de algunos aspectos de la subida del IVA y la comodona tibieza de las reformas propuestas en relación al gasto público estructural. Y tampoco lo sucedido en el Consejo de Política Económica y Fiscal invita al optimismo: ante la abierta renuencia de comunidades clave a cumplir con el déficit, Montoro no llegó a sacar ninguna tarjeta amarilla de forma visible para todos, sino que se limitó a llevarse la mano al bolsillo con el ademán de hacerlo. Muchos ciudadanos contrarios al sinsentido de las subvenciones al carbón se preguntan, sin embargo, hasta cuándo seguirá subiendo la factura de esa otra minería ineficiente mediante la que la clase política ha cavado galerías nacionales, autonómicas, provinciales, insulares y municipales para apropiarse de los minerales de la sociedad civil.Como no se puede ser durante mucho tiempo medio libre y medio esclavo -Lincoln-, esta situación de «soberanía suspendida» sólo puede desembocar en un reintegro de nuestra capacidad de obrar si en dos años y medio cumplimos los objetivos de déficit o en una intervención completa si descarrilamos antes. Emprender la reforma del Estado no garantiza el éxito, pero abstenerse de hacerlo hace mucho más probable el fracaso. Y en esa tesitura a Rajoy ya no le quedaría margen para mariposear sobre Pearl Harbor como hizo Zapatero, sino que tendría que asumir el mucho más deshonroso papel del plenipotenciario japonés que firmó la rendición a bordo del portaaviones norteamericano.

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